06.12.2016... No me quites el sol.

Esta mañana, aprovechando este día festivo que, parece, la Constitución Española nos da, hemos podido disfrutar (por fin) de un sol inmenso y salir a correr, C y yo, por esos caminos y campos, arropados en un verdor húmedo, único, mientras la falta de entrenamiento nos hacía humillar.

Pero incluso envueltos en el esfuerzo, en el sudor y jadeo, a cada zancada agradecíamos el día, el cielo azul, el sol que nos abrazaba haciéndonos sentir únicos.

Parece que, mientras Diógenes tomaba el sol, se le acercó Alejandro Magno, y le dijo: "Pídeme lo que quieras y te será concedido", a lo que el filósofo, después de meditar un rato acerca del ofrecimiento, respondió: "Hazte a un lado, que me estás tapando el sol". No quería otra cosa. ¿Para qué?

No me quites el sol; si un día las nubes lo tapan, lo dibujamos.



En días así te das cuenta de que tener no es poseer ni dicha ni felicidad. Felicidad es, simplemente, estar sentado en un banco contemplando eso, el sol, dejándote iluminar por su belleza poética; contemplar lo que nos rodea, sin prisa.

Es curioso cómo los momentos en los que sentimos una verdadera felicidad, nuestra felicidad, suelen ser momentos en los que ni pensamos ni nos dejamos llevar por deseos materiales o consumistas.

Esta mañana no necesitábamos nada más que ese baño de naturaleza, de vida, en unas fechas en las que parece que el consumismo comienza a desbordar la mente de muchos.

Pero hoy no quiero reflexionar sobre ese otro mal que nos atrapa y nos lleva: el deseo de tener, por encima de ese gran bien que nos haría el deseo de dar. 

Estaba ahora mismo pensando, por ejemplo, en lo que algunas personas han hecho en el día de hoy: pasear, correr, dibujar el arco iris a través de los chorros de agua de alguna fuente, contemplar la vida, la poesía, leer, escribir. Sin preocuparse de nada más que de sentir esos instantes de poética espiritual para llenar sus corazones de sonrisas, de momentos felices. Dichosos son.

Otros muchos, la gran mayoría, seguro, corriendo por esos centros comerciales consumiendo, atiborrándose de viandas y dejando en los platos más sobras de las habituales, atragantándose de enseres que no sirven más que para ocupar espacio, todo por el mero placer de tener y tener más. Estúpidos son.

Qué gran diferencia.

La sencillez de lo grande; la importancia de la nada.

Este momento me genera tanto placer como el que he tenido esta mañana bajo el sol. Ahora, envuelto en pensamientos, dejando a mis manos sueltas, dejándose llevar sobre el teclado y escribiendo aquello que puede parecer estúpido pero que, al fin y al cabo, no deja de ser parte de mi. Ese es el placer, esa es la verdadera felicidad, escribir lo que pensamos, la propia vida, por el mero placer de leernos a nosotros mismos.

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