Diario de un Estoico. La posibilidad de lo imposible. Semana 1
S/4.L
No me entusiasma, en absoluto, volver a la rutina laboral pero sí reconozco sentir algo así como que comienzo de nuevo, que puedo tomar decisiones, que puedo cambiar –al menos intentarlo- aquello que no funciona correctamente.
Septiembre es así. Comenzamos un nuevo curso y vete a saber lo que nos deparará.
En el inicio de septiembre, como en todos los inicios de algo, se mezcla el miedo, la nostalgia, la impaciencia, un cosquilleo que no se va, el deseo, la ilusión. Los días se acortan y yo, sin quererlo, me voy volviendo más triste y gruñón.
Conquista tu mente y conquistarás tu vida.
Esta mañana, temprano, me hacía saber un amigo que anoche, en el transcurso de la verbena en las fiestas de Minaya, un paisano conocido (el sábado estuve saludándole en el mismo lugar), de no más de 60 años, caía al suelo, a la vista de todos, fulminado por lo que parece haber sido un infarto.
Un tipo que se cuidaba, muy trabajador, alto y fuerte, familiar, nada de bares, y ya está, se acabó en ese instante que disfrutaba, que reís, que bailaba con su familia en las fiestas de su pueblo. A la hora estaba muerto en el tanatorio.
¿Así es la vida? Pues, sinceramente, yo entiendo cada vez menos esta vida.
Dios arrebata todo a Job: su familia, su casa, salud, y así comprobar si era bueno de verdad, o simplemente lo era porque le iba bien siéndolo. Peculiar.
Job reza, al menos durante los primeros dos capítulos. Luego discute varios días defendiendo su inocencia contra sus “amigos” que le decían que si Dios le había hecho eso era porque se lo merecía, lo cual no era cierto.
Job, entonces, cansado de su sufrimiento, exige a Dios que baje y le expliqué por qué le ha hecho esto si siempre ha sido bueno y se supone que el supremo es un dios justo.
Dios bajó pero en forma de tormenta y le enseñó a Job la complejidad del mundo y del universo, detalles que Job nunca llegó a comprender. En especial, le habló de dos bestias que habitaban el mundo: Behemoth y Leviatán.
Dios le dijo a Job que estás criaturas, peligrosas y horribles, capaces de matarle en un segundo, siguen siendo parte de su obra, de su providencia y sabiduría.
Sin responder directamente a su pregunta, Job lo entiende. Entiende que hasta lo más feo del mundo tiene una razón de ser. Será capaz de vivir el resto de su vida tranquilo y —como dirían los estoicos— acorde a la Naturaleza.
Todo tiene un porqué. No prejuzgarlo.
Resulta que andaba yo por el campo. Un campo cualquiera. Iba en un coche pequeño, con mi padre y mi hijo. En un momento dado decidimos parar, en un llano. Bajo a caminar. A mi espalda, lo que de lejos creía era un perro corriendo hacia mí, según se acercaba comprendo que era un toro enorme, con unos cuernos impresionantes, marrón oscuro y con cara de pocos amigos. Venía derecho. En un primer instante quedé paralizado, luego comencé a correr como no lo había hecho nunca. Corría hacia ningún lado, simplemente corría. El toro detrás a pocos metros. Conseguí esquivarle con un giro rápido. Aquel toro frenó y se dio la vuelta. Cerca de mí había una especie de arbusto. Tomé la decisión de enfrentarme a él, tratar de engañarle. Me quedé quieto, le llamé y se levantó hacia mí a toda velocidad. Cuando estaba prácticamente encima de mí, me tiré hacia el otro lado consiguiendo así que se golpease con las ramas y el tronco del árbol. Corrí hacia el coche. Mi hijo estaba grabándolo todo. Le grite que me abriese la puerta antes de que el toro se espabilara. No me abría. Mi padre tampoco. Estaban embobados. Justo cuando llegaba, corriendo, jadeante, a aquel coche, ha sonado el despertador… me he perdido la segunda parte del sueño.
Me he quedado intrigado, casi molesto. ¿Cómo terminaría la historia?
Me he sentado en el tren como cuando mojas un trozo de pan en aceite, no llega a empaparse del todo. Mojado superficialmente.
