27.10.2015... El hijoputa!

Termino ahora mismo lo que últimamente denomino mi sesión de meditación o, lo que es lo mismo, mis kilómetros running por los parques y calles de mi ciudad. Son kilómetros de desahogo, de pensamientos, de reflexiones. Son kilómetros de meditación.

Reconozco que en los últimos días estoy haciendo un extraordinario esfuerzo para contener mi furia y e ira. De no dejarme llevar por emociones negativas. Las personas son buenas en general pero todavía siguen pululando por ahí algunos miserables que aprovechan la buena intención, la confianza e incluso la amistad para cometer tropelías de graves consecuencias para otros. 



Muy de vez en cuando, como avisándome de que no todo es bello, me cruzo en mis días con alguno de ellos.

Siempre ocurre lo mismo. Aquellos que se creen más listos pecan de buenos y confiados;  aquellos que aparentan ser tontos, son verdaderos especialistas en delinquir. Porque no es casual que el hijoputa suele ser, normalmente, el que tiene la apariencia de más tonto. El hijoputa suele ser ese que, cuando ha conseguido la suficiente confianza, te ofrece el caramelo envenenado. Es aquél que le importa un bledo la amistad porque sólo se siente a gusto envuelto en su porquería. Es aquél que sobrevive y no vive, que se tambalea pero nunca cae.

¿Y merece la pena? Yo creo que no. No creo que a nadie le merezca la pena ser señalado como un mentiroso, como un estafador o como un miserable apartado de aquellos que le apreciaban. Si eso le merece la pena a alguien, desde luego, entonces, debería estar encerrado y no suelto.

A veces cuesta alejar o vaciar de malos pensamientos nuestra mente. A veces el esfuerzo es tal que me siento inhabilitado mentalmente para hacerlo. Pero lo hago. 

Unos kilómetros por esas calles bastan para que lo positivo, que es mucho, termine por doblegar a lo negativo, que no son más que unos pocos motivos o pensamientos.

Voy a perderme en algún texto ajeno a cualquier negatividad. Mañana será otro día.


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