25.11.2017 Nos cuesta aprender...!!
Tal vez haya sido ese salir a la calle temprano, a por la prensa dónde Santi y ese café en La Candela, bajo un baile de nubes grises, lo que me haya hecho añorar mis cielos de ese azul infinito. Creo que ha sido así, porque luego, sentado en ese momento esperado y deseado -como el que vuelve de la batalla tras la semana- me ha provocado rebuscar en el teléfono esas fotos de por allí.
Y la casualidad, entre añoro y añoro, ha hecho que volvieran a poner en televisión una de esas películas que veo y reveo mil y una vez. ¿Cuántas? Más de veinte seguro: ‘Un buen año’. Y de seguro habré escrito por estas páginas ya en alguna ocasión, pero creo hoy, más que otras veces, en ese estado mío de cierta morriña, ha venido como que al pelo.
Ya saben de qué trata, imagino, la película es del año 2006, pero si no lo saben, porque todavía no la han visto, además de recomendar, les resumo en breve: un tipo algo estúpido, de esos muchos, que vive en la capital, engreído, que cree tenerlo todo aunque la realidad le hace saber que no tiene nada. Una infancia en el campo, con el abuelo, al que no vuelve porque para él eso es 'la nada'. Avatares (imaginen, no cuento) de la vida le hacen regresar y reencontrarse con esas tierras, los caminos, los olores de la infancia.
'El todo' ese que creía tener no es más que el dinero, el poder; descubre que esa 'nada' que el pensaba, el campo, las viñas, los olores, terminan por ser la verdad del todo.
No sé las veces que habré visto esta película. La tengo en DVD pero cada vez que la ponen en algún canal, también la veo. Siempre me emociona. Creo que la he visto tantas veces porque de alguna manera me he contemplado en ese momento de valor, o en el sentido, de dónde está la esencia de lo importante para cada uno. Y cierto es, no todos tenemos por qué compartir las mismas prioridades o gustos.
Creo que la ciudad me hace enfermar, me llena de insensibilidades, me embrutece como ser humano y me provoca sensaciones o estados que nada tienen que ver con lo que siento cuando estoy en otros lugares. Y tal vez, lo que más me apena, es que teniendo casi todo cada día me doy más cuenta de que no tengo nada.
¿Alguien ha visto marchitarse sus sueños? Los sueños hay que regarlos, alimentarlos, porque así, como sin darnos cuenta, crecen y crecen.
A veces encontramos en esas películas, en esos libros, el reflejo de lo que somos pero también, por instantes, nos convertimos en protagonistas de una historia que nos gustaría vivir. Tal vez, lo que nos gustaría vivir, podríamos vivirlo si fuéramos capaces de dar esos pasos que nos llevarían a ello, simplemente decidiendo cambiar.
La vida no es ni más fácil ni más difícil. Somos nosotros, cada uno en sus circunstancias, los que la hacemos más difícil o más fácil.
Todos soñamos con ese mundo idílico a nuestro alrededor; todos tenemos el mismo derecho a ser y encontrar esa felicidad anhelada. Nadie nos explicó que este largo camino fuera a ser como un mar en calma, lleno de pétalos de rosa en su superficie. Nacemos sufriendo, llorando, gritando, y sufrimos toda la vida. A veces el sufrimiento nos viene por lo externo, pero la mayoría de las veces es un sufrimiento interno, mental.
Hoy pensaba que todos tenemos problemas, no conozco a nadie que no los tenga; unos más y otros menos, para cada uno el más importante es el suyo. También pensaba que, cuando no los tenemos, los creamos. Pero, asumiendo que nuestro caminar está repleto de problemas, lo más importante es el cómo llevamos los que tenemos.
La vida es un estado mental. Dependiendo del estado de nuestra mente así construimos la vida.
Yo mismo soy consciente de cómo veo el mismo problema un día de una manera y otro día de manera diferente.
Y por eso tener objetivos en la vida, tener sueños que regar continuamente, es una de las vitaminas más importantes para con nosotros mismos. No tener sueños u objetivos, eso sí es un verdadero problema.
Ese cielo azul, el campo, la vida en silencio, sin prisa; esas viñas, la poesía, caminar, el arte, los libros; esos cuadernos emborronados, escribir para que no te lea nadie mientras tomas una copa de ese vino.
Me está costando aprender que lo simple, lo sencillo, lo es todo. Me está costando aprender, aunque de vez en cuando algún que otro médico me lo avise, también, que el vértigo, las emociones, el ruido, los problemas, te van haciendo morir poco a poco.
Cómo me cuesta aprender que la esencia de la vida está en ese instante, en esa sonrisa, en un verso, en el frío viento al despertar, el olor a leña, una copa de vino, el pelo gris de mi padre o mi madre con ese mandil haciendo la tortilla.
Voy aprendiendo de la necesidad que tengo de silencio y de salir corriendo a buscarlo.
Cómo le explico a mi hijo que el mundo en el que vivimos, el que hemos creado, es una equivocación.
Que es absurdo tener el mejor smartphone del mercado si la comunicación con tu interior no funciona; que ese estruendo de tráfico y humos, provocado sí, también, por coches de gran cilindrada, no nos aporta nada más que problemas.
Cómo le explico a mi hijo que los verdaderos secretos del mundo se encuentran en el interior de cada uno y que, para ello, no necesitamos más que valorarnos a nosotros mismos, creer en nosotros y encontrarnos.
Cómo le cuento yo esto, si uno de los culpables de que él crezca como crece soy yo.
Leía hoy, imagino que como casi todos, una más de esas estremecedoras noticias que nos buscan cada día.
Una señora mayor, de 85 años, ha sufrido una brutal paliza de manos de varios jóvenes mientras dormía en la calle.
Los vecinos del barrio dónde han ocurrido los hechos, dónde dormía Flor -así se llama la señora-, están consternados por lo ocurrido, dicen, y se han echado a la calle para ayudar a la mujer e instarla a que vaya a algún albergue a dormir.
Me vienen a la cabeza dos preguntas urgentes:
Primero, ¿cómo puede haber una mujer con 85 años durmiendo en la calle? Pero en qué mundo vivimos!!! ¿Si no pasa esto ningún vecino ayuda a Flor, conociéndola como parece conocen?
Y segundo, ¿qué educación hemos dado a nuestros hijos para que se dediquen, con dos copas de más, a envalentonarse con una pobre anciana, que además podría ser su abuela -esa que todos hemos tenido o tenemos- para liarse a golpes con ella? Y no por ser anciana, por ser mujer, por ser una persona indefensa.
¿Qué hemos hecho?
Alguien que quiero y admiro mucho, por muchas cosas, me dice siempre que en este país nuestro somos insensibles, que hemos perdido la humanidad, la esencia de la relación humana. Mucho me temo que tendré que dar la razón.
Lo más preocupante ya no somos nosotros, entrados en canas, lo más preocupante es el daño que hemos hecho, sin ser conscientes de ello, o sí, a las generaciones venideras.
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