26.01.2019... Julen!

No toca escribir hoy, pero en mi caso uno no tiene otra manera de vomitar la rabia o deshacerse de sus miserias. A veces, frente al papel o la pantalla del ordenador, tampoco tiene uno palabras para expresar ciertos pensamientos, pero siempre es mejor que comérselos.

Hoy toda España ha despertado con una noticia que tristemente esperábamos: el pequeño Julen fue encontrado, tras 13 días, en una intensa y extraordinaria labor de rescate, muerto. Todos sabíamos que habría fallecido, todos sabíamos que esa caída al fondo del pozo no podía haberle dejado con vida, pero a todos nos quedaba un hilo de esperanza. ¿De qué viviríamos sin esperanza? 

Todos hemos sido más padres estos días, todos hemos pensado en algún momento cómo podrían sentirse esos padres sabiendo que su hijo había caído por ese agujero oscuro, casi milimétrico, que jamás había tenido que estar ahí en esas condiciones.



Todos hemos pensado lo que hubiéramos hecho nosotros si la adversidad nos hubiera puesto ahí; hemos imaginado e inventado, pero lo que jamas habremos podido sentir, porque solo ellos lo han y están sintiendo, es ese dolor tan desgarrador que te mata en vida. 

El pequeño Julen no podrá crecer como el resto de los niños por un siniestro accidente que ha movilizado, como no puede ser de otra manera, a lo mejor de un país que sin miramientos ha hecho lo imposible por sacarle de allí cuanto antes.

Durante estos días, unas 300 personas se han implicado día y noche en el rescate del pequeño, que hace dos semanas cayó al pozo ilegal mientras se encontraba con su familia en la finca del Cerro de la Corona, en Totalán. Las características del orificio, una prospección para buscar agua de apenas 25 centímetros de diámetro y de una profundidad inicial de 107 metros, unidas a las complicadas características del terreno, de gran dureza, han supuesto un auténtico pulso contrarreloj para buscar soluciones que lograran llegar cuanto antes al niño.

Este sábado, de madrugada, el ruido de la maquinaria, el ajetreo del personal que ha integrado el dispositivo de rescate, el ir y venir de vecinos y prensa ha dado paso al silencio más absoluto. El pulso que el Cerro de la Corona ha mantenido durante los últimos trece días ha cesado y la tranquilidad y la tristeza ha regresado a Totalán, un pequeño pueblo de Málaga convertido en las casi últimas dos semanas en epicentro del esfuerzo colectivo.

Dos mineros y un guardia civil finalmente llegaron hasta el niño de dos años. Después, estos héroes, se derrumbaron. Y se hizo un silencio. 


Una desgracia. Una desgracia que acompaña a una familia que ya perdió a otro hijo no hace mucho tiempo. Una desgracia de las de verdad, de las que difícilmente se recupera el aliento de la vida.

Otros andamos ahogándonos en un vaso de agua o llorando en las esquinas cuando tropezamos con una de esas piedras del camino. Algunos hacemos verdaderas montañas de problemas que no son mas que una gilipollez. Y sí, ahí están esas desgracias que lo son de verdad porque no tienen remedio.

Siempre lo he dicho y trato de defenderlo, en la vida todo tiene solución menos cuando se deja de vivir. A veces nos encerramos, nos empeñamos en pensar que lo que nos ocurre a nosotros es lo peor del mundo; solo hay que mirar un poco para comprobar que hay personas que sufren la verdadera y triste desgracia en sus carnes.

Esos padres han perdido en poco tiempo a dos hijos. Son padres jóvenes con mucha vida por delante, mucho me temo que, con este segundo golpe, su vida ya no será vida por mucho que se les anime a ello. No hay ánimo que valga en algo así.

Creo que este país ha demostrado, nuevamente, que hay personas extraordinarias por ahí que aparecen cuando alguien necesita ayuda de verdad. Gente que incluso pone en riesgo su vida por ayudar a otros. 

Y el resto a seguir quejándonos de lo nuestro. A seguir mal viviendo pensando en que todo lo que nos pasa es lo peor del mundo. A continuar sentados viendo cómo nos pasan los años sin poner en valor lo más bello y maravilloso que tenemos: la vida.

Qué egoístas nos volvemos, que individualistas y qué poco valoramos aquello que tenemos.

El ego nos vence y nos convence llevándonos a pensar que nosotros, individualmente, somos los importantes, que son el resto los que deben cambiar para así nosotros estar bien. Todo es uno. Formamos parte de un todo. Somos nosotros los que tenemos que cambiar, no los demás. Si cambiamos nosotros cambiará todo a nuestro alrededor.

No hace falta que nadie me lo diga. Reconozco, sé lo egoísta que soy. He recibido más de lo que jamás podré dar.

Hay momentos, sobre todo asistiendo a desgracias como esta, que uno se cuestiona todo, lo de arriba y lo de abajo.

El pequeño Julen, sin duda, estará en el cielo y su alma seguirá corriendo por las calles de su pueblo.

DEP

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