Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 17
D/25.L
Lo cierto es que tener el privilegio de pasarlo todos juntos, con los padres, ya es más que suficiente como para agradecer la vida.
Temprano he salido a caminar. Quería despejarme en esta mañana. Son fechas en las que no puedo evitar revolverme, en las que esas contradicciones se agolpan en mi cabeza y solo deseo que pasen para volver a la normalidad.
Tomo un café. La cafetería habitual, en la gasolinera, debe de ser la única abierta en la zona, está a rebosar. Me gusta ir solo. Todos saben de mis rarezas. Necesito de esa soledad, necesito de estos, aunque sean breves, instantes conmigo.
Los días buenos, los momentos felices, existen pero soy consciente de que al final los días malos vuelven.
Asumo que la infelicidad es una parte importante de mi vida. Sin ella no sería yo. Todo lo negativo te ayuda a evolucionar como persona y hacerte más fuerte.
Hay placeres momentáneos que son maravillosos -el día que consigues un libro que buscabas, o te compras el último modelo del iPhone-, pero son eso, momentáneos. Se van.
Centrarse en lo que verdaderamente tiene significado en tu vida, en lo que te genera energía, eso es lo importante en el día a día.
Mi vida es de esas en las que no todas las piezas han encajado, eso no quiere decir que no disfrute de una vida más o menos buena. Cómo para quejarme. Cuando una pieza no encaja, si puedo, trato de pulirla hasta que encaje perfectamente; si no es posible, simplemente dejo el hueco y ya está. La pieza que más desencaja en este edificio mío, de mi vida, y por ello más me dedico a pulir soy yo mismo; si uno mismo no encaja, difícilmente encajaran los demás.
Todos tenemos limitaciones. Supéralas.
Siempre piensa en grande.
Cada fracaso es un aprendizaje.
Camina. Da pequeños pasos. Siempre en acción.
Que todas las personas que te rodean sean positivas.
Devuelve a la sociedad todo lo que te ha dado. Agradece. Ayuda.
¿Qué atendemos? ¿A qué atendemos primero? ¿Qué dejamos para luego? Hay pocas cosas que hacemos porque lo hacemos, en cambio es posible que estemos dejando de hacer lo que importa. ¿Qué te importa?
Mientras los radiadores cogen calor yo camino leyendo; o escribiendo esto para reflejar que no todo es lo que parece. Hace tiempo dejaba la calefacción encendida, a una temperatura media, todo el día, aunque nadie estuviese en casa. Y ¿para qué? Llegaba y me acostaba. Como ahora. La diferencia es que a veces, hoy, me dan ganas de acostarme vestido bajo el edredón de lo fría que está.
Pedí un botellín de Mahou y un montado de tortilla francesa. Frente a mí, un grupo de chavales hablaban vociferando, así se entenderían mejor, mientras cenaban unas raciones de bravas y alitas de pollo. Saqué ese libro de tapas amarillas en el que me pierdo estos días, ‘Fortuna’, de Hernán Díaz.
Noté que me miraban. Murmuraban y volvían a mirar. Realmente había decidido parar a picar algo para así llegar a casa y meterme bajo el edredón directamente. Lo que debía ser un momento de paz y tranquilidad, en el final de la jornada, se estaba convirtiendo en algo molesto e incómodo.
No pude aguantar y les pregunté en un tono bastante serio. “¿No habéis visto nunca un libro?”. Risas. Miradas de unos a otros. El que aparentaba más edad, lanzado y en plan chulo me contestó: “eres clavado a nuestro profesor”. Imagino que al profesor también le tutean. Lo mejor era cortar cuanto antes la situación porque no me iban a dejar tranquilo. “Digamos que vuestro profesor es clavado a mi así que después de las vacaciones se lo decís.” Me reí y, de algún modo, conseguí siguieran a lo suyo.
La barba, esa barba blanca que nos hace a unos y a otros de parecidos razonables, pero no iguales.
