28.03.2022... Sensaciones de pueblo.

Seguimos en guerra. Puede parecer que ya nos acostumbramos al parte diario de las bombas, los disparos, silbando en la lejanía de Ucrania mientras sus gentes abandonan como pueden las ciudades,  dejando atrás sus vidas y otros quedan tendidos entre los cascotes de la barbarie. Han pasado más de 30 días y la mentalidad del destructor, del invasor, no se ha vaciado de ese maligno ansia de poder. Es el mayor ataque militar sobre suelo europeo tras la II Guerra Mundial. ¿Para qué? No llego a comprenderlo. 

El pueblo ucraniano resiste, valiente, a ser masacrado. Desde mi punto de vista, ya han ganado la guerra. Todos sabemos quién la ha perdido, por muchos tanques y amenazas que desprenda. Nos pilla lejos, podría parecer, pero está ahí a lado, defendiendo lo que no muchos somos capaces de defender porque nos creemos en una posesión infinita de ello: libertad.

Pueblo. Sensaciones de pueblo. Salgo al patio, hace frío. La mañana ha despertado como con neblina. Los adoquines están mojados y de las flores del almendro unas gotas como lágrimas se desparraman en la tierra.



Huele a tierra. Un olor profundo que llena mis pulmones hasta embriagarlos de todo lo nuestro. Es el pueblo. Es la España rural. Es la España que se va vaciando si no le ponemos remedio.

Abro las portás y salgo a la calle. No se ve un alma.

Un gato salta desde el patio de la vecina e imagino sale a ver si atrapa alguno de esos pocos ratones que todavía habitan las casas viejas.

De aquella chimenea el humo se entremezcla con el cielo, hoy abarrotado de nubes, aromatizando mis pasos con el fuego y la leña. 

El tractor se abre paso por el camino, a lo lejos.

Me he abrigado bien. Camino rápido porque quiero pisar pronto la tierra del camino. Hoy cojo el que lleva a la Estación, ese que comenzaba desde la calle donde vivía la abuela Señor. Ahora las calles están asfaltadas, antes se llenaban de cantos y tierra apelmazada,  dura, uniéndose así a los caminos. Antes,  también, se llenaban de muchachos y de abuelas, corriendo o conversando en las puertas abiertas de los hogares.

Vas alejándote de las casas a la vez que te adentras en los campos divididos por esas lindes de piedras, enmohecidas, que sostienen la vida de los años a la vez que sirven de guaridas de conejos, liebres y perdices.

Caminar por aquí es como escribir, te despojas de todas las miserias que con los años vas acumulando; vuelves a revivir porque respiras todo lo que se te muestra como importante.

Estás ahí.

El campo me abraza, me coge. La siembra verdea convirtiendo algunas parcelas en lienzos imborrables.

Normalmente los hechos negativos, las circunstancias adversas, son las que nos llevan a conocer la verdad.

Estar en estado de conciencia. Todo está dentro de nosotros.

Aquí no me siento vacío. Curiosamente, cuando más vacío me he sentido es cuando he estado rodeado de más cosas.

Aquí me encuentro. Cuántas veces he sentido que algo me estaba perdiendo y era, ni más ni menos, que a mi mismo.

La primavera es mi estación favorita. Los días se alargan y parece que estalla la vida en colores. Todavía tenemos días lluviosos, ventosos y algo frescos, pero el campo reluce ante esos cielos dibujados por nubes que albergan el sentido de lo poético.

Un agricultor hunde en la tierra el azadón. Está cavando para trasplantar algún pistacho que ha debido de caer con los vientos y la lluvia. 

Es la naturaleza, la vida. Por aquí se huele a eso, a vida.

La primavera en estos campos, áridos en verano, lo impregna todo de poesía. Porque poesía es toda la belleza del mundo y nuestra capacidad para verla y contemplarla.

Estar atento. Estar atento es sentir en calma todo lo que nos rodea. Es dejarnos atrapar, sin prisa, por todo lo bello, que es mucho, del momento.

Estar en calma es estar aquí, en el pueblo.

Sentir paz y equilibrio. Sanarte espiritualmente.

He sido adicto a las distracciones, a echar tiempo en momentos que aparentemente nos generan una falsa sensación de progreso o diversión. En realidad es una pérdida de tiempo. Nos roban las horas, el tiempo.

Ahora toca ganarle a la vida momentos como estos.

Aquí las balas no nos llueven. Somos unos privilegiados. Abramos las puertas de nuestros pueblos a todos aquellos que han de salir de los suyos.

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