Diario de un Estoico III. El presente que me vive. Semana 22

 
E/27.L
 
Acabas de acomodarte en una fantástica mesa, de una cafetería del aeropuerto. Hoy viajas a Palma de Mallorca donde mantendrás reuniones de trabajo en el Consell Insular.
Tomas uno de esos cafés, en vasito de plástico, que superan los dos euros con cincuenta. Es lo que hay. Así que como protesta decides acoplarte tranquilamente, tienes tiempo de sobra, cargar el móvil y trabajar un poco.
Los aeropuertos son tan impersonales como los hoteles, de hecho se han convertido en hogar de invierno para esas personas sintecho que la sociedad, el sistema, ha expulsado.
Ayer quedó ingresado el hermano. No es que esté mal, pero tenía la saturación de oxígeno por los suelos y decidió, con buen criterio, ir a urgencias médicas. Parece que tiene algo de infección pulmonar y los médicos han preferido que pase la noche allí.
Estas pequeñas cosas -y que lo sean siempre así, pequeñas- son suficientes para darte cuenta del valor de tener una familia unida. Cualquier contratiempo de uno de sus miembros es suficiente para ponernos todos en alerta. La familia siempre está. Es mejor, desde luego, no tener necesidad de comprobar esto último, basta con sentirlo y saberlo. Por eso, también, no debemos alejarnos de ella.
 
Leer. Las personas necesitamos historias que nos saquen de la nuestra pero que nos hagan encontrar los significados de la vida.
Escribir una historia, tener una razón para escribirla. ¿Por qué? ¿Qué queremos decir? ¿Qué razón nos impulsa para expulsarla fuera?
“Una novela es la vida secreta de un escritor, el oscuro hermano gemelo de un hombre. La palabra es agua y cada historia, el río que las lleva. El escritor sigue la corriente o va contra la corriente.” William Faulkner
 
Palma de Mallorca. Llegas a buena hora. Tienes tiempo de darte una caminata y acercarte a comer a uno de tus rincones favoritos: Caller Sa Premsa. Te has alojado en uno de tus clásicos. La última vez cambiaste y tuviste una noche de alta seducción con las cucarachas.
Del aeropuerto a la puerta del hotel no hay más de veinte minutos. Suficientes para que el taxista, oriundo de la isla, pasara de hablar del clima a contarte la vida de sus hijas y el problema de la vivienda en la ciudad.
No se preocupe, le has dicho, en la península estamos igual o peor, en España este problema nos está superando.
Te gustan estas conversaciones con desconocidos. Cómo te cuentan sus problemas, sus preocupaciones. De alguna manera se desahogan. Esto de la vivienda es cierto que se convierte en un problema social de envergadura.
Propuestas muchas. Soluciones ningunas.
 
 
E/28.M
 
Preocupado. Así despiertas en esta isla balear.
La madre también ha pasado la noche en urgencias del hospital, otro. El hermano continúa ingresado con esa infección, principio de neumonía. Y tú por aquí, alejado de ellos.
Y a estas preocupaciones añades otras, u otra: tu memoria. Lo que no escribes lo olvidas. Últimamente te pasa muy demasiado habitualmente.
 
Has caminado por la ciudad. Está vacía comparado con otras épocas del año. Tanto anoche como hoy, te quedaste embelesado, hipnotizado, contemplando la majestuosa Catedral de Mallorca que ilumina Palma. Única. Bella.
La Catedral-Basílica de Santa María en Palma, es el principal edificio religioso de la isla de Mallorca. Parece, según me comentan, que, en mallorquín, se la conoce como La Seu (Seu o Seo es el nombre que reciben las catedrales en la Corona de Aragón). Es un templo de estilo gótico levantino construido a la orilla de la bahía de Palma.​ Se asoma al mar sobre las murallas romanas y renacentistas que protegían en aquellos entonces a la ciudad, siendo la única catedral gótica que cumple con esta peculiaridad. Como ya has escrito en alguna ocasión, su construcción se inició en 1229.
¿Cómo pudo ser? ¿Cómo se construyeron estos templos que reinan Europa, en esas épocas en las que la construcción era prácticamente manual? ¿Cómo buscaban el cielo, piedra a piedra? ¿Motivo de fe, de esperanza? Creer, Ser.
 
Happycracia. ¿Estamos obligados a ser felices? Pero ¿qué coño?
Todos queremos ser eternamente felices pero ¿eso es real? ¿Qué haríamos entonces sin esos instantes de pena, tristeza o frustración? Nos aburriríamos. No tendríamos de qué quejarnos.
 
