Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 33

 
A/15.L
 
Eran los estoicos personas de lógica. Usaban la razón para dominar su mente y controlar su vida.
Sabían en cada situación lo que sí y lo que no hacer.
Una de las cosas que llevaban a la práctica es no sufrir problemas imaginarios concentrándose en el presente.
Otro de los consejos que aplicaban es que nunca nadie te escuche quejarte por nada. La queja nos lleva a un estado mental negativo.
Todo lo sabes pero no aplicas en tu día a día aunque sí aconsejes a los demás.
Sabes que no tienes que hacerlo, que te lo tienes prohibido eso de abrir el correo del trabajo antes de ir a dormir el domingo en la noche. Pero ayer lo hiciste. Abriste ese maldito correo estando ya en la cama. Lo leíste y comenzaste a rumiar en tus pensamientos. Ya sabías, en ese momento, no dormirías bien. Tu mente comenzó a analizar las posibles respuestas. Lo que contestarías pero que debes contener el hacer.
La responsabilidad del gasto de lo público. La irresponsabilidad en el gasto de lo público. Cómo dejar tu opinión por escrito sin generar molestias o malos entendidos a nadie. ¿Por qué no dar una opinión que sabes es correcta?
Una noche, la que has pasado, entre pensamientos y sueños que han girado en torno a lo mismo. ¿Y para qué? Para hacerte perder vida, para generarte una ansiedad que en estos momentos, en los que escribes, temprano, todavía perdura, para hacerte enfadar contigo mismo.
 
Marco Aurelio, por la mañana, cuando se preparaba para mantener la serenidad a lo largo del día, gestionando los asuntos de estado, siempre recordaba…
“Hoy tropezarás con algún entrometido, con algún ingrato, con algún insolente, con algún mentiroso, envidioso o egoísta…”
Sabiéndolo… ¿para qué alterarse cuando tenga lugar?
 
Cuando damos, pensamos que perdemos. Cuando nos decidimos a dar, lo hacemos con el deseo de obtener.
 
Sientes que has vencido en tus razonamientos de lógica pública. Tratas de explicar todo con una base de responsabilidad que te ayude a no caer en demagogias.
Te quedas contento en esta mañana de lunes.
 
 
A/16.M
 
Te parece insultante que anoche te cobraran por una cerveza Mahou 20 euros. Con eso, en el bar de Jose de Minaya, te tomas cerca de diez. “Esto es Madrid”, dicen unos. “Esto es un insulto”, te dices tú mientras echas la vista atrás pensando en lo gilipollas que uno puede llegar a ser.
Ahora, cuando muy de vez en cuando pasas por esos locales a los que ibas antes, más por compromiso que por gusto, cuando ya no eres don y ese don se lo dicen a otros, simplemente te ríes y, en la mayoría de las ocasiones, te dejas invitar en una clara responsabilidad por lo que eres, pero también por lo que dejaste de ser.
 
La ambición de poder en exceso, hace que se actúe de manera irracional, con soberbia, con arrogancia. Aquellos que están condicionados o supeditados por el uso o abuso de ese poder, siempre estarán en constante tensión o peligro.
 
“El tiempo que tenemos no es corto; es que perdemos mucho. La vida se nos ha dado con largueza suficiente para emplearla en la realización de cosas de máxima importancia, si se hace buen uso de ella.” Séneca
 
 
A/17.X
 
Estación de Atocha. Te levantas con la bolsa de viaje ya preparada. No puedes acostar si no has dejado todo organizado. Manías. Costumbres. Pero es el instante, cada instante de cada inicio de viaje, en el que te quedas mirando la mesa donde tienes amontonados los libros que llevas en lectura, y no sabes cuál de ellos elegir, cual o cuales viajarán contigo. Cargarías con todos, pero es absurdo. Tu equipaje es el justo para dos días y poder portarlo caminando: mochila al hombro y bolsa  de mano. Coges uno, casi sin mirar. Sabes que cuando estés sentado en el tren y lo tomes, te habrás arrepentido, te hubiese gustado aquél. Siempre podrás comprar alguno de esos que te interesan actualmente, como el que compra una camisa olvidada.
 
