'Creación II' por Jon Juaristi

SIGUE coleando el asunto Hawking, y no es mala señal. Quiere decir que hay todavía gente a la que estas cuestiones inquietan. Incluso algunos humoristas gráficos lo han glosado esta semana: Máximo, en ABC, y El Roto en El País. La viñeta de este último, el martes, mostraba un personaje con gafas y barba, sobre el fondo de una noche estrellada, preguntándose: «Bueno, vale. El universo se creó de la nada. Pero… ¿quién creó la nada?»
Quizá la intención del humorista haya sido satirizar a los teístas recalcitrantes, pero la pregunta no es ninguna tontería. El capítulo I de Génesis no habla de una nada anterior a la creación, sino de caos y desierto. La palabra hebrea que lo denota es tohu («yermo, desolación») y se mencionan unas aguas primordiales sobre las que se cierne el viento o el espíritu de Dios (ruah). El Credo de Nicea zanjó el problema de la interpretación para los cristianos, proclamando la fe en un «Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra», pero el judaísmo no lo tuvo tan claro. En el siglo XII, Maimónides se inclinó por una creación divina ex nihilocontra la tesis filosófica griega de la eternidad del mundo, aunque advirtió que tal hipótesis presentaba flancos débiles. Dos siglos después, el rabino provenzal Gersónides consideró el relato bíblico de la creación como una alegoría y se alineó con la tradición filosófica de la existencia eterna del universo. La polémica entre los seguidores de uno y otro dividió el judaísmo medieval entre una tendencia ortodoxa, defensora de la ley revelada, y otra racionalista y materialista, que pretendía asimilar el judaísmo a la filosofía.
La reacción a la reducción filosófica, en el seno del judaísmo ortodoxo, fue una radicalización de las corrientes místicas derivadas de la Cábala. Se denomina así una tradición exegética judía fuertemente marcada por el gnosticismo que, ya a finales de la Edad Media, había dado lugar a varias escuelas diferentes. En algunas de ellas se desarrolló la idea de un Dios creador de la nada, que acabó por adquirir cierta entidad en la obra de un rabino del siglo XVI, Isaac Luria, inspirada a su vez en un tratado cabalístico español del siglo XIII, el Zohar o Libro del Esplendor.
El concepto luriano de tsimtsum —repliegue, contracción o retirada de Dios para crear la nada en la que irrumpe el mundo— ha influido en el pensamiento judío contemporáneo, especialmente en la filosofía de Emmanuel Lévinas. También se encuentra su huella, y bien profunda, en la poesía filosófica de Antonio Machado, que, sin que alcanzara a conocer la obra de Lévinas, postuló un Dios que desgarra el ser omnipresente, infinito y eterno para introducir en él la nada, «pizarra oscura / donde se escribe el pensamiento humano». Este Dios creador de la nada tiene el inconveniente de suponer una petición de principio. Como ya advirtió en 1960 Leo Strauss a Gershom Scholem, el gran historiador de la Cábala, la nada de los cabalistas no es más que otro nombre para la physis de los filósofos, el oscuro fondo material del que brota todo lo existente. Volveré próximamente al libro de Hawking y Mlodinow, que, la verdad, no creo que dé para tanto revuelo como se ha armado. También en este caso parturientmontes.

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