11.09.2016... El silencio y el tiempo...

Llegar al domingo siempre tiene algo de alegría, gratitud y también, cómo no, de tristeza. Alegría por terminar una semana y sentir el inicio de otra; gratitud por haber vivido momentos con intensidad y poesía; tristeza porque en ocasiones, como ha sido este fin de semana, al menos he podido vivir algún momento en uno de esos rincones míos, oliendo, degustando y contemplando los campos manchegos, infinitos, que quedan en la lejanía en cuanto uno aterriza en Madrid. Pero siempre es gratitud, por lo alegre o por lo triste, por el éxito o el fracaso, por el mero hecho de vivir y seguir viviendo cada momento que el tiempo nos regala. El 'tiempo', siempre el tiempo.

Esta mañana disfruté de mis kilómetros running, con el placer del que busca la plenitud del día que nace y el saberse, gracias al Eterno, en un equilibrio saludable entre el cuerpo y la mente.

La mente, si le dejamos tiempo, si le aportamos el silencio necesario, nos aporta vitalidad no sólo en nuestro cerebro sino también en nuestro corazón.

Parece que a veces, el silencio, puede convertirse en un capricho raro para muchos. Cuando pides silencio, cuando necesitas o buscas el silencio, y se lo dices a los que te rodean, lo normal es que te miren como si estuvieran ante un ser extraño, raro, diferente. En este mundo que vivimos, en este mundo que habitamos, tan lleno de ruidos, tan falto de tiempos, amar el silencio es síndrome de raro o aburrido.

Y sí, para mi cada vez se convierte más en algo necesario, vital. No sé si tendrá efectos científicamente comprobados, en mi caso los tiene. Y no estoy hablando de aislamiento, ni mucho menos. Hablo de un paseo en calma, pensando y meditando. Hablo de sentarse en el banco o el césped de un parque, o una piedra en el camino, mientras la mente se calma, mientras meditamos, mientras no escuchamos más que los susurros del viento o ese ruido que la vida nos hace al pasar.

Este fin de semana he tenido momentos así, en silencio. Momentos tan felices como necesarios, respirando el campo desde mi patio en Minaya, bajo un sol agradable, disfrutando de todo aquello que no siempre uno puede disfrutar o no siempre uno quiere disfrutar. Disfrutar del tiempo, ese tiempo que se va y nunca vuelve. 

Algo de lectura, perdido entre la sabiduría aristotélica, aprendiendo, entre otras cosas, que "al que busca por sí mismo le llamamos más perfecto que al que se busca por otra cosa...", porque no es lo mismo ser por otros que ser por sí mismo, ni pensar con las ideas de otros que con las ideas de uno mismo.

Así me gusta sentir, así me gusta pensar.



Disfrutar o no de la vida, disfrutar o no de nuestros momentos, siempre depende de cada uno de nosotros. Nosotros somos los responsables, nosotros somos nuestros responsables.

Vivir es elegir qué hacemos con nuestro tiempo, en qué y cómo lo utilizamos.

Todos tenemos el mismo tiempo, pero no todos utilizamos igual nuestro tiempo. En nosotros, en cada uno, está elegir qué hacemos con nuestro tiempo. Por eso tratar de encontrar aquello que más nos enriquece o beneficia, independientemente de lo que piensen los demás, es fundamental para nuestro bienestar.

Y termino mi día con un recuerdo.

Me enteré hoy que ha fallecido la protagonista de uno de los besos más famosos de la historia. Tenía 92 años, Greta Zimmer Friedman, nacida en Austria y que emigró a Estados Unidos con dos hermanas menores en 1938, fue una de las protagonistas de la imagen captada por el fotógrafo de la revista «Life» Alfred Eisenstaedt el 14 de agosto de 1945 en Times Square (Nueva York) mientras era besada por un marinero al acabar la II Guerra Mundial.

El otro protagonista de la icónica imagen es George Mendonsa, ahora de 89 años, un pescador retirado que vive en el estado de Rhode Island.

El beso fue fortuito y fue el marinero quien la sorprendió cuando caminaba por Times Square, en un gesto que duró pocos segundos, pero que Eisenstaedt logró inmortalizar.

Fue un instante, un segundo en la vida de dos personas que no se conocían, pero que la casualidad hizo que fuera captada a tiempo por un fotógrafo, quedó inmortalizado para siempre.

Si las prisas hubieran negado aquel beso, sin lugar a dudas hubiéramos perdido una de las imágenes más bellas de la historia.

Me he sentido obligado a dejar reflejo de ello en este pequeño rincón, en un día en el que el 'tiempo' me ha hecho, nuevamente, reflexionar.

Feliz silencio.

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