29.08.2021... Vuelta al día a día.

Pues ya por aquí, de vuelta desde el lunes pasado a lo aparentemente normal, que siempre defenderé es lo anormal.

El fin del verano, de ese espacio en el que parece que el tiempo corre más lento, sin prisa, es como el inicio del año: venimos cargados de buenas ideas, proyectos y propósitos que no siempre, o nunca, cumplimos.

Los que tenemos ese privilegio del descanso en agosto tratamos, en mayoría, de aprovechar para ordenarnos nosotros mismos a la vez que ordenamos nuestros pensamientos. Pensamos más; profundizamos y reflexionamos más.

Mi verano ha sido, en general, familiar. No hago grandes cosas, simplemente disfruto de lo que tengo y que, de una u otra manera, es lo que los años de esfuerzo y trabajo me han permitido. No hago viajes ni visito nuevos lugares, pero estoy en mis rincones favoritos que no dejan de ser, siempre, pueblos: uno con mar y otro rodeado de campos sembrados. Ambos maravillosos aunque, por preferencia y raíz, me siento más en los campos de Minaya.

En lo pueblos, como el mío, se camina lento. No hay prisa. La gente no se aparta de la calle para que pase un coche.


Este año he tenido una inesperada plaga de avispas en los porches. No sé si el sofocante calor habrá tenido que ver algo. Pero ahí estaba el alcalde, con su buen hacer, a las 7 h de la mañana, enfundado en una especie de traje de astronauta rural, blanco, para echar esos líquidos desinfectantes en los tejados, acordes con los protocolos medioambientales y la ecología, para intentar erradicar a esos seres molestos que pudieran fastidiarte la tarde con su picadura. Es como son las relaciones en los pueblos.

Las caminatas con mi padre, a hora temprana, por esos caminos llenos de historias de los abuelos, bisabuelos y tatarabuelos. Pasos a buen ritmo pero tan puramente especiales que cuando termina el mes y llega el último, antes de volver a la ciudad, la tristeza te impregna mientras ruegas a Dios que te vuelva a permitir, otro año, el siguiente, volver a caminar junto a él.

Las comidas de la madre, que a pesar del desgaste de los años, prepara a conciencia desde la mañana, con la única ilusión de que todos disfruten del guiso tanto como ella ha disfrutado al cocinarlo. Imposible no venir con algún kilo de más.

Los futbolines con mi hijo, en ese local que A. tiene a bien abrir diariamente, aunque solo sea para esos 3 ó 4 valientes que atravesamos las calles del pueblo pasados los 42º C, ese lugar en el que muchos años atrás las pandillas lo abarrotábamos en verano, en el café tras la comida, al igual que el resto de locales que había abiertos. Ahora los jóvenes echan la siesta mientras se envían mensajes ininteligibles por whatsapp.

He despertado cada día con ese orquestal canto de los pájaros que en cuánto amanece, te avisan de que está para vivirlo.

La puesta de sol más bonita del mundo está en Minaya, al igual que ese amanecer sobre las aguas del mediterráneo.

El verano es tiempo de nostalgia, lo sé. Echas la vista atrás. Te das cuenta, mirando a tu hijo y a tus padres, de que envejeces. Quieres verlos siempre ahí, bien. Quieres envejecer bien, eso te asusta. En parte tú eres responsable de cómo ocurra. A veces sientes miedo, no tanto por ti que, a duras penas, más o menos, llegarás. Sientes miedo por ellos a los que los años les caen como losas. Y sientes miedo por él, por ese hijo que es lo más importante, que todavía universitario no ha comenzado a caminar en esta selva asfáltica.

Y mientras, hueles y tocas las cebollas que cogiste la noche anterior en las tierras del amigo J. Ese olor a tierra amarga, a campo, que te envuelve. 

No sé si aquellos tiempos eran mejores, los de los padres, seguro que no. El abuelo Santiago merendaba, lo recuerdo como si fuera ayer, en el patio, sentado en una silla, tras afeitarse a navaja, pan y cebolla. Comía sano, se diría ahora, ni fumaba ni mucho menos bebía, y murió joven, consumido por el puto cáncer tras haber vivido una guerra civil, superado las dificultades de una postguerra y sacado adelante a cinco hijos. 

No eran tiempos mejores, ni mucho menos. Simplemente todos eran diferentes, pensaban diferente, tenían problemas diferentes y, en los pueblos, el que más y el que menos, tenía un techo y algo que echar al estómago en el día.

Los pueblos son lo diferente, nos damos cuenta tarde.

Pero todo esto lo iremos desarrollando durante el curso. Hoy quería volver a escribir unas líneas. VOLVER. Volver a la rutina. Volver con ilusión, motivación y propósito.

Sentir que aquí, cada día, aguarda esa alegría que en forma de mariposa me acompaña con su sonrisa.

Lo que pensamos y el cómo lo pensamos, es imprescindible para la calidad de nuestra vida. De ello depende nuestra paz mental y, por ende, nuestra felicidad.

Hay que entrenar la mente.

Necesitamos conocernos.

Gestionar tus pensamientos, gestionar tus emociones.

El temor al futuro te paraliza o, por el contrario, te puede hacer dudar.

No pensemos más que haciendo un ahora con propósito, generaremos un futuro en paz.
No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Romanos 12: 2
Feliz vuelta.

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