14.01.2017... Todo está en la mente.
He pasado la semana, hasta llegar a este sábado de quietud, a una velocidad inaudita.
Solemos ir corriendo de un lado a otro, deprisa, sin parar, sin detenernos. No sabemos ni lo que hacemos; no sabemos lo que otros no hacen. No miramos, no sentimos el presente. Corremos. Simplemente corremos con las mentes envueltas en mil asuntos, en mil preguntas y respuestas que ni siquiera escuchamos.
Cuando paras, cuando piensas, cuando sientes, cuando contemplas, cuando meditas, cuando reflexionas, cuando escuchas, te das perfecta cuenta de lo que haces y no haces, de lo que es importante y no es; de lo que crees un problema y simplemente es una estupidez más de esa mente tuya incontrolada. Cuando paras, simplemente controlas.
Comencé la semana con vértigo. Vértigo provocado por las listas interminables de cosas que hacer y problemas que resolver.
Como el que sale a toda velocidad en el inicio de la carrera, sabiendo que a esa velocidad es posible que no llegue a la meta. A mitad de la semana hice algo que me hizo reflexionar y pensar. Paré. Fue algo ni programado ni pensado con antelación. Necesitaba una información, entré, la pedí y, simplemente, con una amabilidad extrema, me invitaron a detenerme, a pensar, a calmarme.
El momento me cambió el resto de la semana. El momento sirvió para reconocer que soy culpable de mis sufrimientos; somos los culpables de nuestros sufrimientos. Corremos porque queremos. Tratamos de controlar lo que no está en nuestra mano controlar. Nos importa lo que piensan los demás de nosotros. Nos exigimos demasiado. Buscamos la felicidad en lo material. Creemos que acaparando tarjetas bancarias, tarjetas de visita con cargos, títulos, conseguiremos esa felicidad que internamente somos incapaces de encontrar.
Todo está en la mente.
Nos preocupamos de mil cosas. Creemos que aquello que nos ocurre a nosotros es único, que parece que vivimos en un constante problema o desastre, que todas las adversidades nos rodean y acompañan. Generamos una ansiedad solo fruto de nuestros pensamientos sin darnos cuenta que sólo son eso, pensamientos.
Nada afuera puede vencernos si somos fuertes por dentro. La debilidad mental nos hace sufrir.
Muchas veces, la mayoría, nuestros sufrimientos son única y exclusivamente fruto de un pensamiento; cuando el pensamiento se diluye, se evapora el sufrimiento. Luego entonces, ¿por qué no somos capaces de controlar nuestros pensamientos?
Entrenar.
Nos llenamos de aparatos tecnológicos de última generación, creemos saber todo porque accedemos más fácilmente a la información que antiguamente. Pero ¿hay más felicidad en el mundo que en la época de nuestros abuelos? Yo creo que no. Lo material y el conocimiento no nos hace más felices. ¿Por qué? Porque la felicidad y el sufrimiento son estados mentales. Debemos aprender a controlar nuestra mente. Debemos conocernos por dentro.
Somos esclavos de nuestra mente, de nuestros pensamientos.
Todo depende de nuestra mente. Lo bueno y lo malo. Podemos tener un instante que creemos feliz porque, por ejemplo, estamos disfrutando de una taza de chocolate caliente con churros. Si en ese momento alguien nos dice que estamos gordos, nuestra felicidad termina exactamente en ese instante. ¿Por qué? Porque no somos felices internamente.
Cuando una persona está feliz internamente, consigo mismo, no le importa lo que piensa el resto, le da igual.
Debemos guardar nuestros momentos. Vivirlos para nosotros porque son nuestros.
No podemos controlar lo externo. ¿Por qué preocuparnos entonces? ¿Por qué sufrir si hay cosas que nos pongamos como nos pongamos no podemos cambiar?
Algunas de las cuestiones a las que me enfrentaba esta semana ya no tenían solución. Simplemente había que tomar decisiones y caminar hacia delante sin mirar atrás. Mucho de mi sufrimiento ha sido por algo que ya no podía arreglar. Por darle vueltas y más vueltas hasta extremos innecesarios. Es un sufrimiento inútil.
Creo que pensar en esto, meditarlo y tratar de ponerlo en práctica, es el mejor camino para encontrar ese equilibrio que todos anhelamos.
Escribo estas líneas mientras, reconozco, me dejo llevar por pensamientos poéticos, por esas sonrisas que me generan alegría y me han provocado momentos llenos de poesía. Escucho, también, ese extraordinario disco que acaba de publicar The XX, 'I see you'. Un disco simplemente impresionante y recomendable. Melodías y ritmos entrelazándose con una eficacia sensual que levanta los ánimos y te hace sentir en paz.
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