09.10.2016... Determinación pequeños Águilas!!!

Escribir o no escribir en este final de semana y domingo otoñal. Pensar o no pensar, sentir o no sentir. 

En algunas de nuestras acciones ni siquiera somos nosotros los que decidimos; simplemente ocurren porque tienen que ocurrir.

Digamos, que esta semana ha sido extraña y como tal termina. 

Digamos, que lo extraño en nuestras vidas es todo aquello que no debería de ser pero es, aparece y desaparece, no controlamos y nos descoloca y perturba.

Digamos, que la vida va pasando y los años van acercándose a esas irremediables situaciones que nos indican o avisan que la vejez está ahí: de los nuestros, de nosotros mismos.

Tratamos de no pensarlo pero está ahí. Nos acecha, nos persigue. Nuestros padres van cargando años, van caminando más despacio, van encogiéndose, van haciéndose mayores llegando a esas edades en las que lo normal es comenzar a sufrir desajustes que te hacen pasar más a menudo por esos incómodos talleres.

Son, gracias al GADU, pequeños sustos; y que queden ahí. Pero son esos sustos los que te avisan de tu debilidad: no eres inmortal. No lo somos, no lo seremos, ni lo hemos sido nunca, ni con 20 ni con 80 años. La naturaleza nos marca que lo normal es que pasados los 45 vayamos restando. Así es la vida.

Escribir hoy o no escribir. Escribir siempre es una dosis de autosanación voluntaria, una lucha contra la melancolía o la tristeza. Escribir es un desahogo, un vómito de desechos. Escribir expulsa, también, aquello que no queremos.

He estado viendo esta tarde, tras la comida, una de esas películas que, en principio, parecen tontas. Cuando hemos terminado de verla, hemos comprendido que, además de ser una historia real, el mensaje que guarda es realmente motivador: determinación.

La película se titula 'Eddi el Águila'. Está dirigida por Dexter Fletcher (Amanece en Edimburgo, Wild Bill) y lo protagonizan Taron Egerton (Kingsman: Servicio secreto, Legend) y Hugh Jackman (Chappie, Pan (Viaje a Nunca Jamás)). El reparto lo completan los actores Christopher Walken (Jersey Boys), Tim McInnerny (El héroe de Berlín), Jo Hartley (La reina Victoria), Keith Allen (Treasure Island) y Jim Broadbent (Brooklyn).



En la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en Calgary (Canada) en 1988, Samaranch, entonces presidente del COI, decía ante los micrófonos: “En estos Juegos algunos atletas han ganado medallas de oro, otros han batido récords y uno incluso ha volado como un águila”. No pudo seguir. Miles de gargantas prorrumpieron en un grito unánime: “¡Eddie, Eddie!”. ¿A quién se referían?

Esa mención concreta era a un deportista y fue el epílogo de la historia de un hombre singular que un día soñó con ser olímpico pese a no dar el tipo ni de lejos.

Michael Edwards, nacido en 1963 en Cheltenham y más conocido como Eddie “The Eagle”, era un trabajador del yeso bajito, de más de 80 kilos, con miopía y las pertinentes gafas de culo de botella. Viendo la televisión quedó enamorado de los saltos de esquí y tomó una decisión: él también lo haría. Con tres pares de calcetines para ajustarse las botas de nieve y unos esquíes prestados dedicó un par de años a darse trompazos tirándose desde lo alto de autobuses de dos pisos desguazados.

Era el único británico practicando esta disciplina deportiva con tradición cero en las islas, Eddie consiguió que el Comité Olímpico de su país aceptase su participación en los Juegos de Calgary ’88. Primero compitió en el mundial del 87, donde fue último: su salto apenas un tercio de la distancia del ganador. Pero la extraña gesta despertó las simpatías de prensa y aficionados y así pudo contar con patrocinadores y medios con que seguir entrenando. Eso sí, igual que antes, carecía de las cualidades más elementales para cualquier práctica deportiva.

En las olimpiadas blancas de 1988 en Calgary, Eddy se convertía en el primer competidor de la historia en representar a Inglaterra en saltos de esquí. En vez de ejecutar el salto con la elegante y aerodinámica posición de un saltador nórdico, Eddie agitaba los brazos cuando iba en el aire para no perder el equilibrio y con ese aleteo se ganó el apodo de “el águila”.

La gente esperaba que se rompiera la crisma en un mal aterrizaje, pero no. Edwards salió incólume de los trampolines olímpicos –último como siempre– y universalmente famoso porque el público quedó prendado de su ridícula estampa, de sus marcas de alevín y de su desparpajo natural.

La película es una comedia bastante entretenida que cuenta la historia de este motivador personaje.

Determinación: valor, fortaleza para alcanzar una meta.

En palabras de Carol Dweck en su libro Mindset, “la determinación es la disposición para perseguir objetivos a muy largo plazo y hacerlo con pasión y perseverancia”. Mantenerse fiel a determinadas metas a lo largo del tiempo y poner todo el empeño posible en conseguirlas.

Me gusta mucho la definición que hace el siempre magnífico Paul Graham que explica que la determinación se da cuando hay la suma de 3 cualidades: intencionalidad, ambición y disciplina.

Todo en la vida se consigue a base de determinación.

Determinación es trabajar, luchar por lo que queremos sin miedo a perder. Disfrutar en ese impulso que nos lleva al sacrificio por conseguir aquello que deseamos.

Determinación para salir de un bache.

Determinación para conseguir un objetivo.

Determinación para acabar con un mal hábito.

Determinación para crear un buen hábito en nuestra vida.

Determinación para tomar una decisión.

Determinación para que la decisión que tomamos no nos obsesione.

Determinación para saber perder.

Determinación para soportar con deportividad un NO.

Determinación para superar una crisis existencial.

Determinación para creer en uno mismo.

Determinación es actitud.

Determinación para terminar este domingo con pensamientos realmente positivos e iniciar esta próxima semana que comienza con pasos firmes hacia nuestros objetivos.

¿Mejor manera de terminar la semana? Parece que no.

Determinación pequeños águilas.

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