Si algo nubla tu juicio, relax, da un paso atrás y verás cómo la mayoría de las veces, ese problema que creías grande, tiene una fácil solución.
 
“Solo comienzo a hablar cuando estoy seguro de que lo que voy a decir es mejor decirlo que callarlo.” Catón ‘el jóven’
 
Absolutamente todo comienza en nuestra mente, tanto lo positivo como lo negativo.
 
Desayunas en el tren. No sabes por qué te han incluido el desayuno que es más contundente de lo que pensabas, o ese es el menú que has elegido. Te lo comes sin hambre. No va a desperdiciar algo que sin duda ha costado dinero. Eso te obligará a hacer más kilómetros caminando. Normalmente tomas un café, temprano, y con eso aguantas hasta la hora de la comida. No sabes si será sano o no, pero te has acostumbrado a hacerlo así.
 
Si no controlamos lo que pensamos, corremos el peligro de escuchar más los pensamientos de las otras personas y así dejamos de vivir nuestra vida para vivir según la de los demás.
Nuestros pensamientos son determinantes en nuestro comportamiento y nuestras acciones.
 
Un tipo, en bicicleta, te atropella en una calle de Barcelona. Sí, así como lo escribes. Te ha dejado el pie izquierdo jodido. Ha pasado las dos ruedas de una de esas bicis de ciudad, con un personaje encima que aparentemente no pesaba menos de cien kilos, por encima. Mirabas el escaparate de una tienda, en una zona peatonal cercana a la plaza de Cataluña, te das la vuelta y ahí, a media velocidad, tratando de sortear a los peatones hasta que te ha arrollado a ti aprisionando su rueda trasera sobre tu pie. ¿Ha parado? No. Has soltado por tu boca algunos improperios. Todavía ahora, horas después, duele bastante el pie.
 


 
A/18.J
 
Plaza de Cataluña. Café. El cielo encapotado. Te enfrentas a este segundo día en Barcelona, sin ganas. Deseas que termine ya. Todavía te queda mañana.
No terminaste tarde ayer aunque sí demasiado para esas horas a las que te levantas. Caminaste bastante, como te gusta. Las piernas te laten como si se hubiese bajado el corazón.
 
No debemos culparnos por haber fallado en algo. ¿Quién evalúa? Somos personas y aunque tengamos más de cincuenta años nos esforzamos por aprender de cada una de las experiencias y la mejor forma de hacerlo no es machacándonos, es animarse, seguir y tener seguridad en uno mismo.
 
Tomaste una copa de cava en un restaurante japonés de Barcelona, cerca del hotel. Cenaste con otros, se marchaban y les pediste quedarte un rato, con tu soledad. Pagabas tú, así que la excusa era perfecta. Querías eso, detenerte un rato a solas. Pensar.
En la tarde de ayer hubo algún malentendido familiar. Tus frases, esas bromas tiznadas de gris, no se interpretan o la desconfianza no deja ver más allá. Eres un tipo absurdo, cada vez lo tienes más asumido. Dedícate a escribir y, aun así, es probable que tampoco se te entienda bien.
 
El curso que habéis organizado hoy, ‘Ciudades y Gobiernos locales’, ha estado bien. En la organización ha participado la Universidad Menéndez Pelayo de Barcelona. En un edificio moderno, enclavado en una zona áspera, antigua, el Raval. Continuas conociendo a gente, la mayoría de ellos interesantes, otros, que provienen de ese mundo con el que cada vez te sientes más incómodo, el académico, poco apto para ti. Posiblemente, piensas, tú tampoco seas de interés para ellos. Te importa bien poco. Opinas que ese mundo, el académico, es un mundo clasista, arcaico, casposo y pervertido por las castas. No es tu mundo ni lo pretendes. Dirías que es un sector peor que el político, que conoces bien.
Te piensas si salir o no a trotar un poco. Hace algo de frío. No sabes qué hacer. Por otro lado estás cansado. Tal vez un paseo antes de cenar algo y luego acostar pronto sea lo más acertado. Al menos te lo pensarás otro rato.
 
Tú eres el único responsable de lo que haces, de lo que puedes y no puedes hacer, de lo que debes y no debes, por lo tanto de los resultados.
 
