'Janucá' por Jorge Trias Sagnier

Ayer, con una gran fiesta y con el encendido de las velas en un candelabro de nueve brazos, uno más del habitual, finalizaron los ocho días de celebraciones que conmemoran la recuperación del Templo de Jerusalén y el milagro del escaso aceite que, apenas para un día ardiendo, lo hizo durante ocho. Se trata de una festividad alegre y que, según el Talmud, también se festeja el solsticio de invierno. Suele coincidir, más o menos, con las navidades cristianas. Cuando Adán vio cómo se ponía el sol por primera vez, expulsado ya del paraíso, entró en pánico, pero al segundo año comprendió que ese era el orden natural de la creación y se alegró por ello. El sol se ponía por occidente, pero siempre volvía a aparecer hacia el oriente.
Los textos bíblicos, como ha analizado en diversos escritos el Papa Benedicto XVI, son, esencialmente, racionales. De un modo sencillo y comprensible van explicando qué es el día y qué la noche; por dónde sale el sol y en qué lugar se acuesta; la separación de las aguas, del cielo y de la tierra; la división de las especies y la primacía del ser humano; la distinta naturaleza del hombre y la mujer; los preceptos básicos para convivir con el prójimo; en suma, la existencia del mal y el triunfo final, siempre, del bien, aunque haya que soportar situaciones casi insoportables.
En una época de explicaciones fabulosas sobre la creación del mundo, el libro del Génesis, mil quinientos años antes de la era cristiana aproximadamente, da una interpretación tan científica y racional, que se tardará más de treinta siglos, con la Ilustración y los enciclopedistas, en verla plasmada de forma ordenada como parte integrante, y esencial, de la ciencia. No conozco otro libro más hermoso que la Biblia. Hubo grandes hombres, como Carlomagno, que no sabían leer ni escribir, pero que conocían sus textos de memoria. ¡Feliz Janucá!

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