28.01.2018... El reflejo del cristal...

Últimamente no soy yo. Lo sé. Ni pienso, ni escribo como creo o quiero. Tal vez, también, ni sienta ni actúe como debo.

Tampoco voy a adornar por aquí nada, ni vaciar mis excrementos mentales en esta noche de soledad laboral.


Suelo quedarme en mis adentros lo más personal y, tal vez, cuestionable; posiblemente buscando esa intimidad que va desde la exigencia, a la crítica de uno mismo; de la culpa al perdón personal. Para caminar hay que aprender también a perdonarse.

Hoy en el tren, mientras viajaba, con la cabeza apoyada en el cristal buscando la velocidad de la vida que pasa sin pretenderlo, me he sorprendido reflejado, cabizbajo.

Es curioso cómo cuando anochece muchos van mirando en el cristal esos reflejos que no dejan de ser uno mismo.

Son figuras que viajan a la misma velocidad que nosotros. Somos nosotros, es nuestro yo. Ese yo que nos sigue a todas partes y que solo de vez en cuando decidimos parar, detenernos y mirarlo.

Tal vez me guste más el yo de mi infancia y mi juventud que el de ahora, con la barba llena de barro y los ojos inflamados en años. Ahí están todos los errores y fracasos, pero también algún que otro éxito y momento de alegría. 

Mirándome así, en ese reflejo, veo más de lo que quiero o deseo ver. Porque cuando nos miramos frente a frente vemos lo que hacemos o lo que hemos dejado de hacer. Nos vemos.

¿Cuántas veces en el suelo? ¿No son ya demasiadas? ¿Cuanto daño, tal vez, en tu caminar?

Es curioso que así, frente a frente, pocas veces salgan nuestras virtudes, nuestras victorias, nuestras sonrisas. Esa tendencia a castigarnos y exigirnos, a culparnos de todo, por todo y para todo.

Tal vez así, en el final del viaje, cuando bajamos del tren, muchos pensemos que nos hemos encontrado con un desconocido; encontramos frente a frente con ese que no conocemos pero que somos. Para atreverse a mirarse hay que ser valientes.

Y termino ya aquí, en esta noche fresca mediterránea que huele a mar, a sal. El olor de esas olas que van y vienen, que recorren la arena y abrazan con sensibilidad cada minúsculo grano para volver a marchar. 

De mis palabras y frases, muchas inconexas, sin sentido, solo entiendo yo. Cualquier interpretación mal intencionada siempre será falsa o errónea. Muchas veces uno percibe, cuando lee, lo que le interesa y eso no solo puede confundir a uno mismo sino dañar a los demás. 

Escribo porque me sirve, me beneficia enormemente y consigue que mis pulsaciones y mi estado mental quede, por unos instantes, equilibrado.

Feliz noche amigos.


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