25.07.2018... Reflexiones desde el Ocaso de Minaya y II.

Aprovecho estos días más las lecturas de reflexión que aquellas de temas que tiene que ver con el trabajo. Están siendo días de equilibrio y una sensación de descanso y paz que no tenía desde hace tiempo, compartiendo momentos realmente entrañables con esa persona que marca la dirección de mi caminar. 

Uno de esos libros que me acompañará durante el verano, junto a otros cuantos (en breve comentaré), lleva por título “La Felicidad y el Arte de Ser. Introducción a la filosofía y práctica de las enseñanzas espirituales de Bhagavan Sri Ramana” y está escrito por Michael James

Un libro maravilloso, que no dejaré de recomendar a todo aquél que quiera adentrarse en las enseñanzas del maestro Sri Ramana y en la No-dualidad o Advaita.



Ayer, por el camino, en esa costumbre mía de aprovechar el ocaso en lecturas, me llegaba este texto de Sri Manana
“Puesto que todos los seres vivos en el mundo desean ser siempre felices y exentos de miseria, lo mismo que desean ser felices siempre librándose de esas experiencias tales como la enfermedad que no son su propia naturaleza, puesto que todos los seres vivos tiene amor completo solo por su propio sí mismo, puesto que el amor no surge excepto por la felicidad, y puesto que en el sueño profundo todos los seres vivos tienen la experiencia de ser felices sin nada, cuando lo que es llamado felicidad es así solo su propio sí mismo real, solo debido a su ignorancia de no conocer su sí mismo real, surgen y se enredan en pravritti [actividad extrovertida], vagando errantes en el samsara sin límites [el estado de inquietud e incesante vagar errante de la mente], abandonando la vía del autodescubrimiento que otorga felicidad verdadera, creyendo que solo obtener los placeres de este mundo y el otro es la vía a la felicidad.” 
Aunque parezca un texto enrevesado, debido a la traducción, está lleno de una inmensa sabiduría. 

Nuestra felicidad está dentro de nosotros, no fuera. Podemos tener de todo para vivir y para nuestro confort vital, pero seguimos sin sentirnos satisfechos. 

Tenemos un miedo constante al futuro y por ello no dejamos de buscar el modo, provocándonos ansiedad, deseo, de acaparar más y más dejando de vivir en el presente. 
Llenamos nuestra mente de aspiraciones, de deseos, miedos; pensamientos sobre el pasado, recuerdos, culpas, y dejamos de sentirnos satisfechos del momento presente. 
Veo las golondrinas planear entre estos campos bañados de los colores del ocaso, de un lado a otro del camino, de esa luna que emerge al sol que se despide. 

La torre de la iglesia del pueblo, a lo lejos, a mi espalda queda el Silo. La sombra, mi sombra, esa que se estira alargada y nos engrandece para, simplemente recordarnos que no somos nada más que sombras en este universo natural que se nos ofrece, un privilegio que no aceptamos. Preferimos el ruido, ese ruido que nos atormenta y nos va destruyendo por dentro sin darnos cuenta. 

Cada caminar, por aquí, como en estos días, junto a mi hijo, otros junto a mi padre, o aquellos con el abuelo, te escupen la realidad: lo que rompes, lo que construyes. 

Es cuando te vienen los miedos de la vida, lo importante que pierdes en estos caminos; depende el que cojas y por donde lo cojas, vas o vienes. 

Y la sombra nos sigue, me sigue. De vez en cuando la miro como esperando me hable, pero no habla. Tal vez si hablase me juzgaría por ese caminar descompasado o, simplemente, me agarraría por el hombro para acompañarme en el camino. 

Ser consciente del presente. Ser consciente del caminar sobre esta tierra. Ser consciente de que tener no sirve absolutamente de nada si te falta lo esencial. 

Recorrer el camino que lleva al pueblo, al hogar, consciente de estar haciéndolo, cada paso en sí es una maravilla. 

Cada día que despertamos es un milagro. Nos enredamos en mil problemas sin fundamento y dejamos de ver este cielo azul, estos campos, las nubes blancas… el ocaso.

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