20.09.2016... Los dos extremos de la vida.

Parece que la cotidianidad vuelve a la vida buscando su espacio. Sin darnos cuenta volvemos a nuestro día a día, olvidamos que hace nada disfrutábamos del verano sin pensar que regresamos, privilegiados somos, al eterno diario.

Despertar. Iniciar el día con gratitud. Esos momentos sin palabras, con el sonido de la música y el sueño de mi hijo hacia el instituto. Ni siquiera él sabe, ni piensa, que su enfadado despertar supone mi máxima felicidad para el resto del día. 

Las primeras reflexiones, el tren, las noticias, algo de música y el caminar esos cuatro kilómetros hasta el despacho mientras el sol, a veces envuelto en nubes, te da los buenos días. 

Bendito día.

Muy de vez en cuando -sagrada genética que, de momento, mantiene sin desajustes- toca pasar por 'taller de mantenimiento'.  Cuando estas en una de esas salas, esperando que el médico te avise para entrar a hacerte tal o cual prueba, contemplas a las gentes que tienes alrededor. Gracias al Eterno no tengo  que pasar muchas veces por aquí, por las salas de espera médicas, pero va tocando alguna que otra revisión, más voluntaria que obligada, para tener esta mente hipocondriaca más calmada. 

Como decía, en estas salas, las personas que las visitan son, en su mayoría, mayores que tú (que yo). Algunos vienen arrastrando sus cuerpos, con la pesadez de la vida, que son los años, pero tratando de huir de esa muerte, que no deja de ser parte de una vida; otros, joviales, les sientes ajenos a los años, empujados a la visita, aunque por dentro les corroa el miedo del coche que entra en un taller para ser desguazado.

Es aquí cuando te das cuenta de lo poco que vivimos cuando podemos. Es aquí cuando te das cuenta de lo poco que somos. Es aquí cuando te das cuenta de lo poco que necesitamos.

Todos sabemos que lo normal es que la vida nos haga llegar a esos años, pero no sabemos cómo llegaremos. Sabemos lo que tenemos y como estamos en estos momentos; somos incapaces de disfrutarlos y vivirlos tal vez porque no sabemos hacerlo.

Unos vienen acompañados, otros solos. Algunos de los acompañados, sienten la mala cara del los acompañantes. Algunos de los solitarios, miran al techo como buscando que alguien les lleve de aquí cuanto antes.

Lo que tenemos y somos, no lo valoramos. Lo que hemos tenido y hemos sido, en estas salas de espera, pierde todo el valor que pensábamos tenía.

Mi primera reflexión de esta mañana, la que escribo como ejercicio mental diario, ha sido esta: "Pensaba hoy eso que tantas veces he leído, que querer lo que tienes es el principio de la felicidad; desear lo que no tienes es el principio de la amargura. ¿Por qué no disfrutamos más de lo que tenemos?" (no sé muy bien por qué entrecomillo cuando la cita es mía).

Esta reflexión me venía a la cabeza no por ese famoso anónimo que dice que "No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita". Me venía a la cabeza tras pensar en cómo somos realmente, en ese día a día nuestro. 

Esta semana, todos hemos visto en prensa y televisión, cómo cientos de personas hacían largas colas, dormían, incluso en frías noches, a las puertas de tiendas para ser los primeros en adquirir un móvil de última generación, el IPhone 7 que, más o menos, cuesta alrededor de los 1.000 euros (lo que viene a ser unas 165.000 pesetas de las de antes). 

Veía las imágenes y en su mayoría eran jóvenes. Jóvenes que, sin duda, tenían otro aparato móvil y, simplemente, deseaban tener el último grito en tecnología. Deseamos tener el último 'grito' en todo.

No todo el mundo gana 1.000 euros de sueldo al mes.



Tenemos un móvil y ya queremos otro.

Tenemos una casa en el campo y queremos una en la playa.

Nuestro coche va perfectamente, pero ya buscamos comprar otro de mayor cilindrada que sea el comentario del vecindario.

Así continuamente sin encontrar nunca satisfacción con nada.

Tal vez por eso, a lo mejor, la felicidad este en no tener nada.

Tener todo no nos hace más felices, tal vez más desdichados.

En una de esas imágenes, que pude comprobar personalmente en Barcelona, al pasar cerca de una de estas tiendas, a escasos metros, un indigente miraba perplejo, sentado en el suelo, ajeno a todo el bullicio del acontecimiento. Esperaba que alguien se acercara a ofrecerle unos céntimos o, tal vez, un pedazo de bocadillo. No tenía nada y, mucho menos, móvil de última generación. 

Leo, en uno de esos blogs que sigo habitualmente, lo siguiente: 
"Pocos se atreven a sentir con tanta intensidad un momento feliz como aquel que ha perdido todo. Nadie agradece y disfruta tanto la llegada del sol por la mañana como aquel que se acostaba sin saber si llegará el amanecer. Tal vez la clave de la felicidad está en dejar de tratar de convertir segundos en minutos, minutos en horas, horas en días y días en eternidad, sino que en agradecer inmensamente a la vida la posibilidad de respirar un instante más ese aire que te hace sentir profundamente, inspirar ese aroma mágico de mar y limones. Porque un instante de vida basta para saber que un instante de vida basta para sentirte vivo." Julia S.
Son los dos extremos de la vida, no la que nos lleva sino la que queremos llevar.

El deseo por tener nos pervierte,  lo sabemos. El deseo nos usurpa momentos felices porque somos incapaces de disfrutar de lo que tenemos.

La impaciencia nos abruma siempre y nos hace llegar a la noche con tan sólo el sabor de boca de unos pequeños instantes, sin nada más, mirando, caminando, compartiendo una copa de vino. No tiene un valor material enorme. Está en la mano de prácticamete cualquiera, está a nuestro lado, pero renunciamos a ello buscando el no sé que de última tecnología que nos provoque el ficticio placer de poseer hasta que algo, muy pronto, lo supere y nos genere, otra vez, el ansia de poseer.

¿Somos imbéciles? Yo creo que sí.

Sería bueno que, como terapia, de vez en cuando, pasásemos por las salas de espera de los centros médicos públicos, esos por donde pasan, desgraciadamente, cientos de personas anónimas que en sus años, en su caminar forzado, en su sentir, suelen reflexionar por lo mucho que dejamos de vivir cuando podemos hacerlo.

Allí, en estos lugares, desgraciadamente, antes de entrar a consulta, te das cuenta de lo poco que valemos frente a lo mucho que creemos poseer.

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