17.03.2019... Reflexiones del ir y venir.

Podemos decir que esta semana que termina ha sido realmente atípica, no porque no haya tenido de esos tiempos para uno, sino porque simplemente, por unos motivos u otros, laborales o personales, he recorrido media España casi sin darme cuenta.

Comencé el lunes en Badajoz, pasé el miércoles a Sevilla para volver Madrid el jueves por la noche y el lunes, a horas de sueño, salir hacia Alicante y terminar el fin de semana en Minaya. 

Curiosamente, más allá de sobresaltos y emociones varias, podría decir que es de las semanas en las que menos me he cansado debido a dos cosas: en primer lugar el orden, necesario cuando te envuelves en días que no tienen fin y, en segundo lugar, el haber podido disfrutar de dos días de paz y campo en Minaya,  donde me he llenado de luz y oxígeno para poder volver a afrontar los días que vienen.


No he escrito nada, he leído mucho y he tenido tiempo de reflexionar sobre el todo y sobre la nada.

Esta mañana, antes de venir, despertaba exactamente a las 7.15 horas y comprobaba lo especial de la naturaleza, cómo el cantar de los pájaros que invaden mis tejados comienza exactamente con las primeras luces del día, en el amanecer. Es un canto especial, de jolgorio, de alegría. Es un canto que anuncia que despierta el día y es una nueva oportunidad para muchas cosas, entre otras, para dar las gracias, para perdonar, para cambiar, para dar un paso más... para vivir.

Estos días he tenido que pasar por un cementerio, ese lugar en el que se despide a alguien de esos que forman parte de ti, de tu historia, de tu vida, alguien que quieres. El cementerio es ese espacio en el que todos, los vivos, nos hacemos mil y una preguntas y reflexionamos sobre la vida como nunca lo hacemos. Es ahí donde realmente nos damos cuenta de nuestra existencia, de lo que somos, nada. Luego esos pensamientos quedan ahí, en el olvido, esparcidos entre los nichos de los que vivieron y ya no están.

En los cementerios se siente la muerte más cerca. Tal vez deberíamos pensar más en ella para no dejar de vivir mientras podemos.

Cuando paso por un cementerio suelo pensar mucho en la vida, pero también en la muerte. No dejamos de pensar en la muerte, desgraciadamente mas que en la vida. Y me da miedo.

Vivir preparándonos para morir debería ser mas que de sentido, una obligación. Desde el momento que nacemos, morimos.

Y sí, es en las despedidas finales, cuando más se te remueve el alma, que no la conciencia. El alma es lo que queda nuestro cuando el cuerpo deja de existir y al sentir la esencia de la vida, que también es la muerte, se revela al aviso de lo que haces o no haces, de lo que vives o no vives.

El que llega a estos lugares ya no tiene oportunidad de vivir, ni de cambiar nada; los que despedimos hemos despertado a un nuevo día a una nueva oportunidad que ni siquiera solemos aprovechar sin saber si la volveremos a tener.

¿Tienes una vida ideal?

¿Cuál es tu vida ideal?

¿Qué debes hacer para tener esa vida ideal que anhelas?

¿Qué debes dejar de hacer para vivir como quieres?

¿Tienes suficiente? ¿Por qué no te dedicas a vivir con lo que tienes y dejas de acumular más cosas a tu alrededor que ni tendrás tiempo de usar ni podrás llevarte contigo?

¿Por qué no te desprendes de lo que te sobra y simplemente vives?
Acéptate tal y como eres, con tus defectos y virtudes y simplemente vive el Ahora, tú Ahora, tú presente, tu Ser.
Tiendo a no digerir todo completamente. Me cuesta, los restos van quedando acumulados dentro de mi despojándome de parte del presente. Me confundo y no puedo ver ni sentir como debo el siguiente momento. Es lo que solemos hacer todos, cada día, y dejamos de vivir como realmente deberíamos hacer para sentirnos plenos.

Estos dos días, en el campo, mi campo, he pretendido única y exclusivamente fijarme en la naturaleza, sentirla, vivir ese eco que solo los que queremos escuchamos en el silencio.

Las hierbas, los árboles, las lindes, los viñedos, la tierra e incluso las piedras del camino, todo vive. Estar vivo es tiempo; tiempo de sentir, tiempo de Ser.
Estar sentado, simplemente, mientras el sol se despide. Respirar, sentir. Aceptar ser lo que uno es más alude lo que piensen los demás.

Vivamos mientras podamos.

Y no voy a escribir mucho más, tampoco me apetece y creo que, aunque a veces lleno estos cuadernos de reflexiones absurdas y gilipolleces, a uno le sirve para pensar y, también, sentir.


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