Lo exterior es un reflejo de lo interior.
 
Dice Jesús “No hay árbol sano que de fruto dañado, ni árbol dañado que de fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto […] El que es bueno, de la bondad que almacena en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón lo habla la boca.”
 
Si no cambio a la par que cambia el mundo, al final estaré peor que en el inicio.
 
 
A/19.V
 
Desayunas en el mismo lugar que ayer. El cielo hoy más o menos limpio, luminoso sobre esta plaza de Cataluña que despierta.
Decidiste ayer ir a dormir pronto, inteligente. Mental y físicamente estás cansado, sin ganas.
Vuelves a Madrid esta mañana, antes de comer. Luego iréis a Minaya, A y tú, donde esperas habrán llegado, entonces, los padres. Un fin de semana que prevés agradable y descansado.
 
En este hotel donde te alojas esta vez, ‘Sansi’, como ya he escrito en alguna ocasión, tiene una especie de aire religioso. Es muy correcto, nada lujoso, digno y con unas habitaciones bastante confortables. Has estado en otras ocasiones. Cuando el resto de establecimientos comienza a subir los precios, este consigues sea algo más ajustado. Al fin y al cabo uno viene a trabajar y dormir. Pues decías que, además de un libraco en la mesilla de la habitación sobre un itinerario religioso por las capitales de España (siempre tentado a llevártelo oculto en la maleta), hay una estampita con la imagen del Padre Pío y esta frase que lees con atención “No te fatigues en torno a cosas que producen ansia, perturbación y afán. Una sola cosa es necesaria: elevar el espíritu y amar a Dios.” Más allá de ese componente místico, bastante estoica.
 
Nuestro exterior es el reflejo de nuestro interior. Lo que los demás ven de nosotros es lo que pensamos, lo que sentimos, lo que nos emociona. Cura tu alma y habrás curado tu vida.
 
Estáis ya en Minaya. Llegasteis pronto. Te ha dado tiempo a visitar a los padres, que están muy felices en su casa, y a barrer un poco la casa.
Lugar sagrado de silencios y costumbres; lugar de caminos y piedras. Lugar donde se entrelazan las raíces con las direcciones que se cruzan y pierden mientras te muestran la verdad: ningún camino es más ni menos difícil, solo lo es aquel que no nos atrevemos a recorrer.

 
A/20.S
 
Despiertas en Minaya. La luz que nace al día atraviesa la ventana y así, acostado, te deja ver uno de esos cielos azules que te proponen un día luminoso.
Kika duerme a tu lado, A lo hace en su habitación. Sientes que has descansado, al menos has dormido las horas debidas, aunque en la noche has despertado varias veces con esas pesadillas absurdas.
El padre vendrá luego, en la mañana. Tenéis que quemar esa hierba seca e intentar colocar la parra, caída, que ya ha comenzado a brotar.
Te sientes bien, tal vez podrías decir que sientes uno de esos momentos felices que no sabes cuándo volverás a conseguir. En ocasiones piensas que los momentos de felicidad debes ir ganándotelos, por eso a lo mejor gozas de tan pocos, no habrás sido merecedor de ellos.
Sabes perfectamente lo que te quiso decir ayer A cuando te reprochó que de lejos, sentado, se ven las cosas muy fáciles. Sabes, porque le conoces, que disparó directamente a donde te duele. Sabes, así lo entiendes, que en parte lleva razón.
 
Si deseas algo ausente, que crees no tener, es hacerte ser un miserable en el momento de ahora, el presente. La felicidad solo está aquí si lo que deseas está aquí. Si deseas algo distinto no podrás estar feliz ahora.
Admirar estos campos, ahora, es un momento único. Desear que fueran diferentes, que tu paisaje fuese mejor, rompería la magia de ese instante.
 
Hay días que quiero comerme el mundo, pero otros, sinceramente, solo busco la paz. Estar sentado en mi sillón o en el porche y que pase el tiempo. Leer, una copa de vino, escribir, mirar el cielo. Recordar lo que ha pasado. Mis batallas, las externas y las internas. Que haya pasado todo. Una conversación con mi madre, mi padre o mi hijo.
Solo deseas esa paz interior cuando te has atrevido a perderla o, simplemente, te han hecho perderla.
Y esa paz es la que quieres, es la que deseas y anhelas; y cuando llega esta época del año, se convierte en obsesión.
 