Terminé mi botellín, mi montado y mis cuatro o cinco páginas de esta fabulosa novela y a casa.
Escenas navideñas.
Pensamos en el poco tiempo que tenemos o en el mucho que perdemos. Pensamos en el poco tiempo que dedicamos a lo importante y en lo mucho que dedicamos a lo superfluo.
Ahora que se nos ha ido el año con los deberes prácticamente sin hacer, ahora que vemos acercarse el 2024 y anotamos tantos y tantos propósitos, muchos de ellos son los mismos porque no hemos tenido tiempo de cumplir. Ahora que contemplamos con emoción ese tiempo en las canas y arrugas de los padres, nos damos cuenta, con emoción, el poco tiempo que dedicamos a sentirles, a escucharles o, simplemente a mirarles.
Cuánto privilegio tener a tus familiares cerca y qué poco valor le damos. Nos enternece cuando escuchamos o leemos historias de familias que, por circunstancias, viven separados en la distancia y en el tiempo, y no pueden verse más que a través de una pantalla del ordenador. Qué poco valor damos otros a lo nuestro.
Estos días se recuerda a los que no están y nos miramos dentro con un profundo arrepentimiento de no haber dedicado más tiempo a verles, a hablarles.
Leí hace tiempo un articulito en el que se preguntaba algo así: "¿cuántas horas te quedan con tus seres queridos?". Qué pedazo de pregunta. Qué sabe nadie cuanto tiempo nos queda, pero qué sabe nadie, también, cuánto tiempo queda a aquellos que nos importan.
Entonces, por qué si podemos, por qué mientras estemos vivos ¿no dedicamos más tiempo a mirarles y sentirles? Por qué algunos, que tenemos el privilegio de la cercanía, no encontramos nunca tiempo para estar ahí, junto a ellos, y en cambio si encontramos tiempo para envolvernos en el ruido o las compañías que no importan nada.
No nos paramos a pensar en lo frágiles que somos, que no somos permanentes. Todo es impermanente y todo tiempo perdido no se vuelve a recuperar.
Uno lleva en su mochila, con los años, un cúmulo de culpas que le van pesando y de las que cada vez se le hace más difícil desprender. Tal vez una de esas culpas que más pesa sea la del tiempo. El tiempo mal aprovechado, mal atendido. El tiempo desperdiciado, ese que no vuelve. El tiempo no dedicado a esas personas importantes y sí dedicado a esas otras cosas que, al fin y al cabo, no lo eran. Porque sólo con el tiempo te das cuenta que todo puede esperar, menos aquello que importa.
¿Por qué no despertamos de una vez? ¿Por qué no vivimos de otra manera? Se puede vivir de otra manera. Se puede vivir valorando el tiempo. El tiempo es amistad, es amor, es solidaridad, es vida. Al igual que nos dedicamos a perder el tiempo fácilmente, podemos dedicarnos a recuperar momentos de tiempo excelente.
La casualidad me hizo coincidir ayer con un par de amigos con los que hacía tiempo no compartía almuerzo y conversación. La sobremesa, entre chascarrillos, se alargó hasta la cena. Entre medias, entre vinos, otros se sentaban, iban y venían, contando penas o victorias del año. Cómo me gusta escuchar a la gente, saber de sus vidas, preguntarles, hacerles cómplices de sí mismos, revolverles y sacarles confidencias que incluso sin conocerte de nada, dejan en el mantel de la mesa. Unos son amigos, otros es la primera vez que ves y, posiblemente, no volverás a ver. Es como si les robase parte de sí. Analizo, reflexiono, sin ellos pretenderlo me dicen cómo son. Es como una sesión coaching pero sin que ellos lo sepan.
Todos tenemos una historia. Cada vida es como una novela que se va escribiendo sin pensarlo, sin un guion preestablecido. Ni juzgo ni me gusta que me juzguen. Nadie es mejor ni peor. Cada uno de nosotros actuamos como creemos debemos hacerlo. El porqué de nuestras decisiones solo lo conocemos nosotros.
