30.06.2019... Antes!

Parece que termina el mes de junio y lo hace con unos calores que, simplemente, nos vienen a decir que estamos en verano, que mañana es Julio y que cuando nos demos cuenta volvemos a septiembre. Pero no, de momento hoy terminamos la semana y junio. Estamos hoy.


Anotaba el otro día, mientras contemplaba con cierta emoción y nostálgia, una bucólica y cálida imagen de mis abuelos paternos, Eliberia y José María, que aquellos años fueron pobres en lo material. Hablo de los años de la postguerra, de esos años que precedieron a los setenta; años de sacrificio, de penas, pero ricos en valores y en la esencia del Ser. 


En la foto (que dejo al final de estas líneas) están mis dos abuelos en el corral de su casa, enjalbegado de aquella cal blanca. No había un coche de alta cilindrada, pero ahí estaba el carro; no había leche de diferentes categorías y sabores bien envasada en la nevera (que ni existía), a gusto de cada uno de la casa, pero ahí la cabra; no había parcela con árboles, césped y flores varías que cuida el jardinero al gusto, pero ahí el corral; no había camisas ni chaquetas de marca, pero ahí las alpargatas y el blusón para cuando se volvía del campo. No había Mercadona ni Corte Inglés, pero ahí la tienda de Gustavo, las gallinas para los huevos, la huerta. No había estudios, ni carreras, ni títulos -aunque para algunos, los más pudientes, los de la capital, los había-, pero ahí estaba el amor de la abuela y el abuelo para sacar adelante una familia. Y sí, de pueblo, de ese pueblo que no olvido jamás porque es mío y en cada piedra siempre un recuerdo y una lección. 

Una lección de humildad de toda aquella época, de aquella generación, que sacaron a sus familias adelante, a los que son nuestros padres, que luego, a su vez, también con esfuerzo, con penas, con sacrificio, con pocas comodidades, nos hicieron llegar a nosotros hasta aquí, a lo que somos ahora y que nos creemos más listos... pero yo creo que algo más vacíos. O mucho más vacíos.

Y sí, claro que sí, fueron años duros. De seguro lo pasaron mal. Pero lo vivían de una manera diferente porque el deseo y el ego no les había atrapado como a las generaciones que vinieron, o hemos venido después. Ahora muchos lo pasan mal por no tener el iPhone último modelo, o el coche o la casa no se cómo, o por no ir de vacaciones a qué se yo qué lugares, y cuándo lo tienen, cuando lo consiguen, ya desean el siguiente modelo; vuelven a desear . Y el deseo vence al Ser. El ego nos controla y los valores se van perdiendo sin vuelta.

Debe ser la edad o, simplemente, la experiencia de la vida la que te hace analizar el camino, los muchos errores y pocos aciertos. Lo cierto es que es en estos días algo más tranquilos, a cubierto del ruido, cuando más reflexiono sobre todo esto.


Nos conocemos en soledad. En soledad nos obligamos a ese encuentro con nosotros del que siempre huimos. Cuando nos vemos obligados a la soledad, por los motivos que sea, es cuando realmente encontramos a nuestro verdadero Yo. Lo esencial de nuestro Ser. Pero no es fácil.

Estamos todo el día envueltos en ruidos, pasamos las semanas de aquí para allá sin parar ni un segundo; perseguimos lo material como si fuese la mismísima esencia de la felicidad.

La única manera que conozco de valorar más a los demás, lo poco o nada que tengamos, es, en primer lugar, encontrándonos con nosotros y valorarnos como Ser esencial.

Soledad. Silencio. Eterna riqueza.
Es el silencio un lujo, la soledad un recurso a veces obligado. Cuando no se tiene se busca, cuando las circunstancias de la vida nos obligan a ella, se huye.
El silencio es un recurso para la reflexión, para el pensamiento, para el encuentro y la conversación con uno mismo.

El silencio se aprende.

Uno calla, escucha y aprende. Uno en silencio piensa, lee, crea.

Vuelvo a la filosofía, que no dejo. Vuelvo en días como este, donde las temperaturas parece que nos asfixian y atrofian las ideas. Me dejo acompañar por Montaigne, por Epicuro, Marco Aurelio, Descartes y mi compañero de viaje Séneca del que encuentro este texto...
"¿Puede haber algo más necio que el juicio de esos hombres que alardean de prudencia? Están afanosamente atareados en poder vivir mejor. A expensas de su vida construyen su vida. Organizan sus planes para un futuro lejano. Por otra parte, el mayor despilfarro de vida es la dilación: agota cada día como si fuera el primero, arrebata el presente mientras promete el porvenir. El mayor impedimento de la vida es la expectativa, que depende del mañana, y desperdicia el día de hoy. Dispones de lo que está puesto en manos de la Fortuna, desechas lo que está en las tuyas. ¿A qué aspiras? ¿Cuál es tu meta? Todo lo que ha de venir es incierto: vive al día. He aquí lo que proclama el mayor de los vates, y, como si estuviera inspirado por una boca divina, cante este saludable canto: 'Los mejores días de la vida son los primeros en huir de los desdichados mortales'."
No hay que ir mucho más lejos para encontrar la verdadera sabiduría: el Ahora. No dejarse llevar por deseos materiales de futuro, acumulaciones que no garantizan la felicidad, sí la desdicha.


Los abuelos


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