Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 43
J/24.L
Hay momentos en los que el orgullo te engrandece. En este caso no por un éxito tuyo (que poco has conocido), sino por el de aquellos a los que quieres.
Es cuando, además, miras al cielo y agradeces no haya habido ninguna contienda que engulla el esfuerzo y sacrificio. Porque el éxito, en partidos así, depende de varios condicionantes externos, pero también internos. Cuando lo trabajas, te comprometes, te esfuerzas, las probabilidades de quedar satisfecho con el resultado son máximas.
Me decía el otro día un compañero, catedrático universitario, de Derecho Administrativo para más, al hilo de esto, que “merece la pena los esfuerzos invertidos en cosas como esta”.
Realmente sí, sobre todo los esfuerzos del protagonista que, por muy orgulloso que lo esté yo, su orgullo por haber concluido una notable etapa, debería ser, y de seguro es, enorme.
Y a ti solo te queda decirle que, aunque él lo sepa, en tu caso, sea lo que sea que haga o le depare el futuro, camine por dónde camine, estarás siempre orgulloso de él, porque es tu hijo y porque es para estarlo. Y si te lo permite, además, estarás siempre cerca, para que pueda apoyarse cuando las fuerzas o el peso de la vida le hagan flaquear.
De momento una etapa más. Ahora a por la siguiente, de seguro superará con el mismo tesón y éxito.
Y siempre agradeces a todas esas personas que sabes, de alguna manera, le han acompañado en este camino que tampoco ha sido de rosas.
Nunca ha estado, ni estará, solo.
Las batallas no se vencen con una sola espada. Es el primer principio del liderazgo y él, ahora, ya es un líder.
Y te agarras a Él. Esa imagen Suya que cuelga de tu cuello, de un cordón de zapato. Y le das las Gracias de nuevo. No te abandona. Siempre Ahí. Recuerdas que anoche, antes de dormir, Le abrazaste con la mano y Le pediste, tras agradecer el día, porque las cosas le fueran bien, porque esa siembra diera el fruto esperado, que lo merecía. Y esta mañana, mientras dormías, llegaba esa noticia en forma de respuesta.
Decimos que ‘este es el único camino’, pero hay tantos caminos como radios pueden trazarse desde un centro.” Henry David Thoreau
No es creer que no nos equivocamos, que sí.
No es pensar que siempre estamos en posesión de la verdad, que no.
El silencio siempre está detrás del ruido de esos pensamientos y emociones, detrás de la distracción. Pero siempre está ahí.
Volvamos a nuestro interior.
Solo un buen líder entusiasma y pellizca hacia la acción.
Te das cuenta de lo mucho que te has perdido en estos años. Sus miedos, sus desvelos. Sus ansiedades. De esos momentos de euforia y alegría que no has vivido. Vivir todo esto de tu hijo es un lujo, pero tú no lo has vivido porque los fines de semana no se viven, se pasan. Tampoco es que antes lo vivieses diferente. Siempre trabajando, con esa responsabilidad y exigencia que te envolvía en lo profesional y convertía en un ajeno en lo personal. Nada de eso valió ni vale la pena, ya has perdido parte de su vida y también de la tuya.
Te quedas un rato pensativo, bajando por la calle Hortaleza, hasta que llegas aquí y abres el cuaderno junto al café y escribes las primeras líneas del día. Tiemblas, pero no escribes todo lo que deberías escribir. El resto lo guardas, para ti.
No olvides esas cosas que pensaste podrías olvidar. No eres así. Te creías diferente, pero no eres así.
Le has abrazado. Te has alegrado muchísimo de verle. Está igual. Te da igual el tiempo pasado. JH era, y de seguro es, un tipo genial, en aquel momento demasiado joven, como lo fuiste tú en su momento. Y N, su pareja y ahora madre de su hija, revolucionaria y cañera donde las haya, con un encanto arrollador y carácter particular. Una gran pareja, sí.
Ellos pensaron que les abandonaste. Tú simplemente desconectaste.
