Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 14
D/4.L
L no estudió carrera, pero es un tío muy inteligente, leído, culto. Una vez leí un texto suyo, una carta a un amigo, y escribe fabulosamente bien; otra cosa es que no haya escrito nada nunca. Puede que sea uno de esos tantos talentos perdidos. Es educado y bonachón. Recuerdo que, en aquella época nuestra, de más relación, de amigos de barrio, de salidas nocturnas los fines de semana, le presenté a la que hoy es su mujer. Luego la vida, las vidas, como suele ocurrir, danzan a trompicones y no te das cuenta de a quienes vas dejando de ver. Y el tiempo pasa y cuando te miras has perdido los años. Pero siempre hemos estado ahí. Formamos un minúsculo grupo de amigos de barrio, cinco o seis. Su padre, ahora viudo, sale a caminar todos los días con el mío y con el de P, otro de los del grupo, formándose así una especie de clan.
Hoy comía solo. Yo también. Pero nos hemos visto al terminar. Él salía y yo estaba sentado en la barra. L mide cerca de dos metros. Dos metros de bondad. Me ha echado el brazo por el hombro y me ha preguntado, dos o tres veces, si estaba bien. Claro que estaba bien, y más en ese momento, acompañado de un buen vino, mi empanada del lugar y mis lecturas totalmente ajeno a lo externo. Me ha extrañado su insistencia.
Siempre me ha jodido mirar hacia arriba cuando hablo a alguien. En ese instante me he sentido realmente pequeño.
Hemos quedado en comer juntos uno de estos días. Estamos uno al lado del otro. No dejemos pasar los tiempos.
No ha sido el mejor inicio de día. Cuando se discute nada más comenzar la jornada, todo indica que te costará enderezar. Enderezar lo torcido. Unas veces complicado, otras no tanto, supone decisión.
Tal vez eso, dar con la cabeza en el suelo, sea lo que nos pone en el sitio, en el lugar, en la realidad, y nos hace pensar.
No hay que arrepentirse de nada de lo hecho en el pasado, de las equivocaciones, de esas decisiones mal tomadas. Sí que podemos enderezar aquello que el tiempo, o el momento, torció. Como este día. De cada uno depende.
Pensar en nuestra excelencia, en nuestra esencia, nos hará superar mejor cada obstáculo.
Aprovecharemos estos días para descansar, sin hacer mucho ruido.
He marchado por el camino de la Estación, acompañado de un poético sol y un cielo inmensamente azul. Yo y mis pensamientos. He llegado hasta los pistachos del amigo D y he vuelto por el mismo recorrido. Me gusta este camino. Tiempo tengo estos días de recorrerme todos, con ansia.
J y D, D y J, esos que tengo como mis amigos escuderos por aquí, han trabajado. Uno en la siembra: “José, para nosotros los puentes y las fiestas no existen, no son. O sembramos este mes o se acaba todo.” El otro aprovechando para cortar leña con su padre para el invierno. La verdad es que no dejan de trabajar ni un solo día, sus vacaciones se circunscriben a los días de la feria, en septiembre. Es lo que hay.
Todavía, a estas horas, es de noche. No ha amanecido. He quedado con el amigo L para dar una caminata y centrar un poco la mente. Esto último me es fundamental.
Pensar dos veces y dar marcha atrás nunca es un error, puede ser el mayor acierto.
Malgastamos parte de nuestra vida sin vivirla, pensando, dando vueltas a las cosas, preocupándonos por todo y bloqueados sin pasar a la acción, sin vivir.
Somos víctimas de emociones que escapan a nuestro control porque permitimos hacer.
A veces perdemos, sin saber por qué, o por circunstancias, la seguridad en nosotros mismos.
Y sí, es cierto, hay que parar y aprovechar los días en los que las carreras no nos llevan de un lado a otro, acelerados, para reflexionar y volver a agarrar el timón de esa vida que parece, a veces, se va por no sabemos dónde.
Y para ello no hay más momento que el que uno quiere. Es ese momento en el que decidimos que lo mejor de nuestras vidas somos nosotros y solo seremos dueños de ella si creemos en nosotros.
Creer en nosotros nos aporta la fuerza y la libertad suficientes como para superar cualquier obstáculo que aparezca en el camino.
La confianza en nosotros nos aporta la energía necesaria como para alcanzar la meta, por muy empinada que sea la cuesta que nos lleve a ella.
Nunca es tarde para tener la vida que quieres, para ser lo que verdaderamente quieres o rehacer tu dirección.
