21.01.2018... La voz del alma!
No quería, ni quiero, escribir nada hoy. Me he descubierto, como hacía tiempo, con que lo que menos me apetece es el silencio. Yo, yo que nunca he dejado de escucharlo. Pero está claro que vivo uno de esos momentos en los que te envuelve una fortísima tristeza, sobrevenida entre escupitajos de porquería.
Cuando no apetece el silencio, es porque lo que tienes en la cabeza son más de esos truenos que susurros y prefieres esconderte entre el ruido que uno mismo se forma. Necesitas encontrarte con tu alma, escuchar su voz.
Ayer pude pasear un rato y respirar entre ese oxígeno de Minaya. Mirar el cielo, respirar profundamente y cerrar los ojos. Tratar de encontrarme y ordenarme. Que curioso que, como comentaba el otro día, todo lo que uno trata de aconsejar, enseñar y, cómo no, aprender, en épocas como esta, la prueba principal es ser capaz de aplicarse uno mismo cada una de las enseñanzas desde la templanza y el equilibrio.
Lo que más me llena en estos días, es el caminar. Caminar conmigo mismo buscando la esencia de lo verdadero y repasando aquello que desde dentro ruge y grita.
Qué mal hacemos las cosas. Qué poco sentido de lo realmente importante tenemos. Y es que solo cuando te das de bruces contra el suelo reaccionas y despiertas a la realidad.
Por mucho que crean algunos, nunca me he sentido bueno en nada, ni más ni menos porque nunca lo he sido. Tampoco he tratado de ser el mejor, ni ejemplo para nadie, porque, entre otras cosas no lo he sido. Creo haberlo escrito por aquí alguna vez, sólo he querido y quiero, ser ejemplar para los que me quieren y, sobre todo, para la persona más importante de mi vida, mi hijo.
Mirarlo hoy, fuerte, alto, guapo, responsable, me hace obligarme a agarrarme a mi mismo por la pechera y lanzarme sobre el suelo una y otra vez.
Creo que la experiencia siempre ha servido para hacerte ver que ni siquiera uno debe confiarse de sí mismo. Si te relajas en tu caminar, te dejas y terminas por errar. Y el error, sin duda, suele ser suficiente para despertar o, simplemente, para seguir caminando, aunque sea un poco más agachado.
Es curioso cómo uno es capaz de sentirse fuerte o débil dependiendo del momento. Y es por eso que, en momentos así, lo mejor es no dejarse llevar por la agonía y levantarse del suelo aunque sea cojeando, pero lo más erguido posible.
Y con esta sarta de tonterías varias, que no las entiendo ni yo, o sí, termino esta durísima semana.
Todo lo que termina por llegar, termina también por pasar.
Feliz noche amigos.
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