Pero es lo que la vida esconde. Ahora, tras estos años, ellos son una familia aparentemente feliz, que viven en Getafe con su niña, y aquella rebeldía suya -como tuviste tú en su momento- se ha convertido en una paz vital.
Y recorriste Madrid caminando, como siempre. Ese ansia por saber si gustarán.
Pero el cielo se encapotó, se volvió gris y llegó una de esas tormentas que esconden las pocas sonrisas que quedan.
¿Por qué desperdiciamos momentos?
Queremos más, queremos otros momentos, pero no los nuestros. Desperdiciamos ese presente que la vida nos ofrece.
Lo que nosotros queremos no tiene por qué ser querido por los demás, ni los demás ser como nosotros queremos que sean. Y eso nos decepciona. No hay decepción si simplemente admitimos, sentimos el momento tal y como es y no como nos gustaría.
Y te marchas. Y vuelves a recorrer Madrid. Y llegas. Y decides no subir a casa, como en aquellos años grises.
Entras en El Sube. Cuatro o cinco despojados como tú. Te pides un gintonic mientras tonteas con el móvil. Repasas fotos tuyas, de antes, de esa época política. Parece que fue ayer pero sabes que no lo fue.
Dejas la copa a medias y te vas, no te sabe bien perder el tiempo así. Ya has perdido demasiado.
Si no sabes lo que quieres difícilmente te ayudará la vida.
La vida solo te ayuda si lo pides, pero para pedir algo necesitas claridad.
Tener fe.
Piensas que bajarás al pueblo este fin de semana. Necesitas oxigenarte.
¿Qué hace realmente feliz al hombre?
¿Podemos ser felices, vivir en armonía, en una sociedad que se ha edificado en torno a la creencia del ‘tener’?
Pregúntale a Cristo, a Buda o a Sócrates, por poner el ejemplo de esos maestros y referentes tuyos. Escúchales. No, es la respuesta que te dan.
El dinero, la posesión, el poder, no son más que medios, nunca un fin.
El deseo de poseer es insaciable. El deseo genera frustración, ansiedad.
Están los padres y la hermana con el bebé que se convierte en el protagonista del fin de semana. Está para comérselo, ajeno a cualquier problema, en su vida, esa vida que ha comenzado libre de todos esos deseos, de todos esos sufrimientos y miedos que luego van creciendo en nosotros.
Contemplar a los abuelos, haciéndole arrumacos y carantoñas, también es vida. Reconforta verlos así, cómo han sido inyectados con esa dosis de vida en sus propias vidas, en esta etapa suya que ojalá se alargue en el tiempo lo máximo posible.
Caminar más, cada día más. Escuchar los pájaros, el viento acariciando los árboles. No pensar tanto, lo justo.
No juzgues.
No programes.
No anticipes.
Simplemente vive, es la mejor opción para aprender a vivir.
Lo viviste y lo disfrutaste en toda su intensidad. El pueblo, en familia, es todavía mucho más pueblo.
Y así, como sin pretenderlo, terminas la primera mitad del año y entras en un julio deseado; julio tiene sabor de verano.
En la foto están mis dos abuelos, en el corral de su casa, enjalbegado de aquella cal blanca. Es en blanco y negro. En ese corral que conociste, en la foto, no había un coche de alta cilindrada, pero ahí estaba el carro; no había leche de diferentes categorías y sabores, bien envasada en la nevera (que ni existía), a gusto de cada uno de la casa, pero ahí la cabra; no había parcela con árboles, césped y flores varías, que cuida un jardinero al gusto, pero ahí el corral; no había camisas ni chaquetas de marca, pero ahí las alpargatas y el blusón para cuando se volvía del campo. No había Mercadona, ni Corte Inglés, pero ahí la tienda de Gustavo, las gallinas para los huevos, la huerta. No había estudios, ni carreras, ni títulos -aunque para algunos, los más pudientes, los de la capital, los había-, pero ahí estaba el amor de la abuela y el abuelo para sacar adelante una familia. Y sí, de pueblo, de ese pueblo que no olvidas jamás porque es tuyo y en cada piedra siempre un recuerdo y una lección.
