Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 40
J/3.L
El símbolo del infinito tiene un potente significado espiritual ya que el número ocho tumbado simboliza la capacidad de la mente y el alma.
Representa lo infinito, el desarrollo continuo y el equilibrio. Armonía.
El símbolo pi, o número pi, en cambio se asoció a un número divino que da origen a todos los demás números y al universo entero, también al infinito. Todo el universo tiene un ciclo sin fin, donde el principio y el final están conectados y se complementan.
Realmente no tenías en mente utilizar estos símbolos en un tatuaje, pero va a ser que sí.
Tomas café. Te has levantado a la misma hora de siempre pero saldrás en un rato, cuando amanezca.
No tienes prisa. Te piensas tomar el viaje en plan relajado. Hasta la comida no tienes nada que hacer.
He caminado hasta encontrar un lugar donde comer después. Adelantado, arriesgo mi gusto por lo tradicional al del resto que, acostumbrados a ese ambiente académico, no evitan esas protestas o quejas que a mí ya ni me producen la más mínima atención.
Jaén es una ciudad pequeña, agradable, vigilada por el Castillo de Santa Catalina. Es una ciudad en cuesta, da la sensación de que siempre estás subiendo.
Cuántas veces, con tu amigo JLP, habéis hablado de esto. De lo gilipollas que habéis sido por no aprovechar más las circunstancias y oportunidades. Cuántas veces habéis dicho eso de que a partir de ahora os ibais a cobrar todos los favores hechos. Pero no has sido nunca así ni sabes serlo. No has sido interesado. Tal vez si lo hubieras sido estarías en una situación mejor… o tal vez peor.
Qué diferentes somos las personas, aunque seamos de la misma sangre.
Si has sido así, para qué cambiar.
Caminaste temprano por las calles de esta ciudad poco transitada por el turismo lo que consigue, si cabe, más bella.
Te sentaste un rato frente a esa inmensa Catedral. Contemplaste el templo preguntándote una vez más cómo algo tan hermoso pudo ser construido por el hombre. Cómo se mantiene en pie con el paso de los siglos.
¿Qué movía a aquellos constructores, aquellos maestros y aprendices? La fe.
Luego, más tarde, tienes esa jornada sobre Inteligencia Artificial. Es un tema que interesa, pero comienzas a saberte lo que cada uno de los ponentes dirán.
Esas conversaciones de sobremesa. Escuchas comentarios sobre las novedades políticas, pero haces que no escuchas. Así no te obligas a opinar. Cada uno lo ve desde su punto de vista, desde su fervoroso ideal. Cuando nos dejamos llevar por las ideas, razonamos poco. Defendemos lo indefendible.
Te alegra no posicionarte. Posicionarte generaría que no te viesen como profesional sino ideologizado. No estás en la edad.
Según el budismo (del que tanto bebo pero tan poco practico) cuando no hay obstáculos, no hay avance. Quiere decir que a veces, frente a esos obstáculos que surgen, debemos mostrar agradecimiento porque son una oportunidad más para superarnos y crecer. El budismo, su filosofía, enseña que enfrentar adversidades nos brinda la posibilidad de perfilar y pulir nuestra personalidad.
Esta semana he vuelto a aprender, una vez más, que las causas de nuestras inseguridades son producto de nuestros pensamientos, de nuestras palabras y de nuestras acciones. Por eso debemos reflexionar sobre nuestro comportamiento, sobre cómo corregirlo y la fuerza de voluntad para ello. Así los obstáculos se convierten en oportunidades para aprender, para crecer, para hacernos fuertes. En ese enfrentar a los obstáculos descansa la actitud que se tiene frente a ellos.
Has dormido bastante mal. Uno de esos ataques de alergia como hacía tiempo no tenías. No podías respirar. Aquí estás rodeado de cientos de miles de olivos en flor.
Saldrás sobre las nueve, tranquilo. Sabes que lo único que te inquieta es el túnel de Despeñaperros. Meterte ahí durante dos kilómetros te genera esa sensación de presión que a veces te paraliza: agorafobia. No puedes evitarlo, no sabes por qué te viene.
Llegaste ayer antes de comer y ya paraste poco en casa. Barriste los patios, ordenaste espacios. Te fuiste a tomar unas cervezas con esos pocos amigos que no están de siega.
Hoy vendrán los padres y comerás con ellos. Les esperas con esa necesidad que provoca poder el compartir momentos así con ellos.
Incorporar un hábito nuevo cuesta mucho al principio, pero una vez que lo hemos instaurado, el hábito tirará de nosotros.
Has caminado. Querías ver por última vez esas espigas doradas antes de que las cosechadoras las arranquen de la tierra. Muchas están segadas ya, otras no y generan ese color dorado que embellece los caminos que pisas.
¿Se puede vivir sin miedo? Crees que no, te parece imposible. No crees a aquellos que dicen no tener miedo a nada. Siempre se teme por algo y el miedo es positivo si lo utilizamos como tal. Hay un miedo que nos bloquea, que nos parece imposible superar, pero que de alguna manera nos hace más fuertes o al menos más prudentes.
El miedo es una emoción, nos pone alerta ante una posible amenaza o aquello que creemos una amenaza.
¡Miedo!
