11.04.2021... Salir corriendo.
Está esta primavera llenándonos de claroscuros. El año pasado, por estas fechas, estábamos confinados. Éste, que algunos creímos llegar a esta época hermosa de flores, verdes y versos, pensábamos estar viviendo una realidad que hoy solo podemos desear: normalidad.
Vivimos en una confusión diaria, como este clima que tan pronto llena los cielos de nubarrones como de un sol que enrojece las frentes.
Nos invaden las contradicciones. Las vacunas no han llegado ni a los mayores, y nos acercamos veloces a un verano que, desde todo punto de vista, acierto si escribo que no será como el pasado.
Hace un año, en estos mismos cuadernos, escribía cada día, mientras las ventanas cerraban con aplausos la tarde, que todos saldríamos más fuertes y más unidos de esta maldita experiencia. Ahora sé que no es cierto.
¿Qué aprendemos del sufrimiento? ¿Qué hemos aprendido? El sufrimiento es otra lección de la vida. Aprender del sufrimiento, propio y ajeno, debería ser una obligación.
Todos tenemos ese instinto de huida, sobre todo cuando los problemas, cuando la sensación de inseguridad nos acecha.
Creo que no hay un solo día en el que no piense en salir corriendo a esos lugares en los que, aunque sea en momentos, por periodos, me han llenado y llenan de paz.
El virus nos hace sentir claustrofobia. Las normas que nos hacen cumplir, acabando con derechos fundamentales como la libertad de movimiento, apelando a la responsabilidad global, ya que nos cuesta cumplir con la individual, nos instan a romper y correr.
Vivimos un clima de estupidez creciente, sin fin. ¿Qué mejor que escapar? Huir.
¿Cómo? Siendo conscientes de nosotros mismos. Huyendo hacia dentro.
¿No están saturados?
Yo lo estoy.
¿Dónde está el final del túnel?
Para unos será la vacuna y todo esto habrá sido como un mal sueño. Pero otros muchos sufrirán sus efectos secundarios, no solo emocionales o psíquicos, los económicos. Esos muchos que no saldrán más fuertes, porque la pandemia les habrá debilitado tanto que quedarán por debajo de ese umbral de pobreza, arrebatándoles incluso la dignidad, no dejarán de preguntarse el qué y por qué. Nadie debería quedar atrás.
Resulta que ahora, algunos, por fin hemos descubierto que ir detrás de las cosas, para conseguir y tener más, anhelando constantemente algo, no es la solución de nada, y menos la interna.
Ir detrás de algo nos hace, simplemente, no llegar nunca a la meta. Pero ¿qué meta? Siempre hay algo más allá: más grande, más caro, mejor, más nuevo, más todo.
Esta mañana, como ayer, tomaba café tras haber caminado unos kilómetros por un campo húmedo. El aroma del café, mezclado con ese particular olor del periódico. Y ya está. Era un instante suficiente como para hacerme pensar en despertar mañana, en mi campo, oliendo a hierba; caminar, el silencio, el olor a fuego, las golondrinas, el cielo... salir corriendo.
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