27.06.2021... Reflexiones rurales I

El monje budista tailandés, Ajaan Fuang, dijo que "todos queremos la felicidad, pero por lo general no nos apetece cimentar las causas de la felicidad. Lo único que queremos son los resultados. Pero si no nos tomamos en serio las causas ¿cómo vamos a hacer que lleguen las consecuencias?"

Leo este pequeño texto casi a la vez que regreso del pueblo, de Minaya. Según lo leo, en ese momento presente, consigo ver su significado más elocuente: para ser feliz debemos conocer el por qué no lo somos.

Mi defensa de lo rural, del pueblo, es una defensa egoísta que no tiene por qué ser compartida. Cada uno tiene su paraíso, unos en el ruido, otros lo tenemos en el silencio. 

Encontrar el paraíso, tener tu paraíso, es curarse de todo el daño que uno mismo se hace en su conciencia, en su alma. 



Cultivar el momento presente, lo pequeño, lo concreto, la soledad que puede ser acompañada. Todo eso y más, es lo que siento cuando llego al pueblo y es todo lo que pierdo cuando vuelvo a mi día a día en la ciudad.

Tal vez por eso, entiéndase, reivindico el valor de los pueblos y el volver al pueblo.

Los que tenemos el privilegio de conocer la vida en los pueblos, los que provenimos y no renunciamos de familias de agricultores, de pueblo, sabemos que no es fácil vivir en el campo, del campo. Tampoco lo es la vida en los pueblos. No me refiero a esos pueblos de costa o del interior, entregados al turismo. Me refiero a esos pueblos de toda la vida, de las dos castillas, aragoneses o extremeños, gallegos, donde los inviernos son interminables y donde el tiempo parece les ha dejado olvidados de la manos de los dioses.

Son pueblos que eran, pero dejaron de ser. Que se van vaciando y dejando hogares que lo fueron al vivir de las almas del pasado.

Sergio del Molino, en su excelente obra La España vacía, publicado en 2016, en el que abordaba las carencias sociales y económicas relacionadas con el desigual reparto de población, acuñó el término ‘vacío’ para referirse a esa otra España nuestra. Consiguió activar conciencias, consiguió que se comenzara a visualizar un problema que venía de atrás y que se incluyese en la agenda pública.

Vacío, es un sitio o lugar con menos gente de la que puede concurrir a él.
Vaciar, es la acción que empieza y termina. Es un proceso, en este caso de vaciamiento.

La despoblación en los pueblos no ha ocurrido por una circunstancia natural (inundaciones o terremotos), sino por el hombre.
Ha existido una transformación provocada por nosotros. Esa España está vacía porque ha sido vaciada.
Hago esta reflexión, única y exclusivamente porque me quiero referir en esta cuestión más a la España vaciada que a la España vacía (espacio, momento).

A algunos, cada vez más, esta situación a la que hay que poner freno, nos causa una gran tristeza. Somos conscientes de que dejar perder los pueblos, dejar que se vacíen, sin más, es perder la esencia de España: sus raíces, su historia, su naturaleza, su paz vital.

Mis padres, como cientos de miles, emigraron del pueblo a la capital con el ánimo de prosperar, progresar y ofrecer a su familia unas comodidades y oportunidades que ellos no habían tenido. Eran hijos del campo, con una mínima y sacrificada educación que en la gran mayoría no pasaba del graduado escolar de entonces.
El que quedaba en el pueblo era el fracasado, el que no quería prosperar en la vida o el que se veía obligado a no abandonar las labores en las tierras porque se perdían.

En la capital, con horas y horas de trabajo y esfuerzo, rápidamente se olvidaban las alpargatas que se sustituían por unos cómodos zapatos y calcetines; el gorro de segador que cubría la cabeza del sol en verano, era sustituido por la gomina que peinaba y hacía brillar el cabello. Así, el fin de semana, cuando se volvía al pueblo, parecías más el señorito que aquél que un día se fue.

En resumen, así desde los años ’50 del pasado siglo, los pueblos se fueron vaciando como una errónea estrategia para acumular población en las grandes ciudades y sus alrededores, que ofrecían mejores servicios, mejores infraestructuras y mayores oportunidades de trabajo.

Y así es, hasta la fecha, donde las grandes ciudades y sus áreas metropolitanas viven de la aglomeración, el ruido, los atascos, los humos y, eso sí, con una gran oferta de ocio, buenas comunicaciones, dotaciones educativas y sanitarias acorde con el número de habitantes. Esto es lo que conocemos de la vida urbana, otra discusión sería si todo eso es la vida ideal.

Y aquellos padres lograron parte de su objetivo, y digo parte. Sus hijos estudiaron, en su mayoría, carreras universitarias, todos tienen una profesión con la que ofrecer a los hijos de los hijos, los nietos, comodidades de todo tipo (en exceso) y acceso a universidades con un sin fin de Grados, en su mayoría sin un contenido lógico de futuro.

En las casas tenemos varias televisiones, electrodomésticos de todo tipo, teléfonos móviles y tabletas que nos hacen la vida más controlada y dependiente y, en algún caso, además, apartamento en una de esas playas masificadas en donde nos volvemos a encontrar con el mismo vecino pero, en esta ocasión, luciendo bañador y bronceado.

