Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 29
M/18.L
En ese trayecto no hay apenas ruido, las calles están vacías. El silencio es un magnífico ejercicio para equilibrar la mente y ahuyentar malos pensamientos, si además le unimos el caminar conseguimos el círculo perfecto. Si fuera por el campo, en fin, qué decir, éxtasis total.
La paz está en nuestro interior, solo el autoconocimiento es lo que permite esta experiencia.
Las preocupaciones nos ahogan, acaban con nuestra alegría. Cada respiración de vida debería se runa nueva celebración.
La Enkrateia implicaría esa capacidad para resistir las tentaciones y actuar de acuerdo con la razón y la virtud, a pesar de esos impulsos emocionales o deseos pasionales que puedan surgir.
No es fácil. Es algo que solo se consigue con constancia.
Yo, más allá de gilipolleces, más allá de que sea mi santo, sí celebro el Día del Padre. Lo celebro, entre otros motivos, porque es un privilegio tenerlo todavía con fuerza y vida. Le otorgo el valor –a los dos- de haberme trasladado lo suficiente, educación y principios, para estar aquí y haber llegado hasta aquí.
Solemos adquirir las virtudes de aquellos a quienes admiramos. Somos los jardines y esas personas son nuestra lluvia. No hay que buscar los referentes más lejos. Aprendamos de la experiencia de los sabios si queremos ser sabios. Yo siempre los he tenido cerca, mi padre y mi madre. Hoy lo celebro. Ojalá que algún día mi hijo diga lo mismo de mí.
Ayer me acosté invadido por una tormenta profesional. Hoy he despertado en calma. En el silencio, en mis lecturas, traté de agarrarme a Él. Simplemente confiar. Volví a leer el Salmo 23 que nos recuerda que a pesar de que atravesemos por valles y caminos oscuros y escabrosos, no tenemos que temer. Siempre estaremos acompañados.
¿Sobreviviremos al cambio climático? ¿Qué haremos cuando los robots nos ‘roben’ nuestros trabajos? ¿Vamos hacia una inminente III Guerra Mundial? ¿La economía hacia dónde va? ¿Estaremos bien de salud? ¿Cuando seamos mayores, qué haremos? ¿Y el futuro de mi hijo?
Si nos damos cuenta, son muchas las preguntas que irrumpen en nosotros desde esa incertidumbre del futuro que proyecta su larga sombra sobre el presente. Esa es, precisamente, la raíz de la ansiedad de este siglo.
El filósofo Alan Watts escribió en ‘La sabiduría de la inseguridad’ que el origen de la frustración actual y la ansiedad diaria es nuestra tendencia a vivir para el futuro. “Si para disfrutar de un presente agradable, debemos tener la seguridad de un futuro feliz, estamos ‘pidiendo la luna’. Carecemos de esa seguridad. Las mejores predicciones se basan más en una probabilidad que en una certeza, y hasta donde sabemos, cada uno de nosotros vamos a sufrir y morir”.
Poco, nada, me gusta eso de ser pinchado para sacarme sangre. No sé muy bien por qué he elegido hoy. Ayer tuve cena y sobremesa. No quiero ni pensar la alteración de valores.
No es tan importante el lugar en dónde nos encontramos sino el camino que hemos recorrido para llegar aquí. Lo malo y lo bueno, las alegrías y las tristezas, los éxitos y los fracasos, forman parte de un trayecto que nunca elegimos, que nos ha venido por el destino. Lo que realmente ha merecido la pena ha sido vivir esos momentos. Y los que queden.
Esta tarde viajaremos a Minaya. Quisiera no despistarme mucho entre las Mahou, hacer limpieza general de la casa, leer, descansar y no dar mucha guerra.
Me cuesta escribir estos días, debe ser la primavera.
Resulta que, parece ser, Mel Gibson advirtió a Jim Caviezel (protagonista) que el personaje sería muy difícil y que de aceptar, podría ser marginado en Hollywood. Caviezel pidió un día para pensarlo y su respuesta fue: “Creo que tenemos que hacerlo, aunque sea difícil. Y algo más, mis iniciales son J. C. y tengo 33 años. No me había dado cuenta hasta ahora”.
Mel le respondió con un sincero: “Me estás asustando”.
Durante el rodaje, Jim Caviezel (interpretando a Jesús) perdió 45 libras, fue alcanzado por un rayo, accidentalmente azotado con un látigo dos veces, dejando una cicatriz de 14 pulgadas, se dislocó el hombro y sufrió de neumonía e hipotermia por estar colgando casi desnudo en una cruz durante varias horas a la intemperie.