Habéis colocado la parra el padre y tú mientras Kika os miraba de reojo, tumbada al sol. Ha sido otro de esos momentos de la vida mágicos, cada momento con ellos es uno más pero también uno meno
Has tomado café donde Jose y comprado la prensa que lees al sol mientras A estudia en ese rincón que te ha usurpado.
 
Ahora que estás aquí, sentado en el patio, dejándote acariciar por un sol suave de abril, primavera, escuchando también, como en el amanecer, cantos de no sé qué aves que de seguro me miran, consigo entender que la vida no aburre, la vida está. La vida, a cada momento, es un despertar. Simplemente hay que estar atentos, nunca distraídos.
 
Se es humilde a base de hostias. En los pueblos la humildad se aprende desde que sales al campo.
 
Días de silencio, días de pensamiento y recogimiento. Días de pena, también. Porque la pena te queda desparramada en ese tiempo que se va y no vuelve.
Escuchar el silencio.
¿Qué es el silencio? Realmente en pocos lugares puedo apreciar su significado más que por allí.
Escuchar el viento, ese viento; los pájaros que cantan, esos pájaros; sentir desde dentro, ese adentro.
Caminar por el campo. Contemplar los cielos, como estos días, entre grises tapando esa inmensidad que apaciblemente descansa, ya verde, repleto de esas primeras florecillas amarillas. Cuando arrancas una  de la tierra, hueles y estás sintiendo el mismísimo universo. Todo está conectado. Percibes el momento, el instante. El tiempo no existe, simplemente ES.
Respiras. Por fin has respirado en esta auténtica y natural maravilla que ofrece la naturaleza que solo guarda el valor de unos cuantos.
Esta época del año es preciosa. Esas espigas que ya levantan flexibles al viento, firmes en el suelo, duras en la trilla y haciendo el pan.
Los bailes de estas aves que campan a sus anchas por aquí, dibujando versos en el cielo de libertad y silencio.
Todo, si escuchamos, nos dice que la vida existe más allá de lo que queremos acaparar. Cada uno elige su destino y a veces hay que pararse, respirar, sentir, escuchar y cambiar de dirección para darte cuenta de lo que tienes o de lo que pierdes.
Hay cosas que no tienen precio, simplemente porque no lo tiene. Pero no todos valoramos igual las cosas  ni todos pensamos lo mismo. Si fuéramos todos iguales posiblemente sería difícil la convivencia. De lo distinto siempre nos vemos engrandecido. Tan respetable es el silencio, como el ruido del asfalto.
Muy pocos comprenden que lo que realmente buscan no es algo material o físico, sino el AQUÍ y el AHORA, que ese ese instante en el que nuestra mente cabalga serena, por el camino, en silencio y no envuelta en futuros que no sabemos si vendrán.
Estar libre de miedo, de deseos, de todo aquello que nos genera frustraciones, sufrimiento.
Pensamos que todos deben caminar por donde nosotros caminamos, en la misma dirección, pero nos equivocamos. Cada uno toma su sentido. Acertado o no es el de cada uno. Igual que nosotros debemos de tomar nuestra propia dirección y no seguir siempre a la manada.
Estos caminos que transito están llenos de cantos, de piedras. Muestran simbólicamente esa dificultad del camino.
A veces tropezamos, pero no caemos. Y si caemos seguimos caminando aun con heridas en las rodillas.
Las dificultades te permiten crecer. No quejarnos,  enfrentarnos a los obstáculos que nos ofrece el caminar.
Convencernos de que podemos hacer, de que podemos seguir, de que podemos llegar. Si estamos convencidos lo conseguimos, si no lo estamos jamás emprenderemos la marcha.
El crecimiento espiritual, por ejemplo, es un camino que exige voluntad de cambio, creer y crecer. Avanzar exige salir del estado de confort y comodidad.
Realmente no sabemos lo que queremos en la vida y ni siquiera nos paramos o nos sentamos en una piedra tranquilos a pensar en ese problema; nos dejamos llevar por el bullicio, el ajetreo diario, el qué dirán o el qué hacen los demás.
Cada día es un aprendizaje. Todo significa algo, simplemente hay que sentirlo.
Tener un propósito, un destino. Te hará siempre caminar en una dirección. Una misión, una emoción.
 
