28.08.2016... Olas de Verano XII: la última Ola.

Parece que para mi ha terminado el verano. Sé que para otros terminó hace tiempo, e incluso que muchos ni siquiera tienen el privilegio de disfrutarlo o sentirlo. Para mi esa sensación de verano concluye este domingo, casi en este preciso instante, aunque ya esta semana que termina la pasé en la oficina, entre papeles, comenzando a programar, a reunir, a proyectar e inquietarme.

Pero termina porque recojo y me recojo.

Con un breve olor a campo, con ese sonido que solo provoca el silencio en La Mancha y que hace olvidar con rapidez los compases de las olas en el mar. 

Con ese sabor de la mismísima raíz que apura el sol al ponerse, en un horizonte dorado, y que consume aquél azul del mar de levante, que me buscó en otros días.



Termina el verano.

Y termina porque en este momento, mientras escribo, pienso metódicamente en lo que, desde mañana mismo, toca y no es poco.

Y termina el verano porque he de volver a organizarme casi de nuevo, aunque en el trabajo de esta semana pasada, más de transito, comenzara a colocar el cerebro apuntando a todos esos deberes profesionales que esperan.

Dejo una semana que me ha dejado sin deporte. Diez días sin un solo kilómetro por ese catarro veraniego que parece, también hoy, termina. Volver a recuperar el ritmo, volver a recuperar la mente, volver a recuperar el equilibrio.

No sé si realmente he descansado.

Pensaba ahora, como pienso casi siempre que tengo una sensación así y volvía a mis reflexiones poético filosóficas sobre la vida misma.

Pensaba que a veces debería dedicarme solo a contemplar el tiempo. No hacer absolutamente nada más que sentir ese tiempo que va pasando y sabemos no volverá. 

Sentir el tiempo, vivirlo. ¿Cuántas veces sentimos el tiempo? Ni siquiera somos capaces de parar un instante y sentirnos a nosotros. ¿Por qué sentir el tiempo? Porque el tiempo lo es todo.

Y no sé si el todo es bueno o malo, ni siquiera sé lo que es bueno o malo y eso que uno va rozando el medio siglo de vida.

Despierto por las mañanas con el agradecimiento profundo de la vida, de la nueva oportunidad de hacer las cosas bien, sin pensar en que la noche anterior, al cerrar los ojos, reflexionaba sobre lo que erraba. ¿Y qué es vivir sin errar? ¿Morir sin vivir?

Escribir, desahogar por aquí y por allí, no exime del cumplimiento que uno tiene con la vida como persona y como ciudadano.

Asumir equivocaciones sin enderezar el rumbo, tampoco es respuesta a la inconsistencia vital de quien entiende su vida como un desorden continuo y continuado.

A veces, tal vez, me arropo en falsas apariencias; otras busco absurdas justificaciones. Todo puede ser literatura; o nada lo es. 

¿Quién lo sabe más que quien lo escribe?

Cada uno puede vivir las vidas que le plazca, pero sólo es uno el que muere y, en ese momento, el recuerdo serán tus palabras escritas, tu perfume o tu hedor.

Como decía, termina el verano y con él estas 'Olas de Verano'.

Unos se han dedicado a cazar pokémon; otros hemos seguido pensando y escribiendo tonterías y estupideces. Creo que ya no puedo entender mi vida sin hacerlo. Si no lo hiciera no viviría y, sinceramente, me apetece seguir viviendo poéticos momentos que, de alguna u otra manera, se van reflejando en cada una de mis arrugas y, también, estas páginas siempre inacabadas.

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