 
E/29.X
 
Aterrizas en la T4 pasadas las siete de la tarde. Decides que lo razonable es pasar por el hospital a ver a tu madre antes de ir a casa.
Por la mañana te avisaron que habían pasado toda la noche en urgencias porque no se encontraba bien. Tras las pruebas parece que tenía una arritmia y algo de anemia. Aparentemente nada preocupante, pero suficiente para que quede ingresada.
La ves, los ves. Les das un beso, quedas más tranquilo y marchas pensativo. La edad, esas edades de hospital.
Llegas a casa cerca de las diez de la noche. No tienes tiempo más que para acostarte.
 
Los equilibrios, en política, en la vida, son complicados. Ponerte de perfil sin que te salpique el barro no es fácil. Lo normal es que termines por mancharte.
Es tu experiencia y opinión. Y todo esto lo reflexionas antes de una de esas reuniones en las que los charcos abarrotan el camino.
 
Puedes dejarte controlar o elegir no hacerlo. No dejes que estas tres cosas controlen tu vida: el pasado, las personas o el dinero.
Te sientes imparable cuando inviertes en eso que nadie puede quitarte: personalidad, carácter y mente.
 
Decía el maestro Henry David Thoreau que la felicidad es como una mariposa. Si la persigues te eludirá, pero si vuelcas tu atención en otros afanes y en otras personas volará y se posará en tu hombro.
Es una idea muy útil. No persigas la felicidad, deja que te pase.
 
Reconoces que hay días que no entiendes por qué haces lo que haces. No tienes necesidad de hacerlo, pero lo haces.
 
Son las ocho de la tarde. Parece mentira pero estás en casa, sentado, leyendo. Día de eternas reuniones, de estar de allá para acá, de más reuniones, de lluvia, frío y hospitales.
Terminaste la comida de trabajo y fuiste a ver a la madre, a estar un rato acompañándolos. La percibes bien. Está ilusionada con que mañana, cuando pase el médico, le darán el alta, pero tú no lo tienes claro. La saturación de oxígeno en la sangre te parece baja.
De ese hospital te vas caminando al otro, en el que se encuentra tu hermano, también ingresado. Una infección pulmonar que va remitiendo lentamente. Una bacteria sin nombre. En su caso, la saturación de oxígeno está más baja así que es posible que esta semana siga hospitalizado.
Y leyendo en el tren, de vuelta, terminas ese bello y poético libro que tenías entre manos, ‘Las gratitudes’ de Delphine de Vigan. Y te dejas llevar por una escritura sensible.
¿Os habéis preguntado alguna vez cuantas veces en la vida habéis dado realmente las gracias? Unas gracias sinceras. La expresión de vuestra gratitud, de vuestro agradecimiento, de vuestra deuda.
¿A quién?”
Estas palabras forman parte del último párrafo del comienzo de este librito que terminas de leer prácticamente en la estación final de tu viaje.
173 páginas en una historia de la vejez, que te ha reblandecido. Entiendes que la vejez es una fase de la vida que todos debemos pasar (si no es así será peor). Ahora, los padres. No tardando muchos años, tú. Es importante que nos reconciliemos con esos fantasmas que nos vienen e ir cumpliendo todos nuestros deseos, que serán los últimos.
La protagonista, la señora Michka Seld, hace eso. Una anciana en sus últimos meses de vida.
Una lectura tranquila, calmada, entre tanto ruido. Una de esas lecturas que te pellizcan el corazón. Habrá que seguir leyendo a esta autora francesa, Delphine De Vigan.


 
E/30.J
 
Tenías hambre. El frío infame de estos días de invierno te encoge, así que decides saltarte el buen comer y con el café caliente de hoy solicitas al camarero que te ponga una ‘porra’. Será que no has comido una porra, tampoco un churro, desde hace más de veinte años. No eres de desayunos calóricos y menos grasientos, Hoy no tenían tu tostada especial con tomate y aceite.
Te molesta el ruido de la mañana. Si somos algo en España, más allá de envidiosos, cainitas, es, como hecho diferencial, ruidosos. Nos gusta -les gusta- el ruido, el follón, lo ruidoso, el hablar gritando, pitar al coche de delante con la bocina, la jarana verbenera, el bar sediento de voces. No se entiende, o no se pueden entender, las ciudades sin ruido. Tampoco un pueblo sin que el vecino hable por teléfono a voces y se entere todo el vecindario de la conversación. Y tú, raro dónde los haya, prefieres ese silencio que envuelve la calma de tu vida.
 
