Diario de un Estoico III. El presente que me vive. Semana 2
S/9.L
Entiendes que, por esa naturaleza suya, los diarios reflejan los días, los instantes que quedan y sucesos que van, esas fijaciones de lo coyuntural que huye, esas hojas del árbol de un día salvada entre las páginas de un libro. Ese mismo carácter fugaz con voluntad de regresar (primero escribes para leer o que otros lean, después) queda como permanente, duradero. Lo que prolongamos en el tiempo permite luego ser seleccionado y ordenado de otra manera. Pero eso siempre será más adelante, en tus correcciones. Ahora te quedas con ese sabor del momento, ya del recuerdo, que de vez en cuando repasas con añoranza del tiempo.
Recuperemos la normalidad y recuperemos, ahora sí, las rutinas.
Lo mejor siempre ocurre cuando no se planifica.
Reconocer y transformar nuestros pensamientos.
Cambiar nuestra vida comienza cambiando nuestra mente.
La otra noche pasaste un rato agradable, de vinos, con una pareja de amigos, matrimonio, jóvenes. Tuviste tiempo suficiente para analizar, por primera vez –aunque habíais coincidido más veces- lo diferentes que son cada uno. Lo sabías desde el inicio de su relación, pero hasta ahora las diferencias se escondían en esa pasión que provocan los comienzos.
Viví, sentí, algo que tú mismo has vivido: los extremos. Y cuando los extremos se hacen patentes, se alejan y no se acercan, se rompen. Ojalá te equivoques en estas apreciaciones, pero no auguras un final feliz.
Ayer tuviste tu primer almuerzo del curso de politiqueo. No de hacer política, porque ni te dedicas ya a ello ni es tu cometido, sí de comentarios y cotilleos políticos que, en un país como el nuestro, no solo son divertidos sino dignos de reflexiones y análisis profundos.
Confiar.
La soledad te sana.
No hay mayor desdicha que perder las oportunidades de estar con uno mismo.
Quien no teme a la soledad puede vivir a salvo.
El silencio nos acoge. El silencio nos resguarda.
El resto de capítulos no está escrito. ¿Por qué no los rellenaos con historias que merezcan la pena y con hacer eso que siempre hemos querido hacer?
Contestaba las preguntas con preguntas.
Hoy continúa hablando a quien quiere escucharlo, como esos filósofos griegos continúan enseñándonos.
En momentos de oscuridad, en situaciones que vivimos con miedo, ahí está su Palabra, ahí está Él.
Malas personas las hay en todos los lugares. No puedes admitir la maldad de nadie y mucho menos cuando esa maldad se traslada o ejecuta contra los más débiles.
La toxicidad se contagia.
Vivir el silencio es vivirse uno mismo.
Viajar a la vida es viajar hacia el interior de uno mismo y ese viaje de vida es el silencio.
Vivir en silencio es vivir sin objetivos, simplemente vivir, sin pretender.
Cuando no deseamos nada, se nos da.
Todos tenemos algo positivo a lo que agarrarnos y, a partir de ahí, crecer. Lo hay, de veras que lo hay.
De una semilla crece un árbol fuerte, enraizado en el suelo y difícil de tumbar. Sé un árbol.
Buscar fuera de uno mismo la satisfacción de nuestras necesidades nos hace vulnerables.
A tus padres les costaba un esfuerzo inmenso llevarte a ese colegio. Dos años más tarde también entró tu hermano.
En aquellos años todavía vivía Franco, el poder de la Iglesia era extraordinario.
Recuerdas que formabais en el patio, en filas de a uno, antes de entrar por la mañana y tras el recreo.
Ibais a misa una vez por semana.
Los jefes de estudios eran curas. Los tutores también.
La asignatura de religión era obligatoria, con aquel catecismo que había que aprenderse de memoria. No aprobar religión era casi peor que no aprobar matemáticas.
Creo cursabas primero o segundo de la EGB. Tu madre se durmió por la mañana y subisteis aquella calle, Villaamil, a una velocidad inaudita, hasta llegar a Francos Rodríguez y entrar por la puerta pequeña -la grande ya estaba cerrada- al gran patio del colegio.
Cruzasteis al otro edificio. Tu madre llamó a la puerta del aula de donde salió don Paco, con su chaqueta azul oscura, camisa gris y alzacuellos. Era bajito. Pelo gris. Siempre serio.
Mi madre no le dijo la verdad, inventó que habíamos tenido un contratiempo. Hablaba temerosa como si la fueran a castigar a ella.
El cura la miró serio, la dio permiso para marchar. ¿Permiso para que se marchara? Increíble pero así era.
Cuando mi madre abandonó el pabellón, me miró y me dijo que me colocase mirando a la pared, fuera de la clase.
