17.04.2014... en Minaya.

Escribo en Minaya, estoy en Minaya. Desde la ventana de este rincón de mi casa, veo cómo el sol se va poniendo sobre unos campos verdes de trigo que quedan iluminados por el más hermoso atardecer de España. Llegamos ayer y posiblemente sea mi primer momento de encuentro conmigo. Lo echaba de menos aunque reconozco que la felicidad, esa felicidad que te da esta vida, se lleva en días como estos.
Ayer fue un día por entero familiar, con mis padres y hermanos. De la comida a la cena, con ese final de copa que quedó en Madrid. Tenía ansia de familia, lo confieso. Me cuesta confesar esas necesidades, aunque sé que no sólo es bueno confesarlas sino demostrar que es así.


Cuando oscureció el cielo se llenó de estrellas. Alex y yo despedimos el día tumbados en el césped mirando ese cielo estrellado, buscando nuestra estrella. A mi, particularmente, ya sólo me interesa que el encuentre la suya, esa que le lleve por el camino adecuado y que le llene de felicidad.



Desperté esta mañana con ese canto de pájaros y algún que otro gallo, de los que quedan por aquí; desperté con el relincho de los caballos de las cuadras de por aquí cerca; desperté en mi pueblo dando gracias a Dios por ese privilegio de tener pueblo y un lugar donde pasar unos días en tus raíces.
Era temprano, como siempre, pero cuando salí al porche a tomarme un café, mientras el sol tomaba fuerza, mi padre ya estaba preparado, en ese huertecillo que tenemos, para limpiar toda la mala hierba que ha crecido -inmensa- y no permite plantar  esas hortalizas que luego degustaremos.
Hace años hubiera discutido o tratado de escaquearme. Ahora no. Ahora es y ha sido un privilegio poder disfrutar de unas horas con él, con mi padre, en esas labores que se hacen más por sentir felicidad que por rentabilidad. Soy lo que soy gracias a él. También tengo ese carácter, a veces bueno, a veces algo más áspero, gracias a él. La vida nos lleva veloces en el tiempo que pasa, y una vez que pasa te das cuenta del poco que dedicas a los tuyos. Por eso, en momentos como el de esta mañana, la felicidad te embarga de tal manera que te gustaría parar ese tiempo, alargar la mañana, que no acabase nunca y disfrutar de esa persona que, con ese esfuerzo, con esa energía que Dios todavía le permite, te ha dado lo mejor de él para dejártelo de la mejor manera: en valores, en principios, en educación. Y ahí, comenzando a sudar por el calor y esfuerzo, hemos recogido gran parte de esas malas hierbas que dejarán libre el terreno a esos tomates, pepinos, judías verdes y cebollas.

Más tarde me he ido a correr. Un calor importante, cerca de 27 º C, pero también me apetecía, es como si quisiera hacerlo todo rápido, como si el tiempo se acabase en cualquier momento sin darme cuenta. Pero me calcé las zapatillas y me lancé hacia la Estación del pueblo, que está a unos 4 km. Conseguí redondear 10 km entre la ida y la vuelta. No estoy muy en forma, creo que me he dejado demasiado aunque hoy, más allá de disfrutar de mis pulsaciones, he disfrutado de estos caminos y campos.



Y el día lo terminaré leyendo un poco. Aquí, la verdad, de queda poco tiempo de descanso espiritual pero, como la vida, todo tiene su momento y estos momentos no pueden desperdiciarse.

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