23.07.2016... Recuerdos en Minaya II: de Restaurantes.


Aquí, en Minaya, duermo como en ningún sitio. Me cuesta una noche para adaptarme y desconectar, o desestresar, del todo. A partir de ahí mis ocho horas no me las quita nadie más que ese trinar de las golondrinas por la mañana.


Despierto cada mañana, busco la primera ventana o abro la puerta y, sinceramente, lo primero que pienso es que nada es igual cada día. 

Esa reflexión me lleva, tras una inmensa gratitud, a sentir que nada permanece eternamente. Todo cambia; todo lo que nace desparece, aunque no seamos capaces de saber cuándo.

Visualizo el cielo, el campo en su constante transformación. No es el de ayer ni será el de mañana. La esencia de su belleza es esa, la eterna transformación. Es como una flor que termina por secarse y desaparecer, pero sabemos que la esencia de su hermosura poética es esa, mañana otras nos acompañarán.




El viento, el cielo, la arena, el mar; nuestras manos, nuestro pelo, nuestro cuerpo, nuestros seres queridos; todo cambia y todo tiende a desaparecer.

¿Por qué no disfrutamos más ese instante presente en el que olemos, como ahora, como cada mañana, respirando la belleza de las cosas que nos rodean?

Este es mi despertar cada vez que, no tanto como quisiera, habito en este rincón mío.

Estos días levanto y, antes de que el sol coja fuerza, riego esa pequeña huerta, que con cariño planta todos los años mi padre, y que nos sirve para vivir la ilusión de comer un tomate y un pepino con ese sabor a tierra nuestra.


A continuación el café casi solitario en uno de esos lugares nuestros: el Alejo o el Diego, ambos ahora regentados por otras personas.


En el bar, algunos se acercan y me preguntan por la situación política actual como si yo entendiese o supiese algo más que ellos. La política solo se entiende en la calle y, desde mi punto de vista, para saber de política española, hay que estar en estos bares nuestros en los que todos opinan sobre todo, todos criticamos a todos y nos quejamos de todo mientras en el bolsillo siempre nos acompañan esas monedas que nos permiten los cafés, las cañitas, los vinos y las tapitas tan típicas nuestras.

Aquí, en este lugar, ya me he quedado con el mote de El Político. Cuando salgo por la puerta, cada mañana, siempre escucho al alguno decirle al otro, "ese es el hijo de José María, el político".

Prensa y libros ocupan una mañana que se llena de versos y pensamientos. 


La comida, normalmente, si no es en casa, suele hacerse en otro de esos excelentes restaurantes minayenses: Olegario o Pilar, o lo que es lo mismo, Restaurante Los Manchegos o Restaurante Cubillo.

En el Restaurante Los Manchegos, atendido excelentemente bien y con un cariño siempre especial, por la familia de Olegario, los Romero y Jiménez, se puede comer una cocina casera tan amplia que no tendrías tiempo ni días para probar todos los platos. Más que recomendable. Excelente. Yo siempre me quedo con los gazpachos manchegos, los platos de cuchara y toda la brasa, en especial el excelente conejo con esas patatas de acompañamiento que se te saltan las lágrimas.

En el Restaurante El Cubillo, atendido excelentemente por Pilar, la mujer de Tomás, es una antigua casa convertida en restaurante pero que antes, de toda la vida, al menos para mi, fue el Bar de Tino.

En este restaurante encantador, puedes degustar, también, cualquier plato típico manchego: gachas, gazpachos manchegos, cocido, arroces, brasa y, como plato típico, las pernalas: patatas, pimientos y jamón que, en su conjunto, te hacen rezar para que no se terminen.




Es curioso pero, en este antiguo bar, he vivido los mejores años de mi vida: el Tino, el bar de Tino, Tinejo. Era nuestro punto de encuentro nocturno en mis veranos de adolescencia y juventud.

Está en el paseo de Minaya. En aquél entonces nos bastaba una mesa, una lebrilla de barro con Paloma (bebida típica de Minaya, el que quiera saber la fórmula de elaboración que lo busque o que se dedique a comprar cazalla y mezclar), unos garbanzos tostados, los amigos y todas esas sensaciones que aquellos veranos jóvenes solían provocar y que ahora, muchos, evocamos con añoranza.

La verdad es que en aquel entonces el tiempo corría tan deprisa que mira, no he llegado a darme cuenta hasta ahora, con casi 50, que hay que vivir tan intensamente los momentos que luego, con el tiempo, no te haga falta recordar.

Minaya tiene un valor tan único y especial que sólo podemos poner en valor los que conocemos. Tal vez un poco de todos puedan hacer un mucho. 

Me fastidiaría enormemente no tener mesa en alguno de estos restaurantes fantásticos. Por otro lado, me encantaría que muchos que no conocen, disfrutaran de estos rincones tanto como yo los disfruto.

Para comer y disfrutar de la gastronomía auténtica de La Mancha, de Albacete, no hace falte recuerde: Restaurante Los Manchegos y Restaurante El Cubillo.

Próximamente escribiré, específicamente,  sobre el encanto y los sabores de cada uno de ellos.

Esto se acaba. Feliz tarde.

Comentarios

  1. no quito ni pongo una coma....me parece mentira que me quede una semana para estar alli

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por si te interesa...

Padre Nuestro en Hebreo

Cinco maneras de organizar un libro de poemas.

Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 30

Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 29