Diario de un Estoico III. El presente que me vive. Semana 5
S/30.L
Escuchar a una persona altamente religiosa es dejar que sus palabras te alimenten y te hagan crecer y florecer.
Ser espiritual es saber ver las cosas de manera diferente. Es ser luz en el día a día.
Él está ahí para cuidarnos y ayudarnos a vencer en esas batallas del día a día.
Dejar pasar unos días. Madurar. Reflexionar. Valorar.
Dejarte sentir.
Cuando uno toca momentos que realmente convulsionan, porque no sabía que podían estar ahí, tiende a perder ese estado correcto que parece, o parecería, tenía casi siempre por obligación.
Llevo un tiempo pensando, y cada vez lo ratifico y clarifico más, que lo importante en la vida es encontrar nuestro propósito, lo que queremos realmente. Dónde queremos ir y dónde queremos estar; al fin y al cabo, dónde y cómo queremos terminar.
Ahí es donde realmente te das cuenta de tus contradicciones, esas que tantas veces te has echado en cara. Una contradicción vital es ser lo que no quieres ser o vivir como no quieres vivir. Vivir así es vivir como los demás quieren que vivas, o ser lo que los demás quieren que seas. Así, también, terminas pensando cómo los que te rodean y solo cuando mueres, en ese último atisbo vital, llegas, si acaso, a entender que no has vivido más que para los demás y nada para ti.
Todo requiere de cierta valentía. Por supuesto. ¿Qué no requiere riesgo y valentía en la vida?
Un día me di cuenta que quise hacer todo tan bien, que lo había hecho todo mal. Me di cuenta de lo tanto había hecho pensando en los demás, que dejé de pensar en mí y eso provocó que los demás creyesen, a su vez, que en lo único que pensaba era en mí mismo.
La vida, el camino de la vida, siempre es cuesta arriba. Las veces que he creído que era fácil, que iba cogiendo velocidad cuesta abajo, casi todas, me he dado una hostia contra el suelo. Por eso siempre es un reto subir ese camino montañoso, acertar en la subida. No es fácil. Las subidas pueden ser traicioneras. Nadie está exento de sufrir un percance. A veces incluso es bueno tropezar, eso nos hace ser más cautos y prudentes; también más sensibles y solidarios. Y las montañas difíciles, siempre se suben más fácil en compañía.
Por ello, y llegando a otra de mis contradicciones vitales, uno jamás podrá dejar de preocuparse por esas personas que le importan porque, en ese momento, uno dejaría de ser quién Es. Y ¿quién es uno? Pues tal vez ese tipo raro, algo diferente, a veces incomprendido, poeta del silencio, padre siempre -aunque la vida parece que te ponga tiempos-, pero dispuesto a comprometerse y apostar por aquello que quiere.
Lees ‘Presentes’, de Paco Cerdá. Una novela de no ficción que no es más que un librazo que narra hechos de nuestra historia más reciente: el traslado del cuerpo de José Antonio Primo de Rivera a hombros desde el cementerio de Alicante a la Basílica de El escorial y cómo, en esa misma época y fechas, noviembre de 1939, vivían o morían los llamados perdedores, que no dejaban de ser esos muchos españoles de la mísera España nuestra. Magistralmente escrito. La guerra todavía no había terminado y, para muchos, duró en la desgracia hasta la democracia. Libros de esos que recomendaría leer a los españoles más jóvenes.
No es un dios adscrito a una religión.
El propósito es elevarnos y crecer espiritualmente.
Te despertaron con una llamada al teléfono pensando te habías dormido. Contestaste con enfado hasta que te diste cuenta del valor que tiene el tener personas que constantemente están preocupadas por ti. Por otro lado, esa preocupación también sabes se convierte en sufrimiento, sobre todo contigo que llevas esa vida que llevas.
Comida de trabajo. Agradable. Te quedas contento. Todo son aprecios y agradecimientos a los proyectos y colaboraciones que hacéis a nivel local.
Terminaste a buena hora y te fuiste a pasear. Calor.
Estabas tomando una copa en uno de esos rincones sevillanos. Tus vaqueros, polo y zapatillas. Entraron dos tipos enfundados en un traje azul oscuro, ajustado, y corbatas. Repeinados al máximo. Patillas en línea. Sonreí. Hace años tú eras un tipo de esos, que vestías así cada día. Trajeado hasta en verano, con esos 40 grados que te quitaban la respiración. Y ahora ¿quién eres? El mismo nadie que eras antes, pero vas mucho más cómodo.
Bajas caminando al Guadalquivir. No sabes bien, es el momento. Encontraste un camino pequeño junto al río, en la orilla de Triana. Había algunos jóvenes. Te sentaste, tranquilo, simplemente contemplando el agua y el cielo. A lo lejos La Giralda y la Torre del Oro. Personas haciendo deportes de remo, debe de ser algo normal en esas horas. Pero ese momento, ese instante. Inigualables. Dejaste que el sol bajase hasta que se perdió. Marchaste.
Disfrutaste de las calles de Sevilla; caminaste, volviste a tus rincones favoritos y, de algún modo volviste a sentir que tu estado natural, como realmente disfrutas en estas jornadas de trabajo, es en soledad.
No sabes cómo pero al llegar a la habitación, te tumbaste en la cama cansado y te quedaste completamente dormido. Tanto es así que no escuchaste las llamadas que te hacían hasta la madrugada.
Lo cierto es que esto es la vida, llenarla de momentos mientras se pueda.