La chica que se sentaba frente a mí no me quitaba ojo. No sé si por los gotarrones que adornaban toda mi ropa o si por estas barbas mías, algo descuidadas en el inicio de mes. Me he puesto a leer. Seguía mirando. Me estaba poniendo nervioso. No quería mirarla, para que no pensara. Al poco ha dado una especie de respingo. Debía estar inmersa en sus pensamientos, o simplemente dormida con los ojos abiertos. Muy extraño. No creo que ni siquiera se haya dado cuenta de mi presencia.
Meditar es cultivar un estado. Cultivar es regresar una y otra vez. Es atención, es transformar nuestra mente a través de entrenamientos mentales y estudio. Nada bueno va a ser interesante.
Tú debes de tener interés propio.
Si tú tienes tu propia alegría, tu propio entusiasmo, entonces no quedas a merced del capricho momentáneo. Estarás libre para elegir dónde invertir tu tiempo y energía.
No sé muy bien cómo era capaz de aguantar, en esas épocas, tampoco hace tanto, en las que el trasnoche era prácticamente diario, de lunes a viernes.
Mi desorden vital vino dado, realmente, por ese desorden en el día a día: desorden físico, desorden de sueño, desorden de comidas. Todo ello, inevitablemente, te lleva a un desorden mental. Cuando tienes desorden mental no tomas las decisiones adecuadas, no cuestionas, te dejas llevar.
Desde el momento que nacemos, sentimos la necesidad de satisfacer nuestro apetito físico. Alimentamos ese cuerpo, recién nacido al plano material, y así aseguramos su crecimiento. Pero eso sería una necesidad básica. Cuando vamos creciendo, sentimos otras necesidades, como son la protección, trabajo, dinero, familia, amigos, parejas, grupos, valores, etc.
Cada vez que alcanzamos esas necesidades, entendemos que es importante conservarlas y, ante el temor de perderlas, decidimos apegarnos a ellas y a defenderlas a capa y espada.
El ego es un adicto al apego, pues cambiar, lo interpreta como perder, y no está dispuesto a renunciar.
Llegará un momento que nos cansaremos de buscar la paz, la felicidad, allí donde es imposible hallarla, entonces decidiremos cambiar el rumbo de nuestra nave y estableceremos un nuevo rumbo que nos garantice parar en un puerto seguro.
Solo existe una única Verdad: es la que nos lleva a ver lo que Somos. Debemos invertir la dirección de nuestro pensamiento y sustituir el apego por lo material potenciando la visión de lo Espiritual.
Lo posible de lo imposible.
La posibilidad de lo imposible.
Posibles títulos para el segundo volumen, que comienza, de estos diarios estoicos.
Escuchaba esta mañana, según venía, las declaraciones del padre, actor, del joven que ha asesinado, descuartizado, a otro hombre (aparentemente su pareja), en Tailandia. Era la primera vez que podía visitar a su hijo, preso en una cárcel de ese país: “no vais a ver lágrimas, no me vais a ver llorando. Esto es o una desgracia o un reto.”
Es verdad que es una situación extrema, radical. Tu hijo en la cárcel, culpable de un asesinato dantesco.
A veces, cuando afrontamos un contratiempo, o un nuevo horizonte, lo vemos como imposible, inaccesible, que solo esa condición mental ya supone un obstáculo. No damos el paso por miedo al fracaso. Nos paralizamos.
Es cuestión de atreverse. Todo es cuestión de atreverse.
Ver las cosas de otra manera: reto o desgracia.
No es lo mismo hundirte, sentir rabia o frustrarte al sentir un revés de la vida, que experimentar satisfacción por enfrentarte con éxito a ese reto que aparece en el contratiempo.
Su pregunta fundamental en la vida es “¿Quién soy yo?”, sin este conocimiento todos nuestros demás conocimientos serán puestos en duda en lo que respecta su verdad y valores.
Si no te conoces a ti mismo, ¿puedes ni siquiera pretender conocer algo fuera de ti mismo? Corremos tras lo material, los objetos externos, tratando de conocerlos o poseerlos, pero ignoramos lo más obvio, que es nuestro propio ser y visión interior.