Nunca es tarde, pero si esperas mucho sí puede serlo.
Lo bueno y positivo de haber caminado es que sabes de tus errores y aciertos.
Corregir no es un fracaso, es un aprendizaje.
Volver a Ser, encontrar aquello que verdaderamente te llena no tiene por qué ser una pérdida de tiempo. Ni si quiera lo has perdido. Solo puedes ganar y ser el resto de tu vida lo que quieres ser.
Hemos llegado hasta aquí con voluntad. ¿Por qué no enfrentarnos a nuevos retos y propósitos?
Debemos cambiar la percepción que tenemos de mucho de lo que nos rodea. De ese mundo que tenemos delante y que a veces pensamos nos supera.
Un milagro no es convertir el pan en vino. Un milagro es dejar de ver como vemos actualmente y que nos ha llevado a ser lo que no hemos querido ser.
Sonríe.
Es imprescindible la confianza en uno mismo.
La realidad cambia a partir de tu enfoque.
Sí tus pensamientos son negativos todo a tu alrededor se convierte en negativo.
Con confianza en nosotros las adversidades, por muy duras que sean, servirán para depurarnos. Nos enfrentaremos a ellas con coraje y valentía, venceremos los miedos, aflorarán nuestras miserias y eliminaremos las falsedades y arrogancias que todos portamos.
Quiérete más que nadie y no te compares.
Todo lo que vemos es lo que somos.
Si queremos cambiar lo que vemos es fundamental que cambiemos primero nuestra manera de mirar.
No sé qué pensar.
No sé qué ser.
Deja de hablar.
Deja de escribir.
¿Qué escribes?
En la filosofía rural, la simplicidad es un maestro sabio. Enraizada en la conexión con la tierra, encuentra la verdad en la naturaleza y la contemplación tranquila. Cada surco en el campo y cada cambio de estación son lecciones sobre la impermanencia y la armonía con el entorno. Aquí, la vida se mide en ciclos, y la sabiduría se extrae de los ritmos naturales que guían el flujo sereno de la existencia rural.
Me permito libertad, liberarme.
Pasaba hoy, cerca de aquí, entre Minaya y La Roda, por una vereda, la vereda, por estos campos nuestros, el último rebaño de ganado bravo trashumante que parte de Frías, Teruel, a Jaén. 450 reses bravas que recorren 500 kilómetros durante 32 días, dejando atrás los hielos y nieves que cubren los pastos de la sierra de Albarracín, a esas otras tierras más cálidas del invierno andaluz. Un hecho único del que he sido testigo en ese pasar por estos caminos manchegos, de estas reses acompañadas de sus pastores a caballo. Espectacular.
A estas horas ya habrán acampado, hasta mañana que recuperan ese camino a no más de 15 kilómetros diarios.
Y para no perder comba campestre, poco más allá, a dos o tres kilómetros, también en medio de ese paraje nuestro, se celebraba el Campeonato de España de Cetrería. Bellísimas aves, Azor, Halcones y Harris. Hombres y mujeres con sus pájaros bien cuidados y atendidos, encontrando el súbito impulso de la naturaleza. Frío, mucho frío, pero feliz de este privilegio, uno más, en estos días que ando disfrutando de lo poco mucho que esta vida me ofrece.
El día será largo. En la tarde viajo a Barcelona.
A muchos les podría parecer venial el silencio que me ha despertado, pero tal es su profundidad que me ha sobresaltado. He conseguido atraparlo y así llevarlo de vuelta a mi lado.
Uno, que ha pasado ya los 55, comienza a pensar mucho más en ello. Comienza a fijarse más en los detalles que antes pasaban desapercibidos.
Toca recuperar la consciencia, el Yo, el Ser. Sentirte agradecido por despertar cada mañana.
Diferenciar el deseo de la necesidad como primer paso para caminar más libres y con la mochila más descargada.
Toda nuestra vida, todo nuestro Ser, depende de nuestra mente. Lo que hacemos, lo que vivimos, el cómo nos sentimos. Cómo nos relacionamos con nosotros y con los demás.
Dejar de sabotearnos a nosotros mismos y encontrar la esencia de nuestro Ser que no está ahí fuera, está aquí dentro.
Veo infinidad de caminos, pero no es lo mismo. Caminar es vivir la lentitud del ser. Aquí voy ajeno a toda esa vida que me mira desde ahí.
Aquí el ruido me invade. Ahí el silencio me habita.
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