30.11.2017... El tren...!

Uno tiene que viajar cada poco tiempo. Son de esas cosas que, cuando lo haces por cuestiones laborales, te lo puedes tomar a bien o a mal. Yo, simplemente, trato de disfrutar del privilegio que es recorrer esta España nuestra.

A veces los viajes llegan por sorpresa, pero siempre es un placer asistir a jornadas profesionales que lo merecen. 

Y siempre que puedo viajo en tren; mi deseo es viajar en tren.

Otro tren otro destino.


¿Quién sabe dónde lleva el tren de cada uno? Ni siquiera uno mismo lo sabe, solo el tren sabe de su destino. O lo coges o no lo coges, esa es tu decisión.

Dejo las divagaciones a un lado y continúo con mi experiencia.

Esta semana volví a viajar, esta vez a Castellón. 

Qué difícil no sentarme en un tren y, si consigo acomodarme en el asiento sin ningún compañero cercano de los que les encanta charlar,  relajar la mirada en el infinito que planea siempre más allá de la ventana. Música clásica o jazz en el iPhone, y dejar que surjan los pensamientos y la escritura.

Me encanta mirar por la ventanilla. Es curioso cómo la mayoría van embutidos en sus ordenadores o toqueteando el móvil. La gente, ahora, no mira el paisaje, ni siquiera mira por donde camina. Del paisaje se aprende la vida pero además, en esa mirada redentora, nos perdemos en los instantes que son verdaderos recuperadores del espíritu.

Al rato suelo coger el cuaderno y me pongo a escribir lo que me surge, a ese ritmo que va, y a veces viene, cortándome el pensamiento. Es la edad lo que nos olvida.

Siempre hay, también, como un momento que me quedo en blanco, que se me cierran los ojos. Es un instante, no más. Siento, verdaderamente, estar en mi consciencia, más allá de lo que pasa o ocurre alrededor.

Abro los ojos y veo cada cosa, cada uno, en su lugar. No ha pasado tiempo pero es como si hubiera pasado. Es un momento extraordinario.

Y entonces, mientras emborrono el cuaderno,  me suelen venir a la cabeza conversaciones o instantes de días anteriores. Por ejemplo, recordé  la conversación del otro día con mi ya amigo RC. 

RC, más allá de la política, que de seguro en ideas puede separarnos lo que unos dicen, pero no lo que sentimos cada uno de nosotros y que, al fin y al cabo, es lo que debe unir a las personas, los sentimientos, conversábamos de poesía, de poetas y vida. RC es uno de esos amigos que a uno le llegan por circunstancias y que, desde el principio, empatizan. Es mayor que yo y, por ello, mucho más sabio de la vida de lo que es uno.

RC tiene un buen amigo poeta, catalán. No recuerdo ahora mismo el nombre, pero parece que en Cataluña ha publicado varios poemarios sin traducción al castellano con lo que, mucho me temo, no leeré. Hablándome de él, me comentaba R que para escribir poesía hay que vivir en el tormento, hay que tener una mente atormentada. Lógicamente le debatí esta afirmación aunque, posteriormente, me hizo reflexionar sobre ello.

No creo que el poeta deba ser una persona atormentada, o triste como dicen algunos. Creo que más de una vez lo he defendido. El poeta, cierto es, mira el mundo como nadie lo ha mirado antes, con ojos nuevos. Descubre esas cosas frente a las que todos pasan de largo, como si no existieran. El poeta observa tanto lo externo como lo interno. A veces se zambulle en su interior para buscar más allá del alma y convertir en palabras lo que otros ni siquiera sienten.

Por eso en esos momentos, de viaje en tren, creo que encuentro mis musas que me inspiran más allá de los paisajes o el ritmo que acompasa el vaiven de los vagones.

No sé por qué, hoy me apetecía escribir esto. Así es la vida.

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