27.03.2016... Respirar Minaya.
Como que no queriendo, hemos llegado al final de estos días de descanso.
Terminamos así una semana fantástica, poética y, en lo personal, repleta de momentos de los que merecen la pena. Puedo decir que la comencé en Londres, y la he terminado en Minaya. Puedo decir que, hacía tiempo no disfrutaba tanto del exquisito equilibrio que se encuentra, en ese descubrir nuevos lugares y culturas, con el sentir tus rincones de siempre.
Terminamos así una semana fantástica, poética y, en lo personal, repleta de momentos de los que merecen la pena. Puedo decir que la comencé en Londres, y la he terminado en Minaya. Puedo decir que, hacía tiempo no disfrutaba tanto del exquisito equilibrio que se encuentra, en ese descubrir nuevos lugares y culturas, con el sentir tus rincones de siempre.
Esta mañana, antes de salir hacia Getafe, volví a mirar por mi ventana; desde ese rincón donde escribo, pienso y leo cuando estoy allí. Contemplar la lejanía del campo, su silencio sorprendido por los trinos y cantos, el baile de la primavera floral a ambos lados del camino, el olor a leña, a tierra... Subes al coche, comienzas la marcha, sabes que vuelves a todo aquello diferente que marca tu día a día, como un reloj que corre de hora en hora a una velocidad mayor de lo normal. Aquí las horas son especialmente lentas, las vives diferente.
Allí se han quedado los largos paseos, recorriendo todos esos caminos que buscan el sol de la tarde. Se quedan esos momentos y encuentros familiares, con los de uno, que son los tuyos. Aquí se queda, hasta otro momento, la sensación de paz y ese tiempo, que no es otra cosa que el poema que nos vamos haciendo, al compás que queremos marcar los versos.
La verdad que termino la semana con las pilas totalmente cargadas. He disfrutado de cada momento como creo merece disfrutar la vida: como si no hubiera ni otra vida, ni otro momento. Poder disfrutar de los tuyos sin prisas ni quehaceres ajenos, saludar a esos amigos a los que ves prácticamente de año en año; comprar la prensa y charlar sin prisa con quienes te reciben con el cariño que sólo se es capaz de vivir y sentir en lo cercano. No sé si es por hacerme mayor, o por estar un poco harto de lo que rodea la vida que nos hemos hecho en la capital, cada vez añoro más pasar más tiempo en este rincón manchego. Sinceramente creo que no me haría falta mucho más.
En este lugar está todo lo que soy y siento. Es verdad, cuando vengo (y puede resultar que soy un pesado), posiblemente sean los únicos momentos en los que me hago esas preguntas a las que todos deberíamos responder alguna vez en nuestra vida, cuanto antes mejor: ¿qué queremos hacer el resto de nuestros días? ¿quién queremos ser?
Los que estamos enganchados a ese ritmo intenso, al que nos sometemos de lunes a viernes, con nuestros quehaceres, obligaciones, responsabilidades, o esas mochilas que nos hemos echado a cuestas, nos cuesta desconectar. Parecemos adictos a ese mundo que sabemos absurdo. No hacemos más que satisfacer nuestro ego en vez de alimentarnos internamente: mente y cuerpo.
Contemplar los brotes de los árboles, la flor que surge de sus ramas en primavera, el verdor de la tierra que nace como cada año. Respirar, simplemente ser consciente de la respiración.
He aprovechado todos estos días para salir a caminar (tengo las rodillas algo doloridas y he descansado al running), para encontrarme con la puesta de sol, con esos cielos coloridos de fuego que sólo encuentras en Minaya.
He parado en medio del campo a escuchar el silencio. He cerrado los ojos. He tratado de olvidarme de todo. Me he centrado en la respiración mientras exhalaba el aire lentamente. Desde que practico yoga, y trato de adentrarme en la meditación, me he dado cuenta que la respiración nos ayuda a encontrar el equilibrio entre el cuerpo y la mente que perdemos con nuestra absurda actividad. Hace poco tuve un momento, sensación, de ansiedad y estrés, generado, seguro, por un cúmulo de esos proyectos o actividades a las que me someto; paré, paré en medio de la calle. Me senté, medio cerré los ojos y respiré lentamente durante unos minutos. Conseguí la calma necesaria para continuar.
Aquí, en Minaya, ha sido una experiencia extraordinaria. Tras unos kilómetros en un paseo consciente, disfrutando de la belleza del sol y del campo, de la tierra, de la vida. Parar en esa soledad buscada, sentarte en una posición adecuada, dar gracias y comenzar a inspirar y espirar estableciendo un vínculo con mi yo interior, sintiéndome parte de todo lo que me rodea. Vivir el ahora.
Cada uno siente su gilipollez de un modo u otro. Mi momento de gilipollez, de sentirme absorto, de olvidarme de casi todo, de dejar que se me salten las lágrimas de emoción, de sentirme más grande y vivo que nadie, es cada vez que contemplo la puesta de sol en Minaya. Y es mi momento, es el instante en el que de verdad creo que lo Eterno existe por encima de las gilipolleces que nos acompañan en el día a día. Pocos conocen Minaya y, de los pocos, pocos valoramos lo que es. A lo mejor no es más que un pueblucho manchego, de esos tantos; el caso es que aquí se respira el mejor oxígeno del mundo, se descubre cada noche una estrella o el sol consigue que cada atardecer pinte versos en el cielo de un color diferente. Puede ser. Que cada uno lo descubra y valore a su manera.
Somos nosotros mismos los que a veces, de forma intencionada, consciente o inconsciente, los que huimos o tapamos los ojos a aquello que es sin duda lo que nos aporta felicidad.
Todo es por no pensar o no querer, por buscar excusas absurdas ante la levedad del momento presente. Lo que vale, la esencia de nuestras vidas, es lo que vivimos en el ahora.
Mañana será otro día, otra semana tal vez. Vivamos el Ahora. Feliz noche.
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