“Cuando alguien busca -dijo Siddharta-, suele ocurrir fácilmente que sus ojos solo ven la cosa que anda buscando, que no puede encontrar nada, ique no deja entrar nada dentro de él, porque siempre está pensando en la cosa buscada, porque tiene un fin, porque está poseisdo por este fin. Buscar significa tener un fin. Pero encontrar quiere decir ser libre, estar abierto a todo, no tener un fin.” Herman Hesse, en ‘Siddharta’.
 
Somos una sociedad de criticones y verduleras. Nos gusta ver lo que hace el de enfrente y hablar de él, juzgar. Luego nosotros hacemos lo mismo a escondidas.
 
Atrae, no persigas.
 
Solo crecemos en la adversidad. Es una realidad. Cuando caes en el barro eres tú el que decides quedarte enfangado o levantar y encontrar tu camino. Una experiencia vital única que te hace Creer y Crecer.
 
Creo en Dios que es Cristo, creo en su Palabra. La Palabra de Dios Es y Está en la Biblia. No creo en ideas, conceptos o tradiciones ajenas a esto. Y tal vez por eso me sienta protestante.
 
Has llegado a comprender que toda tu vida anterior, ese tremendo esfuerzo por ser algo y alguien,  por hacer dinero y el haber fracasado después en cuestiones varias, era fruto de tu forma de pensar.
Al descubrir esto fue como una liberación:  saber que no eras víctima del mundo, que dependía de ti organizar el mundo tal como te gustaría que fuera; que en lugar de ser un  producto más del mundo, podías estar en su origen, exactamente por encima de él, y así organizarlo atendiendo a lo que verdaderamente querías que fuera el mundo.
Una reflexión muy personal.
 
 
E/31.V
 
No sabes cómo se dará el viernes. Sí sabes que estás aquí, con tu café, el boli en posición apuntando al cuaderno que reposa sobre la mesa esperando que alguna palabra lo acaricie.
Tanto la madre como el hermano siguen hospitalizados a la espera de que hoy , si así lo deciden los médicos, sean dados de alta.
La madre está bien pero parece salen unos valores en la analítica algo descompensados. Anemia. Como es lógico, por la edad, no saldrá si no está todo en orden.
Son 82 años sufridos como mujer de su época y, la verdad, poco cuidada en lo que se refiere a la alimentación. La madre ha comido y sigue comiendo de todo. Realmente esto es algo que a estas alturas de su vida, difícilmente cambiará. Nos cuesta cambiar de hábitos a otros y somos más jóvenes. Lo importante es que Dios te la deje por muchos años.
 
No sabemos el valor que tienen los momentos hasta que se convierten en recuerdos.
 
Confiar en quien ha traicionado a otro es una temeridad. Lo normal es que termine traicionandote a ti.
 
Pocas veces piensas que has hecho algo bien en la vida, pero de cuando en cuando, como si de un destello o luz de tu Dios se tratase, apartas los errores y te agarras a esas pocas decisiones que desde tu ver te han supuesto un acierto. Acierto. ¿Qué es acertar?
El número de cosas que has hecho mal supera al de bien.
 
Soñamos. En ocasiones felices, en otras el contenido del sueño puede ser terrorífico. Lo real, la verdadera realidad, se sustituye por una falsa realidad mientras dormimos. El sueño siempre será una discusión de la verdadera percepción.
 
La magia de la belleza es que es subjetiva.
 
Te gusta leer a los clásicos y cuanto más los lees más lejos,  entiendes, que estamos del camino hacia la felicidad. La verdad es que es un tema bastante complejo. Y es tan complejo que el primero que debería aclararse, en eso que entendemos como felicidad, deberías ser tú.
“¿Dónde está el error si todos desean una vida feliz? El error está en que no conciben lo que es la felicidad en si. La confunden con sus instrumentos y, cuanto más la buscan, más se alejan de ella. Y así, aunque la esencia de una vida feliz consiste en una seriedad firme y una confianza imbatible en ella, lo que hacen es acumular cada vez más motivos de preocupación y, en el intrincado camino de la vida, no llevan sus cargas con inteligencia, sino que las van arrastrando. De este modo, se desvían siempre de la ruta. Cuanto más buscan la felicidad, más lejos están de alcanzarla y, cuanto más esfuerzo ponen en ello, más obstáculos encuentran en su camino, y se ven forzados a retroceder. Es lo mismo que les ocurre a los que corren dentro de un laberinto: la misma velocidad los va desorientando.” Séneca. Cartas a Lucilio, 44.7.
 
