21.01.2017... Del tiempo a Levy...

Pasan los días sin darme cuenta. Es como si el frío que ha llegado con fuerza a Madrid y toda nuestra España, congelase las jornadas de tal manera que cuando te acercas a estos cuadernos y lees, por ejemplo, lo que escribías el domingo, desde Almería, parece mentira que casi estemos prácticamente terminando la semana.

Y no me doy cuenta de ello. En parte es lo triste, como también lo es que uno debería estar descargando responsabilidades en estas edades a las que llega y, en cambio, cada día meta en la mochila más proyectos, más responsabilidades, más poemas y canciones, caminos y tropezones, que hacen que cada día vaya pesando más.

Pero así va uno luciendo sus días. Con esa rapidez que te dice que el tiempo es lo más valioso e importante que posees. Y es ahora, en este instante, sentado, mientras Ólafur Arnalds tintinea, melódico, lento, en mis oídos ajenos al resto y valoras todos esos momentos que se van veloces, esos instantes de poesía, de escritura, de registrar en tu cuaderno lo que te provoca el día y ronronear en la noche frases por aquí, para que queden en ese tiempo que va fluyendo, líquido.



Asumir responsabilidades, apostar, arriesgar, es volcarte en el compromiso que implican los proyectos. No lo puedes evitar, no he sabido nunca hacerlo de otra forma. O se está o no se está y si se está es con todas las consecuencias del tiempo. Mi problema suele consistir en volcarme en más de un proyecto a la vez. Me creo dueño de los tiempos, pero los tiempos suelen devorarme y convertirme en un hombre huérfano de su mundo, de ese que no es otro que el de lo poético, lo literario y artístico: #versosdArte.

Hoy, por ejemplo, que pensaba abdicar mi tiempo en lo filosófico y poético, no en lo banal o liviano, material, que es lo que cargamos, he tenido que dedicar, nuevamente, más tiempo al trabajo. He sentido una especie de estado de excepción mental, que es el que uno trae consigo cuando su mente no se implica del todo en un descanso, en una meditación.

Me ha gustado mucho el artículo que firma Andrea Levy en El País: '¿Coldplay o Springsteen?' 
"Los referentes compartidos nos sitúan en un marco de circunstancias generacionales que nos permiten sin decir mucho contarlo todo. Identifican sentimientos universales en un mismo hilo temporal."
Levy suministra a este partido nuestro, una especie de frescura, y a veces desparpajo que, sinceramente, más allá de adeptos y adversarios, críticos unos y seguidores internos otros, yo suscribo y hago mío frente a esas nuevas generaciones que no dejan en casa la gomina y las chaquetas ceñidas enrrollando títulos y masters de  importantes y caras escuelas de negocio. Eso no es el reflejo de una generación más marcada por la crisis y, por ello, no son representantes ni lo serán nunca de esa juventud cada vez más entrada en años. 

Lo real está ahí, en la calle, entre los conciertos indie y la buena literatura de turno; entre las barbas desaliñadas y la feminidad no tan realzada. Levy, como he dicho, es fresca, inteligente e intelectualmente activa. Eso provoca, cómo no, los dimes y diretes, los machetazos internos y los ataques de la jauría izquierdista externa. Se defiende sin complejos, como no podía ser de otra manera, con estilo y elegancia sublime, hablando sin pelos en la lengua, con un discurso simple, sencillo y que, más allá de lo ideológico, engancha a unos y a otros. 

Levy, lo reconozco, me ha ido gustando poco a poco, lentamente. Comencé a seguirla, como otras nuevas incorporaciones, con cautela; conocía los perfiles de otros, el suyo no. No diré que me haya sorprendido, pero sí que, como el té muy caliente, he ido sorbiendo sus reacciones y declaraciones poco a poco hasta augurar un brillante futuro.

Simplemente me gusta,  me gusta esté en este partido por el que tanto hemos dado y sufrido muchos, tanto nos ha dado y en el que sin duda sigo creyendo es lo mejor para el futuro de esas generaciones que vienen.

Hay jóvenes que parece que soportan sobre sus espaldas el cansancio de esos cincuenta que no tienen y luego estamos esos, de cuarenta y muchos, que a punto de superar los cincuenta nos sentimos más pegados a esa generación de rebeldes, entre indie y hipster, de altura intelectual, que son capaces de disfrutar con el Vegas y su banda, los Lory Meyers sin nunca olvidar a Springsteen o ese Cohen budipoético.

Así que, en este espacio pseudodiarítico, tras unos días sin acercarme, releo con perplejidad como uno es capaz de llevar sus pensamientos de un lado a otro, hablando esos espacios de tiempo y terminando con esas reflexiones generacionales acertadas:
"Identificarnos con algo que pueda a su vez definirnos al lado de otro es un ejercicio necesario en un tiempo demasiado latente de colisiones y hartazgos."



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