Lo que el viento deja. Semana 3
S/12.L
He querido comenzar esta mañana de lunes, que aparece gris, con estas palabras del escritor Javier Marías, escritor que me acompaña desde los tiempos jóvenes, que he seguido cada semana en sus artículos de El País. A modo de homenaje.
Hagamos todo lo que podamos, de la mejor manera posible, en vez de lamentarnos.
Mira tu agenda. ¿Están ahí reflejadas esas prioridades? Ahí es donde se refleja lo que te importa.
He llegado pronto a casa, en plan caminata, andando entre meditaciones, en silencio, antes de ponerme a escribir estas líneas de nada.
Por las calles el agua corre como en riachuelos hacia abajo. No mojarte los pies al cruzar es imposible.
Las alcantarillas no tragan, los coches salpican a uno y otro lado y aquellos humildes, los que somos, que no nos queda otra, venimos en tren y a pie dejándonos el cuerpo entumecido por todo el día.
Necesitamos agua, necesitamos lluvia, pero que poco me gusta que llueva durante el día. Me desorganiza mis pasos, oscurece el día.
El libre albedrío de hoy, el poder de decidir, el sí o no, afecta al resto de nuestra vida futura.
Así comienzo mis días.
Si estamos vivos, si podemos decir “es lo peor”, todo podrá mejorar y pasará, lo peor realmente es cuando ya no podemos hablar de ‘lo peor’.
Pasemos menos tiempo pensando en lo que deseamos y más aprendiendo a desear lo que ya tenemos.
Cuando esto ocurre mi mente se polariza, se encoge, generando un bloqueo que repercute en cada una de mis acciones.
Estar solo presente no es Ser.
Puedes superar cualquier obstáculo del camino, incluso de una caída salir reforzado. Todo es actitud.
Acepta con calma aquello que no puedas cambiar.
Anoche me acosté muy pronto. Prácticamente diez horas después he despertado.
Me definiría así perfectamente, sin complejos. Y así lo hizo, en su día, Salvador de Madariaga.
Toda mi vida he dado una imagen de despreocupado cuando uno de mis verdaderos defectos personales es ese, que me preocupo en demasía por todo y todos.
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