'Los Miserables' por Santiago Álvarez de Mon


El sábado fui al cine con mi mujer y una de mis hijas a ver Los Miserables. Fan incondicional del musical, admirador de Víctor Hugo, albergaba mis reservas. Buen reparto de actores, gran fotografía, música maravillosa, canciones inolvidables, salimos encantados. De vuelta a casa, consciente de las diferencias que separan el París de 1830 en el que se inspira Víctor Hugo con nuestro tiempo y circunstancia, pensaba quiénes son hoy los miserables. ¿Dónde se encuentran? ¿Cómo viven? ¿Quién les defiende? ¿Salen a la calle a manifestarse en multitud o permanecen silenciosos, ignorados por una sociedad desalmada? 
Atrapado entre preguntas, he vuelto a la monumental novela del genial escritor romántico francés. Para cultivar la empatía por los miserables contemporáneos, la figura del obispo Myriel no tiene desperdicio. En su diálogo con el convicto Jean Valjean, dice: "No necesita decirme quién es. Esta no es mi casa, sino la de Jesucristo. Esa puerta no pregunta al huésped que llega si tiene un nombre, sino solamente si tiene una pena… Esta no es la casa de nadie, excepto de aquellos que necesitan un lugar o un refugio…". Toda una meditación navideña para unas fiestas donde suele primar el exceso culinario y comercial. Del inagotable texto de Los Miserables, tres ideas me resultan especialmente valiosas. 
La primera tiene que ver con Javert, el implacable y severo policía. "Su angustia mayor era la desaparición de la certidumbre. Sentía como si le faltasen las raíces… Un orden de hechos inesperados surgía y le subyugaba. Era para su alma un mundo nuevo… Agitabale una especie de vértigo. Todas sus creencias se desvanecían. Algunas verdades, que no quería escuchar, le asediaban inexorablemente". ¿Cuántos Javert modernos, aferrados a ideologías y dogmas económicos y sociales superados por un cambio irreversible que deviene en angustia y cerrazón? La incertidumbre, profesional, política, social, vital, es una regla del juego de la vida, y su negación resulta fatal. "¡Situación terrible la de sentirse conmovido! ¡Ser de granito y dudar!". Paradójicamente, dudar es propio de los que saben. Igual que Javert, los fanáticos, los talibanes, reprimen sus dudas y pensamientos más íntimos, deslizándose por una pendiente suicida y rancia. 
Segundo concepto, la honradez. Principio moral que lleva a Valjean a hablar de su historia personal con humildad y sinceridad. "Me preguntas quién me ha obligado a hablar. Os contesto que la conciencia. No he logrado romper el hilo que aprisiona mi corazón, ni imponer silencio a ese que me habla por lo bajo cuando estoy solo. Yo mismo me he cerrado el paso… No hay mejor carcelero que uno mismo… Soy un hombre honrado. Degradándome a vuestros ojos, me elevo a los míos". Impresionante testimonio de alguien que sostiene una conversación personal permanentemente diferida, aquella que todo ser humano mantiene consigo mismo. Él, su conciencia, es el último tribunal humano, el único al que debe rendir cuentas. Se me antoja una lección preciosa para una sociedad donde la corrupción se extiende sigilosamente entre sus instituciones y ciudadanos. Cometiéndose tantos delitos y atropellos, unos por acción, otros por omisión, muy pocos reconocen sus fallos, dimiten, se van a casa, o incluso aceptan dignamente el precio de sus trampas. Aquí no pasa nada, sufren los más indefensos, nuestros miserables, mientras los cínicos se blindan política y económicamente. 
Tercer mensaje. "He contraído compromisos conmigo mismo, y los cumplo. Hay encuentros que nos ligan y casualidades que nos impulsan por el camino del deber". Para una época emborrachada de derechos, celebro leer sobre el noble sentimiento del deber. Víctor Hugo no reivindica una mentalidad escrupulosa y atormentada, incapaz de ser feliz, sino una nueva en la que derechos y deberes se entreveran y autoexigen. Hay un momento en la vida del hombre que este se da cuenta que no todo es protestar, reivindicar, exigir, despotricar, culpar a los demás… Toca enfrentarse al espejo insondable y descubrir en él asuntos pendientes. Entonces, lo mejor de la vida, sus valores más sublimes, despuntan vigorosos. "Tales accesos de lo justo y de lo bueno no son propios de naturalezas vulgares. El despertar de la conciencia indica un alma grande". Grandeza de ánimo, solidaridad, bondad, espíritu de servicio… es lo que demanda el tiempo presente. Y todas esas actitudes y conductas son producto de un trabajo interior, de una íntima y activa soledad redescubierta en las zonas más oscuras y discretas de nuestra existencia. Casi doscientos años después, Víctor Hugo es un soplo moral de aire fresco.
Artículo publicado en el diario Expansión.

Comentarios

  1. Me he pedido un ebook para Reyes, esta de V. Hugo cae fijo y otros ladrillos a los que tengo ganas: Ulises, Guerra y Paz, etc.

    La banda sonora de la película es muy buena (ya esta disponible en los sitios habituales).

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querido amigo, buena petición. Te recomiendo Ulises y Guerravy Paz. A por Los Miserables voy ahora...
      Abrazo y nos vemos aunque sea un café

      Eliminar

Publicar un comentario

Por si te interesa...

Padre Nuestro en Hebreo

Cinco maneras de organizar un libro de poemas.

Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 30

Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 29