'CONDE Y EL ESPÍRITU' por Lucía Méndez

Porque me ha parecido bueno, porque me apetece, transcribo aquí el artículo que Lucía Méndez publica en el diario El Mundo en su columna que titula Comentarios Liberales:

El AVE a Sevilla es un lugar de encuentro en cuyos vagones pueden coincidir personas y personajes de lo más insospechado. Hace poco, por ejemplo, el tren unió durante dos horas y media a dos hombres que fueron muy importantes no hace mucho, si bien por diversos motivos. El ex vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, y el ex presidente de Banesto, Mario Conde. Fíjense si tendrían de qué hablar sobre sus comunes andanzas cuando eran poderosos. Pues nada de eso. Pronto tuvo ocasión de comprobar Alfonso Guerra que quien viajaba en el AVE no era Mario Conde, sino su Espíritu. Un Espíritu que ya estaba ahí, en su interior, cuando era el Amo del Universo, pero que sólo se manifestó en todo su esplendor en la celda de la cárcel.Habida cuenta de que Alfonso Guerra confiesa ser un lector impenitente, puede que se haya comprado los dos libros que Conde leyó en las madrugadas carcelarias y gracias a los cuales, su verdadero Espíritu ha salido a la luz. Se trata, según confesó a la revista de la Fundación Ananta -«al servicio de la armonía planetaria»- de las obras completas de Sri Aurobindo, un sabio indio, vidente y filósofo que abandonó su cuerpo físico en 1950, y Toshihiko Izutsu, otro sabio japonés experto en el estudio de las diferencias entre Sufismo y Taoísmo, plasmadas en dos tomos que Conde se ha leído y subrayado.No es que Conde se encontrara a sí mismo entre las rejas. Es mucho más. El banquero intrigante, ambicioso, implacable, el doctor Honoris Causa de todas las vanidades sanó y expulsó de su cuerpo toda la basura que había acumulado en los rascacielos de medio mundo. Ahora, mientras los ejecutivos hacen jogging, él recita a diario un mantra. «Me digo que el Espíritu no cabe en una estancia sucia, además es muy meticuloso, es muy pesado, como haya la más mínima suciedad, se va. Tienes que limpiar las cavidades del alma de todo tipo de olores, de suciedades. Hay que tener el corazón limpio para ser digno, si no, estás esclavizado por el demonio de turno, que es tu vanidad...».Lo de la cárcel, dice, no fue más que «un empujón del Espíritu» que le dio la oportunidad de «agradecer» a sus verdugos lo mucho que hicieron por él. Un día se encontró con uno de los que le metió en la cárcel y vio que sufría. «Noté que yo estaba bien y creí percibir que sufría, y eso es compasión: lo que me duele es que sufra». Conde se siente «todavía un cristiano, previo al siglo XIII» y reconoce que en la gloria mundana llevaba su propia desgracia. «En todas las encrucijadas vitales, fui tomando las decisiones más dolorosas para mi. El camino que elegí, más tarde o más temprano, tenía que producir mi ingreso en prisión». Ultimamente le está dando vueltas «al principio de continuidad en la forma» en relación a la muerte. «Cuando una persona muere, en realidad lo que ocurre es que se produce una disgregación, pero no una eliminación de vida».En el fondo -quien nos lo iba a decir- esta conversión resulta enternecedora.

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