Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 26
F/26.L
Desperté entre preocupado y enfadado. Más allá de mis momentos febriles de fin de semana, he dedicado demasiado tiempo a pensamientos ajenos a lo personal y que más tienen que ver con esas circunstancias que se producen en el ámbito laboral. Demasiado tiempo, demasiadas vueltas desde la impotencia, frente a comportamientos que sabes no son los adecuados.
Necesito la calma para pensar.
Quién solo habla de sí mismo, ignorando al grupo que representa, no es un líder, dícese de un interesado de sí y para sí.
No te comportes como no quieres que se comporten contigo.
Tu comportamiento no será el adecuado si tu percepción no lo es.
En tiempos, diría que desde pequeño, he sido un ‘protestón’. Mi madre siempre me decía, incluso ahora, que protesto por todo. Más tarde me tildaban de ‘mosca cojonera’. Solía opinar en todo aquello que no veía acorde con lo que pensaba. Algún amigo, con cariño, dice que soy un ‘toca pelotas’. De mis padres me llevé algún merecido pescozón, más adelante lo que me llevé fue más de un disgusto, alguno de consecuencias desagradables, simplemente por ‘protestar, por alzar la voz frente al poder establecido.
Ahora no he cambiado mucho, sigo siendo aquél, pero callo más.
Protestante, según la RAE, es el que protesta.
Cristo se reveló contra la herejía, como más tarde hizo Martín Lutero y de ahí, dentro del cristianismo, los protestantes: aquellos que no creemos en una iglesia señorial, aparente, institucional, de santos, de exhibiciones de poder, de elegidos a dedo. La Biblia y Cristo, nada más. Todos iguales.
Así que sí, soy un vulgar protestón, o protestante; y además masón.
Los que podemos permitírnoslo, muchos, hacemos cuentas y horarios para no excedernos porque a la mínima el recibo de la luz y el gas te desestabiliza el mes.
Conozco a más personas de las que están rozando el límite de la pobreza que de los que van sobrados. Algunos de los primeros, en ocasiones pienso cómo lo hacen porque ni yo mismo entiendo, con lo que ingresan, como son capaces de vivir.
El problema es que no nos enfrentamos a una situación momentánea, que cambiará. No. Esto no es momentáneo. Todo puede tender a peor con lo que los pobres siempre seremos más.
Esperanza. Esperanza e ilusionarse por pequeñas cosas que mantenga, o nos mantenga, esa vida que todos merecemos vivir.
Y mientras tanto, algunos de lo que todavía podemos poner la calefacción y tomar unos botellines de vez en cuando, valorar más lo que tenemos y quejarnos menos.
No pedir, no exigir, no suplicar. Agradecer.
Cada día tengo más que agradecer.
Los actos humanos, todos, se motivan fundamentalmente por dos emociones: amor y temor.
Hace un sol maravilloso. El cielo está completamente azul. He dado mi primer paseo y es posible que luego, al medio día, me de otro mientras leo.
Bajaré al centro a tomar el vermú y comer con los amigos.
Así debería ser ya, para mí, la vida. Ayer lo hablaba con los amigos P y M. No tenemos edades para estupideces ni experimentos. Lo sensato es ordenar lo que hay, resolver los cabos que queden sueltos y dejarnos ir con la máxima tranquilidad y paz.
Marzo comienza a florecer, se respira primavera que no es otra cosa que vida. Es el mes de la reconexión interna. Nosotros también florecemos.
Decía Séneca “¿De qué sirve el silencio en toda la región si las pasiones rugen por dentro?”
No busquemos la calma externa, jamás la encontraremos. Fortalezcamos nuestra calma interna para que así nada pueda perturbarnos por muy ruidoso que sea.
Debo hacérmelo ver, estar atento, comprobar, hacerme un seguimiento a mí mismo, de mi memoria.
Volviendo a casa pensaba que por todos los lugares por los que he pasado, con mayor o menor acierto, con más o menos tiempo de dedicación, he dejado grandes equipos pero, fundamentalmente, grandes amigos que son.
Me he equivocado con algunas personas, como de seguro esos pensarán haberse equivocado conmigo. Yo me llevo lo mejor, el reconocimiento de la amistad.
