13.07.2014... mis tomates de Minaya!


Llega un momento que uno piensa que a la vida no le puede pedir ni mucho menos exigir más. en todo caso, el tiempo que Dios nos de, debería estar dedicado a devolverle lo máximo posible.
Terminé el viernes en el porche de mi casa en Minaya. Tras un agradable vino con Clemente, N y A, en familia, quedé en solitario contemplando el cielo estrellado y esa luna llena que nos alumbraba. Poco más interesante en la vida que estar ahí, en ese lugar, finalizando el día mientras esa luna sacudía toda su belleza y esplendor sobre esos campos. Parece que el Señor nos mira, nos busca.


Ayer sábado, temprano, salí a correr con Clemente por los caminos de Minaya. Nos fuimos hasta Casas de Peña por el camino de Casas de Gachas y volvimos por el camino de la Estación. Cerca de 19 km, a un ritmo tranquilo, charlando, haciendo algunas fotos, y sobre todo agradeciendo a Dios momentos así. Una felicidad inmensa me llenó. Tanta que vuelves dispuesto a afrontar los días más penosos con una sonrisa que nadie te puede quitar.
Tuve la visita de uno de mis mejores amigos y su familia. Compartimos barbacoa especial Moreno, unos vinos y algún licor, en ese espacio que tratamos de ofrecer a todos los que queremos. Fue un día entrañable y lleno de instantes que sin duda quedarán en ese cajón de recuerdos llenos de felicidad.

Por la noche, nuevamente en nuestro porche, cené a solas con mi hijo. N estaba cansada y quedamos los dos en uno de esos instantes que no vivo habitualmente, pero que puedo asegurar me llenan de emoción. Una conversación bajo, de nuevo, ese cielo estrellado de Minaya, entre padre e hijo, que te hace pensar lo estúpido que eres al perder muchas veces momentos así.


Hoy, al levantar, al tomar el café en la cafetería, temprano como siempre, tras una noche en la que la música de algún lugar me despertaba de vez en cuando, me he dedicado a regar el huerto antes de que el sol tomara fuerza. He recogido mis primeros tomates, pimientos y berenjenas. Me ha hecho ilusión. He rezado y agradecido a Dios un fin de semana así. He tenido claro que no necesito nada más y que cada problema que me viene dado es porque soy incapaz de estar quieto y me lo busco.
Aquí la paz es infinita. Aquí nada es igual que en la ciudad. Aquí me siento diferente, a gusto, soy otra persona: esa persona que siempre debería ser.
Que Dios está siempre a mi lado es un hecho. Que debería comenzar a devolver lo que la vida me ha dado, una obligación moral.

Y ahora, ya en casa, pensando en mañana, pensando en la semana. La mente vuelve a encontrarse con la realidad. Mi realidad, nuestra realidad. Esa que te mueve y motiva, que te ilusiona y, a veces, te patea intentando doblarte. La vida nos ofrece lecciones, sólo tenemos que aprender a leerlas.

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