 
F/1.S
 
Comienza febrero luminoso.
Nunca has necesitado verte a través de los ojos de los demás. Te da igual lo que piensen de ti, si les pareces más gilipollas o menos simpático. Eso te ha servido para ser tu propio tú y no aparentar ni parecer.
Esas personas que buscan constantemente la aprobación de los demás desprenden una inseguridad profunda.
En ocasiones tienes la sensación de que terminamos siendo solo lo que mostramos. Hemos convertido nuestra sociedad en un escaparate de seres que se muestran sin Ser. Porque esa imagen no es nuestra.
Deberíamos aprender a ser sin depender de las miradas de los demás.
 
Los días pueden estropearse en cuestión de segundos. No entiendes por qué, pero ocurre así. Te levantas feliz, sonríes, hablas por teléfono y en un instante la conversación gira trescientos sesenta grados y se convierte en una discusión imparable, sin sentido.
Eres de los que hablan poco, mucho menos cuando se discute y menos aún cuando el motivo de la discusión es que no hay motivo para discutir.
Hay personas a las que les encanta hacer problemas de la nada. Si es blanco porque es blanco, si es negro porque lo es. Pero además le añaden una gota de soberbia cuando al resto del motivo, o sin motivo, de su enfado o desesperación. Es cuando tú, sin más, sacas tu coraza de templanza y paciencia, te encierras y desapareces.
Desapareces en ti pero asumes que te han estropeado el día. Y no admites que nadie te estropee tu día, tu sábado, ese en el que solo buscas calma y paz.
 
La clave del éxito en la vida está en saber sufrir.
 
“Nada ocurre hasta que te comprometes.
No es el esfuerzo lo que importa, sino hacia dónde es dirigido ese esfuerzo.
Hacia aquello que sea en lo que has decidido enfocarte y comprometerte.
Aquello en lo que has decidido convertirte en maestro.
Obtienes aquello en lo que te enfocas”.  Dan Sullivan
 
Termina el día. Tienes esa sensación de no haberlo aprovechado como deseabas.
Hablas con la madre. Está ya en casa. La notas cansada. La semana que viene comienzan a hacerle más pruebas.
 
 
F/2.D
 
Eres un tipo de rutinas, aunque pienses que no las tienes. Tu vida es una especie de rutina continua y previsible. Ahora mismo estás cumpliendo con una de ellas, la del domingo: caminata, café y prensa frente a la ventana de la misma cafetería de cada domingo. Y continuarás el día de lo más rutinario porque difícilmente te sacan o rompen esa costumbre. Tu rutina, tu costumbre, tu hábito. Es más, si algo se trastoca, o rompe con esa normalidad que te impones en el día, te enfadas.
Por poner un ejemplo. En este momento escribes con un boli de tinta verde cuando siempre inicias el día escribiendo con azul. Una manía que se convierte en costumbre, en rutina. Has estado a punto de no escribir hasta llegar a casa, por enfado. Has vuelto a la sensatez para decirte que realmente qué más dará el color de la tinta. Es tu cuaderno, lo coloreas como te de la real gana.
 
Hay cosas que pasan y no tienen una explicación lógica. Simplemente pasan. Es la vida misma. Piensas que hay gente que te apoya sin ser nada tuyo, sin pretender nada, y otros con los que has compartido todo, de la noche a la mañana te dan la espalda.
 
Está sonando un tema de Puño Dragón, ‘Haré lo que pueda’: “Llévame a donde no lo sé, a donde sea que quiera la marea. Llévame a donde quieras, ve. Tu bailando y yo haciendo lo que buenamente pueda.”
 
Jaime Arracó Montoliu. Descubres, leyendo una de esas newsletter que sigues, de substack, a este escritor español residente en Bogotá. La verdad que no sabías de él. Jaime escribe novelas y la verdad es que la lectura de hoy, la recomendación, te impulsa a leerlas todas. Piensas comenzarás por la última, ‘Las manos en los bolsillos’, porque algo te dice que puede tener mucho de ti y de esa novela en ciernes que nunca es.
 
Vais en el coche escuchando música. Cuando no viajas con él sueles aprovechar para escuchar algún podcast. Él prefiere la música, su música.
Llevas puesta esa lista de indie nuevo que vas agregando. Crees que estaba sonando algo de Viva Suecia y te dice que cada vez escuchas música más de ‘carca’.
¿Carca? Pero qué dices, hijo. Esto es muy nuevo.
‘Carca’ lo digo por el grupo, como tú. Deben de tener tu edad.
No paras el coche, abres la puerta y le das una patada porque es la persona que más quieres en el mundo. Pero ¿será posible? ¿Carca, dice?
Pues hoy no cambias la música. El trayecto de ida y vuelta lo hacéis con los ‘carcas’.

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