19.07.2020... Reflexiones de Verano III.

En esta semana, aunque lo tenía clarísimo desde hace tiempo, vuelvo a reafirmarme en la teoría de que somos gilipollas. No un poco. No. Bastante gilipollas. 

Cuando nos vemos obligados a algo, porque nos lo imponen, nos quejamos. Cuando no nos obligan, para que no sintamos opresión y nos quejemos, hacemos lo que nos da la real gana; hacemos caso omiso a los consejos y nos comportamos como unos verdaderos irresponsables. 

¿Qué quiero decir con esto? Que somos gilipollas. 

Me voy a poner el primero de la fila, para que nadie diga nada. El primer gilipollas, yo. Aunque debo reconocer que en esto de la gilipollez también hay sus grados, de más a menos. Y no me voy a poner en lo más alto, tampoco es eso.


Buena parte de la sociedad se está tomando con bastante ligereza el convivir con un virus que no se ha ido, que está al acecho entre todos nosotros. a la mínima distracción se abalanza sobre el confiado.

Se nos olvida el miedo de nuestros padres y abuelos,  que se cuidan responsablemente. 

Se nos olvida todos y cada uno de los fallecidos. 

Se nos olvida que, a poco volveremos a lo mismo otra vez si continuamos así. 

Se nos olvida el sufrimiento, las crisis. 

Nos hacemos los valientes, los chulos frente a algo que desconocemos. Frente a algo, un virus, que nos a puesto patas arriba a todos, incluido nuestro sistema sanitario.

Estos días corrijo, lentamente, esas páginas que se convirtieron en 100 Días de Alarma. Leo las notas, las frases, las sensaciones, los miedos. No hace tanto que cumplimos aquel día 100 en el que el gobierno levantó el Estado de Alarma. Parece una eternidad, pero no lo es. Muchos se han olvidado ya de aquellos días y eso sí que da verdadero miedo porque de la confianza viene el desastre.

Hoy veo playas de España totalmente abarrotadas. Quedadas irresponsables de unos y otros. Celebraciones y fiestas. Abrazos y besos sin mascarillas en las terrazas de los bares.

De nada vale que unos se cuiden si otros no lo hacen.

A lo mejor, cada uno de los que incumplen los consejos deberían estar apuntados en una lista para ser los primeros cuando haya que llevar camillas y enfermos a los hospitales. 

Debemos llevar mascarilla siempre. Todos, a cada momento. Y en casa nos la quitamos, si queremos. 

Sin saberlo vamos camino del suicidio colectivo. Nos ha podido el optimismo exacerbado. Falla el sentido de la responsabilidad, falla la dirección y falla la pedagogía. 

Está siendo un año difícil, raro. Nunca pensamos viviríamos lo que estamos viviendo. 

Todos pretendemos tener un verano algo tranquilo, dentro de las circunstancias. Todos nos decimos eso de ya llegará septiembre; será la vuelta del verano lo que podrá hacernos doblegar nuevamente o salir de esto para siempre. 

A todos nos han robado la primavera; muchos no la volverán a vivir. Pero todos buscamos queremos, tenemos ansia, de unos días de vacaciones, sean como sean. 

No lo rompamos. Que la responsabilidad no empañe nuestros días.

De nuestro cuidado depende nuestro tiempo. Nunca más que antes del comportamiento individual depende el bienestar colectivo.

Necesitamos, todos, el verano para desconectar de nuestro encierro. Si volvemos atrás, además de la primavera, perderemos el verano.

Sin darnos cuenta, tal vez de manera inconsciente, o no, nos perjudicamos.
Creemos que el tiempo no se acaba nunca, pero termina.
Solo somos el tiempo que nos queda.

Dediquemos nuestros días a lo que haríamos si fuera nuestro último día, pero sin perjudicar a los demás.

Si no lo hacemos por nosotros, hagámoslo por nuestros padres, por nuestros abuelos. De nuestro cuidado dependen ellos.

Amigos, gilipolleces las justas.

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