“Te quedarás aquí sin moverte toda la hora.”
Sacó a otro niño, no recuerdo quien, y le puso a mi lado, igual que yo. No sé si habría llegado también tarde o el motivo. El caso es que cuando estábamos los dos con la nariz pegada en aquella pared blanca, se me ocurrió decirle algo –entonces hablaba más-, preguntarle, moví la cabeza.
Don Paco me vio.
Me tocó el hombro, lo recuerdo como si fuese ahora, me retiro de la pared y me situó más o menos en el centro de aquel pasillo ancho con aulas a los dos lados. Me miró fijamente, de frente, sin mediar palabra me dio tal guantazo, con aquella mano que parecía una sartén y ocupaba mi cara y parte de la oreja, que me lanzó varios metros contra el terrazo frío.
Me quedé paralizado, en el suelo. No llore.
Me miró de nuevo.
“Levántate”, dijo. “Aquí solo se habla cuando yo lo digo y le puedes decir a tú madre que en este colegio se es puntual siempre. Vuelve a la pared”.
Y allí quedé, mirando la pared, de pie, hasta que terminaron la clase.
Es algo que no olvidaré nunca, aquel tortazo.
Menos mal que en esto hemos avanzado bastante.
Los epicúreos pusieron la felicidad y la comunidad en el centro de su reflexión.
Los estoicos sabían aceptar lo que la fortuna o el destino les imponía, y no se revolvían contra lo inevitable; desarrollaron su pensamiento a lo largo de varios siglos y siguen siendo una de las escuelas filosóficas más relevantes.
Y Pirrón, fundador del escepticismo, mantiene la idea de que la felicidad consiste en la serenidad de ánimo, la austera ataraxia; su tesis fundamental se resume en esta máxima: no podemos conocer nada de lo real, podemos hablar solo de apariencias, a menudo contradictorias.
En todo y en todos ellos, está la esencia y la farmacia de la vida.
Buscas un fin de semana contemplativo.
Parece que va a caer y, en un acto reflejo, Elena trata de ayudarle. Por un instante, tan solo segundos, se le suelta la cuerda que les ha unido durante las últimas tres horas y, también antes, durante cientos más de entrenamiento. Un acto reflejo, un acto más que natural para devolver todo lo que el guía ha hecho por ella, cómo le ha conducido, cómo ha sido sus ojos por las calles de París.
Elena Congost, discapacitada visual, perdió la medalla de bronce en la maratón de los Juegos Paralímpicos porque soltó ese instante la cuerda. El reglamento se lo impide y no ha habido
consideración. Fue descalificada. El artículo 7.9.5 dice que el atleta paralímpico y su guía deben mantenerse sujetos por una cuerda en todo momento.
Y yo digo que hay determinadas normas que deben interpretarse dependiendo de la situación del caso.
Quitarle la medalla no ha sido una decisión ejemplar, desde mi punto de vista. Pero… así es la vida. Para muchos Elena ganó la medalla de bronce y también la de los valores de vida.
Kika a tu lado, segura, en Paz. Esa Paz que todos anhelamos pero pocos encontramos.
La Paz interior es un estado mental no fácil de encontrar porque nos dejamos llevar por los ruidos del día a día.
Tras la pandemia, te propusiste ir desprendiéndote de todo aquello que te generaba ruido interno, poco a poco, y dejar asentado lo que te calma. No lo has conseguido del todo pero, poco a poco, te vas dando cuenta de que eres más tú. Ese tú que es el que verdaderamente importa.
Pasáis la tarde entre películas. Otros disfrutan más por ahí, seguro que sí, pero a ti te gusta estar en casa, junto a él, disfrutando de todo ese tiempo que quede por disfrutar así, hasta la siguiente etapa, cuando él cree su familia.
Una herramienta más de paz y felicidad.
Has despertado temprano, inquieto, asustado. Te ha costado volver a la realidad, darte cuenta de que se trababa de una pesadilla.
¿Por qué este sueño hoy? Porque nunca hay que confiarse, porque nunca hay que dar nada por hecho. No puedes, ni debes, dejar de estar alerta.
Pero has vuelto a pensar en Él, Jesús, que siempre ha estado a tu lado aunque tú te separases de Él.
Lógicamente ya no has podido, ni querido, volver a dormir. Al rato te has calzado las zapatillas y has salido a trotar un poco en esta mañana fresca e incierta.
Nuestra mente hace una representación de lo que sucede en la realidad.
Representaciones.
Cuando contemplo el atardecer, en mis campos, mi mente hace una representación de lo que ve.
Decía mi querido Epicteto que, de todo lo que existe, lo único que depende de nosotros es el uso de las representaciones.
No engañarte, ese es el objetivo.
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