Kika sobre mis piernas, Alex al lado. No necesito mucho más. Sinceramente nada más.
Me he sentido culpable de derrochar la vida y no he querido quedarme en casa a atesorarla. Tuve miedo del fuego y me incineré. Amaba las páginas de un libro y corría a la calle a aturdirme. Todo ha sido superficial y vacío. No tuve odio sino amargura, nunca rencor sino desencanto. Lo esperé todo de los hombres y todo lo obtuve. Sólo de mí no he sacado nada: en esto me parezco a las tumbas.
¿Pude haber vivido de otro modo? Si pudiera recomenzar, ¿lo haría?” Jaime Sabines, poeta.
Creo no haber tenido excesivas obsesiones, prácticamente por ninguna. Si tuviera que decir alguna, tal vez sería el orden. Con el tiempo incluso me he ido haciendo ‘más obsesivo’ con esto del orden: cada cosa en su sitio, ni centímetro a un lado ni a otro, en su cajón o cada libro en su lugar, de tal manera que sepa exactamente dónde se encuentra hasta el último que compré. A lo mejor esto podría entenderse como obsesión negativa, dependiendo del punto de vista desde el que se mire.
Necesito un cuaderno donde escribir y un libro siempre conmigo. Vaya donde vaya, en mi mochila o en la mano. Sentir el papel a escasos centímetros de mí me da seguridad, una seguridad que nunca he entendido porque nunca, tampoco, he sido un fanático lector ni mucho menos excelso escritor.
Subrayo los libros. Los toqueteo de tal modo que los hago míos y de nadie más. No los presto.
Me obsesiona la paz y el silencio. Lo busco hasta convertir el murmullo del viento en mis campos en ese instante de serenidad y quietud que me transforma en un ser especialmente privilegiado. Diferente.
Siempre hay una salida, siempre. La vida. Vivir es una salida.
Algo está ocurriendo, además, cuando muchas de estas muertes son de jóvenes, adolescentes.
Intentemos ponernos en la piel de quien no quiere vivir y no dudemos en escuchar y ayudar a recuperar la esperanza y la confianza en la vida a las personas que sufren en silencio y se sienten solas y perdidas. Ayudar no es juzgar.
Es labor de todos intentar que la gente no piense en matarse. Hay formas para fortalecer las dificultades del día a día.
Me da escalofríos cada vez que recuerdo el suicidio del vecino, del amigo, J. Vivíamos puerta con puerta. Nuestros patios estaban separados por una pequeña verja a través de la que manteníamos conversaciones interminables en las noches de verano. Nos fuimos a vivir allí prácticamente a la vez. Él viudo, ella divorciada. Él con un hijo, ella con dos. Les vimos crecer como ellos a A. Decidieron casarse. Los casé. Tenían un estanco. La crisis, los cambios en los hábitos de consumo local, los impuestos. La última vez que le vi deambulaba por la calle, cerca de su casa, con la mirada perdida, como ido. Le saludé. No estaba ahí, aunque me contestó. Me quedé realmente impactado. No conocía que llevaba tiempo en tratamiento por una depresión demasiado larga. Una semana después de aquel día, dejó que su mujer marchara a trabajar, se quedó solo, se metió en la bañera con agua caliente y se clavó un cuchillo en el pecho a la altura del corazón.
Me llamó el concejal de seguridad del ayuntamiento según viajaba a Sevilla. No lo olvidaré. El hombre se asustó al tener conocimiento del incidente y ver la dirección.
Me quedé impactado. No podía creerlo. ¿Cómo pudo llegar J a aquello? ¿Cómo pudo premeditar, preparar, su muerte así?
Acciones virtuosas provocaran en nosotros dicha y felicidad.
Acciones que perjudican, tarde o temprano nos provocarán sufrimiento.
Acciones neutras, ni fu ni fa, quedaran en eso, en lo neutro.
Lo que siembras recoges.
El apóstol Pablo escribió: “Recuerden esto: El que siembra escasamente, escasamente cosechará, y el que siembra en abundancia, en abundancia cosechará” (2 Corintios 9:6).
Dícese del karma.
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