07.03.2022... Reflexiones de guerra.
Siempre he sido un poco escéptico sobre lo que piensan las mayorías. Me equivoqué cuando desconfiaba, y no creía, que el virus COVID nos invadiría. Me he vuelto a equivocar cuando pensé, y afirmé, que jamás Rusia invadiría Ucrania.
Nunca imaginé que hoy estaríamos así, viviendo en vilo por el absurdo afán imperialista de un demente al mando de un país como Rusia.
Duodécimo día en guerra. Tampoco pensé que esto duraría tanto y, por ende, generaría tantísimo sufrimiento.
Tiempos grises, oscuros, en los que parece la sombra nos engulle con fuerza.
El llamado primer mundo, el mundo del progreso, está en guerra.
Ego, dominación, codicia, prepotencia. Todos tenemos un poquito de todo esto y por eso, y por ello, tal vez, estamos como estamos.
El siglo XX nos dio a Hitler, el XXI nos ha regalado a Putin.
Las guerras me producen pena, todas. Los pueblos, los ciudadanos, me producen respeto, todos. Los dirigentes que llevan a sus pueblos a las guerras me producen asco.
Esto es una locura de siglo, una de esas plagas que nos vienen dadas por no hacer las cosas bien.
Llevo 12 días, como muchos, enfangado, triste, leyendo todas las informaciones a las que tenemos acceso y que, de seguro, ni son las buenas ni son las mejores. 12 días con los pelos de punta, contemplando una cruel batalla, entre unos valientes y un cobarde prepotente, como si de una irrealidad se tratara.
Entre mis informadores, leo atentamente, cada día, a María R. Sahuquillo, corresponsal de El País. La leo desde antes porque ya anunciaba, también, en sus extraordinarias crónicas, lo que finalmente ha pasado. También porque es la hija de un amigo de esos con los que suelo compartir sobremesas, Miguel.
El miedo distorsiona la forma de conocer porque provoca que veamos las cosas diferentes a como son, irreales.
El miedo te aparta.
Nos imposibilita a sentir, gozar las cosas.
El miedo nos hace desconfiar de los demás.
El miedo que te provoca una guerra es un miedo que solo conoce el que la vive.
Dicen que Putin se ha equivocado de estrategia. No lo creo. Su frialdad vital lo calcula todo: es un estratega, un auténtico dictador. Nada le diferencia a otros de su especie.
Comunista, seguidor de Lenin y Stalin.
No le importa nada: ni los que mueren, sean civiles o no, ni las críticas o sanciones.
Hace ya seis años, ahora lo recupero, escribí este post por AQUÍ: 'Las olas de Alvazovski, entre Rusia y Ucrania'. Entonces hablaba del conflicto existente y que había dado comienzo dos años antes, en el 2014.
Hace 8 años comenzó una guerra en Ucrania de la que muchos sabíamos bien poco o nada, mientras que otros miraban hacia otro lado. Desde entonces, y afirmo que desde aquél entonces, han muerto muchos ucranianos y otros muchos han perdido todo, hasta su dignidad, por haber tenido que huir y abandonar sus casas. Hace 12 días comenzó la invasión militar de la totalidad del territorio de Ucrania, pero no la guerra; la guerra había comenzado ocho años atrás.
Las guerras sabemos cómo empiezan, pero no cómo terminan. Los abuelos, los nuestros, nos enseñaron que éstas dejan una interminable cadena de sufrimientos y heridas que difícilmente cicatrizan.
¿Y si fuéramos uno de nosotros los que nos vemos obligados a despedirnos así de nuestra familia, Dios sabe hasta cuando? ¿O para siempre? A abandonar todo, lo poco o mucho que tenemos: hogar, país, familia.
¿Seríamos capaces de hacerlo nosotros?
Quiere someter Ucrania y su población.
Solo hay una solución: acabar con Putin.
Occidente toma iniciativas que, aunque no lo parezca, están haciendo daño al dictador. Todavía se podría hacer más, por ejemplo que la OTAN protegiera los cielos de Ucrania contra la aviación rusa, pero aquí entraríamos en riesgo de una III Guerra Mundial. De eso se aprovecha el emperador.
Me da miedo no ya el presente, que también, sino el futuro.
Occidente llegó tarde a Ucrania, a Putin habría que haberlo parado antes.
Ahora todos ponemos fotos y banderas de apoyo al pueblo ucraniano, pero todo esto luego se olvida como se han olvidado otros conflictos no tan lejanos.
La solidaridad internacional debe mantenerse porque los muertos ucranianos lo son y serán, entre otras cosas, por defender la libertad que el resto no nos hemos atrevido a defender.
Hay que sancionar a los oligarcas rusos, al dictador que lleva al pueblo a las armas, no a sus ciudadanos, de los que tengo la confianza saldrán a la calle y se revelaran contra la injusticia y su precursor.
Ahora solo cabe la esperanza. Esperanza por todas estas gentes, ciudadanos libres; esperanza por un pueblo, el ucraniano, para que siga siendo libre, democrático y sobreviva; esperanza por el mundo libre, que somos todos.
Esperanza porque todas esas sonrisas, incluida la que me acompaña, vuelvan a bailar al compás de esa vida feliz, tranquila, en paz, que merecen.
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