Continúo con indecisión. No sé si bajar mañana al pueblo a despedir el año con los amigos. Me apetece pero, por otro lado, puede ser una paliza. Allí las sesiones suelen ser largas.
No he ido a Minaya. Creo es lo más inteligente. Me apena bastante. No puedo ni debo estar en todo y menos forzando la paliza.
A las cinco y media estaba despierto, pensando qué hacer. Ya no he podido dormir, así que he esperado el amanecer, que despertara el día, leyendo en la cama.
Es una característica que consiste en tener y mostrar una opinión exageradamente buena de sí mismo.
Era Aristóteles quien calificaba a los vanidosos de necios e ignorantes, que “se adornan con ropas, aderezos y cosas semejantes, y desean que su buena fortuna sea conocida por todos, y hablan de ella creyendo que serán honrados”. Ética nicomaquea.
He desayunado y he caminado, viendo este último amanecer de este año 2023.
Luego bajaré a tomar ese último vino con los amigos de aquí. Despedirnos. No cometeré el error del año pasado, alargarlo hasta casi antes de ir a cenar.
No pienso hacer balance de lo que ha sido el año. No ha sido fácil, pero como en todo, ha tenido sus partes buenas y positivas.
Tiendo a acumular preocupaciones, algunas justificadas pero otras son parte de esos miedos y obsesiones míos.
En este año que comienza me gustaría aprender a decir más veces que no y así empezar de una vez a preocuparme más de mí.
Seguro que me equivocaré muchas veces. Meteré la pata otras cuantas, pero intentaré, como siempre, hacer las cosas lo mejor que sé y pueda.
Este año he aprendido, por ejemplo, que las personas somos diferentes unas de otras, que cada uno pensamos de manera distinta, que tenemos nuestras razones y nuestra verdad y que debemos respetarnos más unos a otros.
He aprendido a perdonar más que a perdonarme; esto segundo es una asignatura que dejo en suspenso para el próximo año, a ver si consigo el aprobado.
He aprendido a valorar más ciertas cosas que antes ni siquiera contemplaba, pensaba que todo lo importante está más fuera que dentro. Me queda mucho camino por andar, espero, pero sé lo conseguiré.
He aprendido que el mundo está lleno de buenas personas y que para serlo simplemente tenemos que Ser uno mismo y no aquello que los demás quieren que seamos.
He aprendido que no hay que prometer, que simplemente hay que hacer. Las calles están llenas de promesas incumplidas.
En este año he aprendido que todo ocurre por algo. Absolutamente todo, nada es casual.
He aprendido que si tienes un problema lo mejor es solucionarlo cuanto antes, si lo dejas pasar ese mismo problema terminará convertido en un problemón, posiblemente sin solución.
Y aprendí también que por muy fuertes que nos creamos, somos seres frágiles y vulnerables y a la mínima de cambio nos apagamos.
He aprendido que aunque creamos que lo que a nosotros nos pasa es lo peor del mundo, siempre hay algo ahí fuera todavía peor.
He aprendido que hoy será un año más, pero también un año menos.
He aprendido que a veces las mariposas se posan y si las miras te regalan sonrisas.
He aprendido que se aprende más de la derrota que del triunfo.
He aprendido que por ahí andan sueltos seres despreciables que deberían estar encerrados para siempre.
He aprendido que la lealtad y el cariño que generosamente te ofrece un perro, normalmente es impagable.
He aprendido que puedes finalizar el año con un montón de propósitos para el siguiente, pero si no te comprometes la lista continuará siendo la misma al finalizar el próximo.
He aprendido que los instantes valen mucho más que los días.
He aprendido que no se puede estar disperso. Que hay que prestar atención a lo que se hace y no andar de un lado a otro dejando las cosas a medias.
He aprendido que el poder real está dentro de uno mismo, nunca viene de fuera.
