25.04.2031... Deseo de campo.

Ahora, de momento, camino por aquí. Son otros caminos, todavía no son míos ni, tal vez, lo serán nunca,  aunque guarden mis pasos. En aquellos, los míos, también guardan el aliento, las almas de mis antepasados, que todavía los recorren mientras no estamos.

Este año todavía no he esnifado el viento, en esas tardes en las que las nubes se agolpan formando brochazos de fuego en el cielo de mi Minaya.


Las piedras de las lindes, en sus formas prodigiosas, no han escuchado mis lamentos, que en forma de versos quedan desparramados entre sus huecos.

Me han coartado el tiempo, como a todos. Me he perdido el crecer de las siembras mientras cientos de vidas se bañan en el frío de sus sombras.

No sé muy bien si pronto llegará ese día en el que todo este espacio quedará en un mal recuerdo.

Todo lo urbano me va expulsando, como sin darme cuenta, hacia los campos que no dejan de ser nuestra esencia, nuestra tierra madre.

Soy de aquellos que recorrían las carreteras en un 850 blanco, conducido por mi padre, en viajes interminables, sin cinturones de seguridad, sedientos de bajar corriendo a abrazar a los abuelos.

Soy de aquellos que aprendieron a montar en bicicleta en la era donde trillaba el abuelo.

Soy de esos a los que el que fuera su mejor amigo después,  primero le descalabró con un canto de la calle, porque las calles eran de cantos y tierra.

Soy de aquellos que en verano, cuando más calentaba el sol, se bañaban en aquellos grandes barreños de zinc, con el agua calentada del aljibe.

Soy de aquellos que arrastraban la espuerta de esparto en la vendimia familiar.

Y de aquellos que protestaban cuando en el duro invierno había que varear y recoger la aceituna de los olivos.

Soy de aquellos que dormían en camas con colchones de lana, precalentados por un fraile con una lata llena de ascuas.

Soy de aquellos que comían lo que ponía la abuela o mamá en la mesa, sin protestar.

De aquellos que no dejaban nada en el plato ni se levantaban hasta que no le daban permiso.

Soy de aquellos que conocieron las puertas de las casas siempre abiertas, de par en par.

Soy de aquellos que cogieron su primera borrachera con una buena cuerva en el paseo del pueblo.

Soy de aquellos que cogían un tomate de la mata y lo comían mientras las simientes escurrían en la camiseta.

Soy de esos privilegiados que tienen pueblo.

Ahora la ilusión es volver a caminar, a recorrer esos mismos caminos. Volver a manchar mis pies con ese polvo, oler la lluvia o la leña; la tierra mojada.

A dejarme volar con mis golondrinas, dibujando el infinito de mi vida entre los tejados.

El campo, la tierra envuelta en nubes, la siembra, verde, acariciada por los vientos en un atardecer nuboso de abril. Es la única imagen que puede ser pintada con el color de los versos.

Volver a caminar.
Porque caminar por los campos nos hace revivir y vivir más.
Caminar apreciando que todo lo bello, importante y único está al alcance de todos; que no cuesta nada.
"No es verdad. El viaje no acaba nunca. Sólo los viajeros acaban. E incluso éstos pueden prolongarse en memoria, en recuerdo, en relatos. Cuando el viajero se sentó en la arena de la playa y dijo: ”No hay nada más que ver”, sabía que no era así. El fin de un viaje es sólo el inicio de otro. Hay que ver lo que no se ha visto, ver otra vez lo que ya se vio, ver en primavera lo que se había visto en verano, ver de día lo que se vio de noche, con el sol lo que antes se vio bajo la lluvia, ver la siembra verdeante, el fruto maduro, la piedra que ha cambiado de lugar, la sombra que aquí no estaba.
Hay que volver a los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino." José Saramago
Es posible vivir la vida así: como si no la conociéramos, como si no acabara nunca, como si estuviera empezando en este mismo instante.

Deseo de campo.

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