Acaba uno de pasar el umbral del medio siglo de vida. Tal vez algo perplejo, con algunos miedos difíciles de evitar, algunas arrugas convertidas en surcos y, por qué no decirlo, alguna cicatriz provocada por más de una caída en el camino. Así, según parece, uno tiene ya 50 años de vida, 10 lustros, 5 décadas o, lo que es lo mismo, medio siglo. Me acompaña un sentimiento de gratitud. Gratitud por haber tenido el privilegio de vivir este medio siglo lleno de errores y fracasos, pero también con algún acierto. Vivir es eso. Y mientras haya vida seguiremos errando o acertando. Por ello me enfrento a esta edad, entre mística y filosófica, pensando fundamentalmente en el presente y tratando de no mirar mucho al pasado, ni siquiera sé lo que me deparará ese futuro. Quiero caminar con calma, aunque sé que en estos años todo comienza a darse prisa aun a sabiendas que las prisas no son buenas. Llegar no ha sido nada fácil, qué hay de fácil en el caminar, pero ahora hay que seg