Su cuerpo estaba tan estresado y agotado por interpretar el papel que tuvo que someterse a 2 cirugías a corazón abierto después de la producción. La escena de la crucifixión por sí sola tomó 5 semanas de los 2 meses de filmación.
“No quiero que la gente me vea a mí. Solo quiero que vean a Jesús. A través de eso las conversiones ocurrirán”. Casi como un anuncio, pasaron muchas cosas extrañas, Pedro Sarubbi que interpretaba a Barrabás, al representar esa parte sintió que no fue Caviezel el que lo miró sino el propio Jesucristo. “Sus ojos no tenían odio ni resentimiento conmigo, solo misericordia y amor”.
Luca Lionello, el artista que interpretó a Judas, era un declarado ateo antes de comenzar el rodaje. Al terminar se convirtió, confesó y bautizó a sus hijos. Uno de los jefes técnicos que era musulmán también se convirtió al cristianismo.
Algunos productores aseguraban haber visto a unas personas vestidas de blanco dando consejos, que al terminar las grabaciones no volvieron a aparecer.
‘La Pasión de Cristo’ es la película con clasificación R más taquillera en los Estados Unidos de todos los tiempos, con $370.8 millones. En todo el mundo recaudó $611 millones. Más importante aún, llegó a muchas almas de todo el mundo. Mel Gibson pagó $30 millones de su propio bolsillo por la producción porque ningún estudio se haría cargo del proyecto.
Jim Caviezel proclama con orgullo su fe en Cristo en medio de la impiedad de Hollywood.
Realmente me parece digno de pensar.
Está nublado, pero el campo está precioso. Han crecido esas hierbas verdes, con las florecillas amarillas, Jaramago común, creo se llaman. Lo inundan todo de un colorido precioso, primaveral.
Saldré a caminar. Luego me pondré a limpiar el patio a ver si lo consigo o, al menos, dejarlo lo más presentable.
Caminar por estos campos es sumergirse en uno de esos mundos donde se equilibran la serenidad y la vastedad. A cada paso, el suelo árido, pedregoso, se extienden hasta donde alcanza la vista, allá en el silo de la estación, mientras mi cielo hoy gris se funde con todo un horizonte colorido.
Creo. Aquí sí creo.
Caminar por estos campos es conectar con la esencia misma de la naturaleza y encontrar la paz en medio de una inmensidad que vive ajena al ruido y al asfalto.
Ayer el día prometía y prometió. Más allá de la paliza de quitar la hierba del patio (agujetas), luego lo pasamos entre amigos, cultivando lo más importante de la vida que es, además de la familia, esas amistades que de una u otra manera enriquecen a la vez que nos van haciendo viejos.
Faltó alguno, pero coincidimos el grupo, la pandilla. Un buen fuego, unos buenos guisos y el sentir de una vida que aquí siempre parece más lenta.
Hoy el día está bastante gris, los cielos no dejan ver el sol y el viento predice que el clima de primavera va y viene.
El tiempo, la edad, nos hace temer más.
No soy capaz de vivir sin miedo. No creo que nadie viva sin él.
Miro por esta ventana, de casa, pienso en los míos y aquí, frente a este cuaderno que trato de humanizar con la tinta y las palabras que vomitan mis pensamientos, me dejo llevar por el gris del cielo y el silencio.
Hoy estamos. Estamos todos. Los tengo. ¿Y mañana?
Ayer me comentaban de una antigua amiga de los veranos en Minaya, de mi edad. De esas de las que los amigos nos enamorábamos de adolescentes, que luego conseguíamos robar algún beso y hacernos soñar en las sombras del parque del Paseo. La vi años después, casada con hijos. Era la mayor de cuatro. También fui amigo de todos ellos. Todos, unos y otros, éramos amigos del pueblo.
La encontraron muerta en su casa hace unos días parece a causa de un infarto.
No somos más que eso: nacimiento y muerte. Entremedias tenemos esa mínima oportunidad de vivir.
Todos esos miedos, inseguridades que van depositándose en nuestra alma.
Pero en este cuaderno escondo pocos secretos, en el Diario de un Estoico solo dejo ver lo que creo debo.
Miedos, preguntas que no encuentran respuesta, mentiras que quiero convertir en verdad, verdades que no me escondo.
Los domingos por la tarde me encantan, aunque a veces me sienta vacío.
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