"Dios mío, me abandono en tus manos. Modela y remodela este barro como la arcilla en las manos del alfarero. Dale forma y, después, si quieres, deshazla . Pide, ordena. ¿Qué quieres que haga? ¿Qué quieres que no haga? Ensalzado o humillado, perseguido, incomprendido, calumniado, alegre y triste, o inútil para todo, sólo diré, a ejemplo de tu Madre: “ Hágase en mí según tu palabra”. Dame tu amor por excelencia, el amor de tu cruz. Pero no de las cruces heroicas, que podrían aumentar mi vanidad, sino de las cruces vulgares que, sin embargo, llevo con repugnancia. Aquéllas que se hallan todos los días en la contradicción, en el olvido, en el fracaso, en los juicios falsos, en la frialdad, en los desaires y en los desprecios de otros; en el malestar y defectos del cuerpo; en la oscuridad de la muerte y en el silencio y gelidez del corazón. Entonces, únicamente, Tú sabrás que te amo y, aunque ni yo lo sepa, eso me bastará." Robert Francis Kennedy