Y sí, algo de orgullo siento por ello.
Todos los días son un milagro porque todos los días podemos dejar de Ser.
Esta mañana despertaba junto a Kika, ese teckel miniatura que engrandece por el corazón y el cariño que aporta. Como todas las mascotas, se convierten en uno más de la casa, y su falta, cuando no están, provocan tanto o más vacío que el que deja una persona.
Sufrí mucho con la pérdida de Mozart. Sé que sufriré, seguro que más, la de Kika. Mozart era más independiente; Kika no puede estar sola y siempre encima, hecha un ovillo y dejándose acariciar. Siempre creando espacios de paz.
Todos hemos sentido ese incendio, esa tragedia del edificio que ardió en Valencia y que se ha llevado a 10 personas.
Parece que más de un centenar de mascotas fallecieron en el incendio. Estaban solas en sus casas, esperando, como cada día, a sus dueños. Ese día lo que llegó fue el fuego.
Mirando a Kika trato de ponerme en la piel de esas personas que se salvaron pero que desde la calle sabían que uno de sus seres queridos, su mascota, no podía escapar de esas crueles llamas. Se me ponen los pelos de punta.
Abrazo a Kika y en un susurro le digo que nos deje cuidarla por mucho tiempo porque todo ese tiempo servirá para no olvidar los estados de calma y paz que aporta.
Acercarte sin ningún mérito, recibir sin interés.
Depender de la confianza en Él.
Quiénes somos y quiénes queremos ser. Me gustaría ser ese niño que ve la vida únicamente con su corazón.
Esa luz es la que pretende dar sentido a mi existencia, esa luz que calma los dolores de mi mente y aplaca las emociones cuando se ponen tontas.
Tirado en el sillón, acompañado de hijo y Kika, paso la tarde viendo películas de esas de una absurdez extrema, pero que evitan que la mente piense y se enrede en lo que no debe.
Ese fue el día de ayer, y lo disfruté bastante.
El mero hecho de la existencia es confiar en esa verdad que inaugura nuestra libertad. Lo que nos impide ser libres es el miedo a perder. Sin darnos cuenta vivimos aferrados a todo.
Desprendernos de lo que nos sobra, de nuestros complejos, de esas creencias que nos limitan, de relaciones que nos intoxican, de todo aquello que nos atrapa sin sentido.
No es fácil ser libres.
De verdad que en ocasiones me extraño de mí mismo, cómo no resultaré extraño para los demás.
Con los años te das cuenta de lo que te has despegado de lo verdaderamente importante y lo importante es eso a lo que te agarras cuando las cosas no van bien a ti o a alguien de los tuyos.
Recuerdo una de esas crisis que tuve, una crisis como habrán tenido infinidad de personas y que tiene que ver con lo laboral. De la noche a la mañana parecía que todo había acabado, que lo había perdido todo y realmente lo único que había perdido era el trabajo.
Prácticamente todos los días subía al Cerro de los Ángeles. Allí, solo, en silencio, leía la Biblia y rezaba, oraba. Lo hacía a mi manera, pero lo hacía. Rogaba porque me devolviese la oportunidad de trabajar, de que no faltase nada a mi familia. En mi caso puedo decir que tenía una situación privilegiada, ordenada. Allí, frente a ese Cristo que parecía me escuchaba, en esa explanada, en lo alto del Cerro, oraba cada día mientras caminaba o me quedaba en pie mirando al cielo.
Tardo en solucionarse, pero se solucionó. Se hizo larga la espera, pero llegó.
Y luego volvemos a las rutinas, a los líos, a hacer todo aquello que habíamos perjurado no volver a hacer. Volvemos a alejarnos y olvidarnos de que en aquellos momentos Algo nos sujetaba y mantenía en pie: con fe y esperanza.
Ahora tengo necesidad de hacerlo, de volver. No tengo grandes problemas, por ello debo dar Gracias. Pero también me apetece orar por todas esas personas que quiero, porque quiero que ellos también sientan esa gratitud y que superen cada uno de los problemas que pudieran tener en sus vidas en este momento.
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