¿Y el pueblo? 

"¿Pueblo? ¿Pero existen los pueblos sin playa? ¿Eso qué es? Ah... ¿de donde eran tus abuelos? Eso es de paletos. Mis hijos deben juntarse con los de aquél vecino que los lleva internados en verano a Brighton a que mejoren el inglés, aunque jamás conozcan ni sepan que si no se siembra y trabaja la tierra, el campo, no comemos."

¿Quién ha vaciado los pueblos? Nosotros.

Abandonar el pueblo es abandonar el patrimonio, el alimento y la cultura que nos sustenta.

La ciudad tutela al pueblo, el mayor cuida del chico. El chico se pone la ropa usada del mayor.

Existe una ruptura entre ser humano y mundo rural.
El pueblo tiene nombres y apellidos, sus gentes. Están ahí todavía muchos de ellos.

La ciudad tiene problemas, no solo de masificación, sino de contaminación, de desigualdades apremiantes, a los que podemos añadir los que acumulan sus habitantes por un sistema de vida competitivo, agresivo, rápido: ansiedad, estrés, frustración.

El medio rural, el pueblo, atesora todo lo contrario: calidad de vida natural.

Agricultura, ganadería = alimentación de las ciudades.

La economía de los pueblos está basada, principalmente, en el aprovechamiento agrícola y ganadero.

¿Tenemos un problema? Todos tenemos un problema. Los urbanitas y los ruralitas, las personas del medio rural y las personas del medio urbano: unos por deceso de habitantes, otros por exceso y necesidades de alimentos.

El mundo rural ofrece oportunidades si las queremos ver y poner en valor: espacio, calidad de vida. A lo mejor no hay grandes centros comerciales ¿para qué? Si necesitamos algo que no tengamos a mano vamos al municipio más grande y cercano y ya está.

Tomar la decisión de vivir en un pueblo o hacerlo en una ciudad es algo muy personal. No es una decisión fácil y depende, por supuesto, no solo de las apetencias personales sino de las circunstancias vitales de cada uno.

Yo que, circunstancialmente, vivo en un municipio grande, cercano a una capital, pero que trato de equilibrar mi vida pasando tiempo en un pueblo, el mío, voy a defender y promover siempre la vida rural.

Además quiero poner en valor a todos aquellos que han decidido quedarse en el medio rural, con las consecuencias que ello conlleva, como ejemplo para esos otros que tienen dudas o están pensando en instalarse en un pueblo.

¿La vida en un pueblo es idílica? No, ni mucho menos. ¿Dónde lo es? La vida en un pueblo tiene sus dificultades, sus problemas, pero la dimensión es diferente.

Está claro que si lo que te gusta es vivir entre ruidos, tragando humo y subiendo y bajando continuamente escaleras mecánicas, aterradas de gentes, de un centro comercial, no te vayas a vivir a un pueblo porque el exceso de silencio, la tranquilidad, la paz, el respirar oxígeno puro, te puede generar depresión.

Vivir en el pueblo, con tu conexión a internet por si debes o deseas trabajar desde allí, te aporta calidad de vida, aire, alimentación, amplitud y comodidad en las casas...

Volver al pueblo no es un fracaso, te lo digo yo, en estos momentos es una decisión inteligente.

No hace mucho que el actual gobierno de España presentaba el Plan de Medidas ante el Reto Demográfico bajo la premisa de "establecer una agenda efectiva de igualdad y cohesión en una recuperación verde, digital, inclusiva y con perspectiva de género." Más de 10.000 millones de euros cuya finalidad es luchar contra la despoblación reforzando vínculos rurales y urbanos.

Conectar aldeas, pueblos y pequeñas ciudades con grandes zonas urbanas resulta fundamental.

Nunca es tarde si la dicha es buena. Hay mucho por hacer. Pondré en valor cualquier medida venga de donde venga.

Hay estigmas que vencer. Barreras que superar incluso,  educativas.

Hay que fomentar la natalidad: si no hay población no hay futuro.

Muchos se ven obligados a marcharse de los pueblos por falta de infraestructuras, de dotaciones y de incentivos.

Hay que promover el consumo de productos/alimentos de proximidad. Debemos comprar en los pueblos, en la tienda del pueblo y no marchar, con todo mis respetos, al Mercadona/Aldi (o el que sea) del municipio cercano.

Ofrecer suelo industrial gratuito para atraer empresa/industria que invierta y genere empleo local.
Potenciar el turismo interior.

Poner en valor el Nuevo Ruralismo: la calidad de la vida en el pueblo.

En fin, sé que a veces escribo tonterías o reflexiones vagas de lo que me gustaría fuera. No todo es fácil, lo sé, lo conozco y reconozco.

Sé lo que no ha funcionado, lo que no genera paz, al menos a mi: la vida en la ciudad.

Conozco perfectamente lo que me hace sentir bien, en paz: la vida en el campo.

Pondré mi granito de arena para que esos pueblos que todavía viven, no terminen por morir por la desidia de unos y de otros.

Y... continuará.

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