Una lección de humildad de toda aquella época, de aquella generación, que sacaron a sus familias adelante, a los que son nuestros padres, que luego, a su vez, también con esfuerzo, con penas, con sacrificio, con pocas comodidades, nos hicieron llegar a nosotros hasta aquí, a lo que somos ahora. Nos creemos más listos... pero piensas que algo más vacíos. O mucho más vacíos.
Y sí, claro que sí, fueron años duros. De seguro lo pasaron mal. Pero lo vivían de una manera diferente, el deseo y el ego no les había atrapado como a las generaciones que vinieron, o hemos venido después. Ahora, muchos lo pasan mal –o lo pasáis mal- por no tener el iPhone último modelo, o el coche o la casa no sé cómo, o por no ir de vacaciones a qué se yo qué lugares, y cuándo lo tienen, cuando lo consiguen todo eso, ya desean el siguiente modelo; se vuelve a desear. Y el deseo vence al Ser. El ego nos controla y los valores se van perdiendo, sin vuelta.
Debe ser la edad o, simplemente, la experiencia de la vida la que te hace analizar el camino, los muchos errores y pocos aciertos. Lo cierto es que es en días así, algo más tranquilos, a cubierto del ruido, cuando más reflexionas sobre todo esto.
Nos conocemos en soledad. En soledad nos obligamos a ese encuentro con nosotros del que siempre huimos. Cuando nos vemos obligados a la soledad, por los motivos que sea, es cuando realmente encontramos a nuestro verdadero Yo. Lo esencial de nuestro Ser. Pero no es fácil.
La única manera que conoces de valorar más a los demás, lo poco o nada que tengamos, es, en primer lugar, encontrándonos con nosotros y valorarnos como Ser esencial.
Soledad. Silencio. Eterna riqueza.
El silencio es un recurso para la reflexión, para el pensamiento, para el encuentro y la conversación con uno mismo.
El silencio se aprende.
Uno calla, escucha y aprende. Uno en silencio piensa, lee, crea.
Te dejas acompañar por Epicteto, por Epicuro, Marco Aurelio, y tu compañero de viaje Séneca, del que encuentro este texto...
"¿Puede haber algo más necio que el juicio de esos hombres que alardean de prudencia? Están afanosamente atareados en poder vivir mejor. A expensas de su vida construyen su vida. Organizan sus planes para un futuro lejano. Por otra parte, el mayor despilfarro de vida es la dilación: agota cada día como si fuera el primero, arrebata el presente mientras promete el porvenir. El mayor impedimento de la vida es la expectativa, que depende del mañana, y desperdicia el día de hoy. Dispones de lo que está puesto en manos de la Fortuna, desechas lo que está en las tuyas. ¿A qué aspiras? ¿Cuál es tu meta? Todo lo que ha de venir es incierto: vive al día. He aquí lo que proclama el mayor de los vates, y, como si estuviera inspirado por una boca divina, cante este saludable canto: 'Los mejores días de la vida son los primeros en huir de los desdichados mortales."
No hay que ir mucho más lejos para encontrar la verdadera sabiduría: el Ahora. No dejarse llevar por deseos materiales de futuro, acumulaciones que no garantizan la felicidad, sí la desdicha.
Dirías que te gusta más la preparación que la degustación, aunque siempre agradeces algún cumplido.
Hay quien dice que el dietario puede tener cierta dosis de narcisismo o exhibicionismo. Piensas, en tu caso, que es un modo de limpiarte el corazón, de purgarte.
Escribes para ordenarte.
Una novela cargada de filosofía de vida, de relaciones entre mujeres, de familia. Una novela de duelo, de esa pérdida irreparable de una madre. El cáncer, ese maldito cáncer que se lleva lo que más queremos.
Seguiré a esta autora que acaba de publicar otra novela en la misma editorial y que lleva por título ‘La seducción’.
Si volvieses a vivir el tiempo que has vivido ¿lo vivirías así?
Y se va el domingo.
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