Al poco tiempo, Séneca recibe carta de Lucilio lamentándose de la muerte de Metronacte, quien, a pesar de su juventud, murió repentinamente.
Nuestro amigo estoico, aprovecha para reflexionar sobre la brevedad de la vida: “No importa a qué edad uno muere si vivió una vida plena”.
La vida será plena cuando alcance la madurez que da la virtud, y eso podemos lograrlo a cualquier edad. “El que no lo logra, no es que ha vivido mucho, sino que se ha demorado en la vida: no tuvo una muerte tardía, sino una muerte lenta. Porque estuvo muriendo durante mucho tiempo. Decís que vivió ochenta años, bueno, depende, ¿desde qué instante empezaste a contar su muerte?”.
Mi amigo Séneca insiste con que, de alguna manera, el que no logra la virtud, está muerto antes de morir; el virtuoso, por el contrario, vive después de muerto.
Eduard Punset, escritor y divulgador científico, fallecido hace algún tiempo, solía decir que la pregunta más importante no es si hay vida después de la muerte, sino si hay vida antes de la muerte.
Séneca le contestaría que hay vida después de la muerte, sí y sólo sí hay vida antes de la muerte.
Alejandro Magno vivió 32 años; Ana Frank incluso menos de la mitad, falleció a los 15. Juana de Arco vivió apenas 19; Schubert murió a los 31 y Mozart llegó a los 35.
En la vida, como en la poesía, es posible que la extensión atente contra la perfección. Así como en un tipo bajito puede ser un hombre perfecto, así en un corto espacio de tiempo puede también caber una vida perfecta. Después de todo, la vida, como las piedras preciosas, no se mide por su gran duración, sino por su peso.
Estás cansado. No piensas en condiciones. Ayer no paraste en todo el día. Ni un descanso. Tal vez bebiste poca agua. El cuerpo no te funciona igual.
No pienses como todos piensan; tampoco te creas que todos piensan como tú.
Comiste un buen reconstituyente para el cansancio: garbanzos con espinacas y bacalao. Después fuiste a descansar un rato.
Una casualidad como lo es también que al medio día, antes de partir para Madrid, haya quedado a comer con JA, el Boticas, y su muer que vienen a ver a su hija que estudia aquí.
Existen las casualidades.
Reconoce, además, que “Jesucristo lo es todo para mí, no estaría aquí sin Él”.
Realmente sorprendido con las palabras de este tipo.
Sales a caminar, a ver si así te tranquilizas. Pero no.
En el campo, frente a casa, te has sorprendido con un grupo de perdices. Una de esas estampas rurales, poco habituales en ciudades, maravillosas. Caminaban entre los pastos secos, imaginas buscando qué comer. Había cuatro o cinco. Nunca, ni siquiera en Minaya, habías visto un grupo así, tan ajenas a tu presencia.
El Libro de Job es uno de tus favoritos.
Si tuvieses que recomendar a alguien, que te lo pidiese, le dirías que lea los tres libros sapienciales: Proverbios, Eclesiastés y Job.
Estos libros te pueden cambiar la vida y el de Job, además, te remueven el alma.
Job perdió todo y, dicen las escrituras, se rasgó las vestiduras en señal de quebranto, y dijo: “Desnudo vine a este mundo y desnudo saldré de él. Jehová dio y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.”
Ya quisieras tú ese ánimo para ti ante las adversidades. Realmente esa es la felicidad.
Has pensado esto al despertarte en este día nubloso de sueños atípicos.
Nuestras ansiedades vienen provocadas, habitualmente, por nuestras preocupaciones. Cuando no tienes problemas que destacar, debes analizar si te estás preocupando por alguien en demasía. Si eres como yo, que te preocupas hasta por la mosca que revolotea libremente en la terraza, lo normal es que vivas en una constante preocupación y por lo tanto, con brotes de ansiedad.
Nuestros campos están llenos de este animal que se reproduce sin control pero que, con tanto animalista retrógrado, que no ha pisado un campo en su vida, provocan situaciones como ésta, incluso más graves.
Eres el mayor defensor de los animales, pero existe una pirámide natural; estamos aquí gracias a esa pirámide, a ese ciclo que aporta la naturaleza. El campo es una de las piezas fundamentales de este ecosistema que nos alimenta. Busquemos el equilibrio. No desnaturalicemos lo natural.
Dejas sonar ‘A love Unrequited’, al piano Alexis French. Es tu música en días así, que te apetece recordarte todo lo que no has sido. También recuerdas que como en el cielo, las nubes pasan sin saber a dónde van.
Cuando sentimos que nos falta algo y queremos cambiar, lo primero que debemos de reconocer es que no entendemos nuestra vida. Decir esto es estar en la verdad, quien diga lo contrario se miente. No querría cambiar, sanar.
Reconocer que no entiendes tu vida es querer sanar. No te curas en el deseo, en la búsqueda de bienes materiales, maltratando tu cuerpo con sustancias que sabes te dañarán pero que momentáneamente te generan placer.
Ofrécele tu Vida. Dale todos tus males, tus heridas.
Desea ser sanado.
No pienses en tu vida, solo existes tú.
Un ciego no puede guiar a otro ciego.
Definir tu propósito te da la dirección y la motivación para avanzar con confianza, incluso cuando las cosas se pongan difíciles.
Los estudiantes respondieron: "¡85 gramos!" "¡150 gramos!".
El maestro respondió: "Todas las respuestas son correctas. Cuán pesado se siente algo depende de cuánto tiempo uno lo ha estado sosteniendo".
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