 
 
A/21.D
 
Despiertas con el mismo sentimiento y sensaciones que ayer. Plenitud.
Sabes que los cielos de Minaya te envuelven, que pasarás por Madrid pero que dormirás en Granada.
Preferirías parar un poco. Podrías hacerlo, pero no quieres dejar huecos. Los huecos que se dejan siempre hay alguien avispado que los ocupa a la menor distracción y una vez ocupados por otro es dificultoso retornarlos.
El día de ayer con los padres, con tu hijo, fue mejor de lo que habías previsto. Simplemente porque nunca se debería esperar nada, porque nada es lo que se tiene y todo lo que nos venga de positivo es un alud de felicidad.
 
Tomas una cerveza en el tren mientras esperas se ponga en marcha. No quieres sentarte todavía, el viaje será largo. Te has traído la prensa y un par de libros. Lo normal es que en cuanto te sientes te duermas, te vence el cansancio.
Te ilusiona volver a Granada aunque eres consciente que esta vez no te dará mucho tiempo para caminar la ciudad.
 
Granada.
No se te ha hecho muy largo el viaje.
Comiste un bocadillo de pollo con una cerveza y unas patatas antes de sentarte. Como bien preveías, dormiste un rato. Algo de lectura, un café y cuando te has dado cuenta estabas en esta ciudad.
Lo de mañana no lo tienes muy claro. Es un ambiente universitario, totalmente académico, justo lo que más te motiva de tu trabajo. A ver cómo transcurre todo.
 
No debemos dejar que las preocupaciones se posen en nuestra cabeza, son como esas palomas que sobrevuelan por encima, como hagan nido se quedarán y nos generarán problemas.
Si te centras mucho en los problemas, estos terminaran por paralizarte.
Afronta aquello sobre lo que puedas actuar. El resto déjalo que siga volando y no le des más vueltas.
 
Cuando opinemos pensando que estamos en posesión de la verdad y sintamos que podemos desmotivar a alguien, lo mejor es quedarse calladito.
 
Recordaba ayer, un amigo a mi hijo, cómo éramos mi hermano y yo de pequeños. Le venía a decir que éramos de los que venían en plan chulito de Madrid.
Por un momento echaste la vista atrás, después, sentado en el porche. Eras un niño de familia muy humilde que vivía en el Madrid obrero, donde habían ido a parar tus padres tras trasladarse del pueblo; a trabajar mil horas él y a cuidaros y criaros otras dos mil la madre. Uno de esos niños que usaba jerséis hechos con agujas y lanas por la mamá o las abuelas. Esos mismos jerséis los llevabas hasta que pasaban al hermano con algún remendón. Llevabas ropas baratas, pero vestías bien. No tuviste unas zapatillas de marca hasta que pudiste pagarlas. La parca verde te duró unos inviernos, hasta que las mangas prácticamente te tapaban poco más del codo. Pero cómo te gustaba aquella parca de forro naranja y capucha enorme. Veías ‘Sandokan’ los fines de semana hasta que apareció, con la adolescencia, aquel ‘Verano Azul’ y comenzaste a soñar con lo que sueñan los críos a los que les queda todo por descubrir, porque ni se imaginaba, ni se sabía, de eso del internet que descubre las cosas antes de tiempo. Tuviste una Orbea mientras tus amigos, los más pijos, lucían las BH. Deseabas ir al pueblo cada fin de semana, cada verano, porque allí descubrías que las chicas, las del pueblo o las que venían también de fuera, eran más fáciles de enamorar, entre otras cosas porque en Madrid tus padres no te dejaban salir más allá de la esquina del barrio.
Ya no eres el mismo, por los años, pero tal vez en parte sí, porque sigues manteniendo aquella humildad heredada, la sinceridad infantil y la misma ilusión por volver cada fin de semana por tu Minaya.

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