¿Quién no tiene miedo?
¿Miedo al fracaso?
¿Miedo a no terminar otro cuaderno?
¿Miedo a un examen?
¿Miedo a la verdad?
¿Miedo a las pérdidas?
¿Miedo a la realidad?
¿Miedo a un nuevo reto?
¿Miedo a no ser lo que los demás quieren que seas?
¿Miedo a que los padres no estén?
¿Miedo al qué dirán?
¿Miedo a no llegar a la meta?
¿Miedo a esa soledad obligada?
¿Miedo a no ser feliz?
¿Miedo a no levantar mañana?
Miedo... miedo.
¿Has dejado de tener miedo alguna vez en tu vida?
El miedo nos acompaña y no es bueno que nos abandone.
El miedo nos hace más fuertes.
El miedo nos mantiene alerta.
Hay un miedo natural, animal; el miedo que se siente frente a una situación de riesgo, una pelea, un atraco, un accidente. Hay un miedo que generamos internamente, ante la perspectiva de un hecho, a lo que pueda ser en un futuro pero que nadie, ni nosotros, sabe si sucederá porque son imaginaciones o pensamientos creados en nuestra mente: es nuestra fantasía, nuestra imaginación la que genera el miedo.
Aquí lo más importante es que si somos capaces de imaginar el peligro, también podremos poner los remedios, anticiparnos, para generar posibles soluciones a lo que pudiera ocurrir.
Caminamos y, desde muy jóvenes nos enfrentamos a diferentes situaciones repletas de incertidumbre que nos provocan miedo. Desarrollamos el miedo a perder, el miedo a ser rechazados, miedo al fracaso, miedo a morir. Pero también nos generan miedo los cambios: cambio de trabajo, de vida, de estudios... de todo. Todo cambio es un riesgo y todo riesgo implica miedo.
El miedo puede bloquearnos, el miedo puede retrasarnos en el camino, paralizarnos.
Hoy, mientras leías algunos textos filosóficos, tratando de no pensar en esos disgustos del día a día, me he dado cuenta que en los últimos tiempos, tal vez pasados los 50, es como si el miedo se haya apoderado de parte de mí.
Curiosamente el miedo te hace sentir inseguro y, en ocasiones, esa inseguridad se la trasladas a los demás de manera inconsciente. Un miedo insano.
Tal vez sea un miedo idealista, futurible, provocado por el mañana.
Creo que somos nosotros los que hacemos las cosas muy difíciles y eso termina por generarnos miedo, porque las cosas no suelen tener la importancia que le damos.
En ocasiones imaginamos un futuro que no es real y supeditamos toda nuestra vida a él normalmente en negativo. Quieres decir con esto que sufrimos por adelantado.
Deberíamos vivir más hoy y no idealizar tanto el mañana.
Los retos siempre generan miedo. Los nuevos proyectos también. Pero es un miedo sano, un miedo que merece la pena porque nos provoca prudencia, templanza. La valentía, en exceso, es una temeridad.
Pero es fácil decir, aconsejar. También hay que vivir.
Comiste con los padres, los tres. Hablasteis de unos y de otros pero, sobre todo, de los tíos. Al hablar de ellos demás no puedes evitar mirarles con emoción, asumiendo los años. Te emocionas. Intentas que no se percaten. Eres el mayor y el más raro de los tres hermanos. Los padres discuten entre ellos, refunfuñan. Siempre han sido así, gruñones pero llenos de amor, lo que para uno es negro para el otro blanco. Toda la vida juntos.
Los días así te encantan. No lo puedes evitar. Te gustaría volver a esos veranos eternos.
Tal vez por eso aquí estés tan a gusto. Es como si volvieses atrás. Tus amigos de antes, las calles, el pueblo. Los olores, los silencios. La cocinilla. Las golondrinas y la vida, tu vida.
¿Qué es la verdad? Cada uno tiene la suya.
Después de la comida un café y copa con el padre y ahora, mientras una de esas tormentas se arrima, te dejas llevar por el silencio y la lectura.
Tomas café, ya en la ciudad, y te vienen a la cabeza los problemas, los follones, los días, los tiempos.
Tenía razón el padre, te decía el viernes, durante la comida, que entiende que quieras huir al pueblo, rodearte de lo simple y sencillo, porque eso es lo que te llena, lo perfecto.
Eso te lleva a priorizar, a seleccionar, a elegir lo que quiero hacer con tu tiempo.
Tomar conciencia del tiempo es dar valor a lo que haces, no perderlo.
Hacemos muchas cosas porque nos toca hacerlas, no porque nos llenan. Las hacemos para quedar bien.
Somos seres temporales. Creemos que siempre vamos a estar bien y aquí.
Organizar el tiempo que tenemos, ese don que se nos da cada día, es valorar lo que hacemos. Lo que verdaderamente tiene valor.
Tener conciencia de lo escaso que es el tiempo.
¿Estás solo? ¿Hay Dios? ¿Hay vida eterna? ¿La nada es nuestro destino final?
No hay ninguna prueba de ello, por lo tanto estamos en el terreno de la fe, de la confianza.
Esperanza. ¿Qué espero yo? Un reencuentro, tal vez.
Comentarios
Publicar un comentario