He aprendido que la verdadera riqueza solo se consigue viviendo las virtudes de la honestidad, la humildad, la disciplina y la integridad.
He aprendido que la mejor medicina para cuando te entran ganas de rendirte es continuar.
He aprendido que te enriquece más dar que tomar.
He aprendido que uno siempre puede superarse y ser más imbécil de lo que es habitualmente.
He aprendido que el campo es buen compañero de soledad.
Qué los libros, y escribir, se han convertido en una parte inseparable de mi ser.
He aprendido que la verdad no está en ninguna parte ni nadie es dueño de ella. La verdad es la que se busca dentro.
He aprendido que esos días en los que deseas no haber nacido, lo mejor es salir a la calle y enfrentarte a ellos como si nada.
He aprendido que el liderazgo es cosa de uno, no de los demás.
He aprendido que somos responsables de todas nuestras acciones, pensamientos y emociones. Si nos controlan no nos controlamos.
He aprendido que tener 55 años no te hace más sabio sino que te puedes dar cuenta de lo tonto que eres.
Qué no tiene por qué mandar el mejor, ni el más listo, sino el que llega.
He aprendido que la fe es la principal estrella que tenemos.
He aprendido que el poema es de quien lo escribe y nunca de quien lo lee.
He aprendido que cuando no tienes ganas de reír y te ríes, el mundo se llena de mariposas.
He aprendido que tener un euro de más no te da la felicidad.
He aprendido que puedes recuperar todo lo que desees menos el tiempo.
He aprendido que una madre y un padre siempre están, aunque no te den la razón.
He aprendido que lo que no ves, es culpa tuya porque miras hacia otro lado.
Qué lo importante en una carrera es llegar, no el puesto en el que quedes. Qué no por correr se llega antes.
He aprendido de mi hijo, aunque nunca se lo reconozca.
He aprendido que hay personas con tanto corazón que se han ganado ya el universo.
He aprendido que no hace falta lo más grande sino la esencia de lo importante.
He aprendido lo importante que es tener hermanos, aunque te cueste expresar lo que sientes.
He aprendido que soy incapaz de no preocuparme por los demás y capaz de despreocuparme de mi.
He aprendido que la mente es tan difícil de entrenar como el cuerpo. Pero sin una mente entrenada ni piensas ni tomaras las decisiones correctas.
He aprendido del valor y privilegio que tiene el tener un puñado de amigos. Pero no de esos que te dan la razón siempre o te acompañan en los momentos de jolgorio o alegría, no, Amigos de esos que te dicen que eres un gilipollas pero seguidamente te dan un abrazo para decirte que adelante y que ahí están para lo que sea.
He aprendido que todo hay que pensarlo antes, porque somos responsables de nuestras decisiones pero también de las consecuencias.
He aprendido que en los proyectos nunca puedes ir solo.
He aprendido que llorar no es ninguna vergüenza sino la mejor manera de darte cuenta que eres humano.
Y he aprendido que mientras haya vida todo puede ser susceptible de cambiar o mejorar. Que jamás hay que dejar de intentarlo ni mucho menos rendirse.
He aprendido que en la vida no existe la suerte, existe el riesgo, la valentía y el esfuerzo. Nadie te regala nada.
He aprendido que cuando cae la noche y todo se oscurece, lo mejor es dormir y dejar que amanezca, porque siempre vuelve la luz.
He aprendido que todo es impermanente y que aquello por lo que creemos estar luchando tal vez es lo que nos va quitando un poco de vida cada día.
A todos los que de una u otra manera, me han acompañado en este año, solo puedo darles las gracias por haberme hecho aprender.
Perdón también a los que en algún momento he defraudado, porque de eso sí he aprendido algo: a no saber perdonarme.
Pero yo seguiré aprendiendo...
Y cualquiera dirá: “¿si has aprendido tanto, el año que viene, entonces, serás muy listo?” Pues posiblemente continúe siendo el mismo tonto de siempre.
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