Pues ya por aquí, de vuelta desde el lunes pasado a lo aparentemente normal, que siempre defenderé es lo anormal. El fin del verano, de ese espacio en el que parece que el tiempo corre más lento, sin prisa, es como el inicio del año: venimos cargados de buenas ideas, proyectos y propósitos que no siempre, o nunca, cumplimos. Los que tenemos ese privilegio del descanso en agosto tratamos, en mayoría, de aprovechar para ordenarnos nosotros mismos a la vez que ordenamos nuestros pensamientos. Pensamos más; profundizamos y reflexionamos más. Mi verano ha sido, en general, familiar. No hago grandes cosas, simplemente disfruto de lo que tengo y que, de una u otra manera, es lo que los años de esfuerzo y trabajo me han permitido. No hago viajes ni visito nuevos lugares, pero estoy en mis rincones favoritos que no dejan de ser, siempre, pueblos: uno con mar y otro rodeado de campos sembrados. Ambos maravillosos aunque, por preferencia y raíz, me siento más en los campos de Minaya. En lo pueblo...