'Éxito' por Juan Manuel de Prada
Interesante Artículo publicado ABC/ XL Semanal.
Tal vez porque alcancé
el éxito (o lo que el mundo entiende por éxito) siendo muy joven, he tenido
ocasión de reflexionar mucho sobre su naturaleza. La vanidad nos hace creer que
el éxito -cuando es propio- es consecuencia natural (y justísima) de nuestros
merecimientos; y el resentimiento nos hace creer que el éxito ajeno es
consecuencia de la fortuna (y, por lo tanto, injusto o siquiera arbitrario).
Ambas consideraciones son erróneas, y en el fondo hijas de la misma insidiosa
malignidad. El éxito, en puridad, no es más que la recompensa que
el mundo nos concede cuando se siente halagado por nuestros actos; y nuestra
envidia del éxito ajeno no es sino deseo de participar de ese halago. Con esto
no quiero decir que quien disfruta (o más bien padece) el éxito no lo merezca,
o que para alcanzarlo se haya resignado a halagar al mundo; por el contrario,
creo que hay personas exitosas que poseen prendas admirables, del mismo modo
que creo que no todas las personas exitosas han querido halagar al mundo a
sabiendas. Pero
esto es lo de menos; pues lo que caracteriza el éxito no es lo que nosotros
somos, sino lo que desde fuera se percibe de nosotros. El éxito es siempre
mendaz, porque no depende de nuestros merecimientos; quienes lo alcanzan, como
quienes lo persiguen sin llegar nunca a alcanzarlo, son víctimas del mismo
espejismo.
Esta falacia del éxito
es algo de lo que cuesta mucho darse cuenta. Quien alcanza el éxito tiende a
emborracharse con él, pensando que todos los honores y reconocimientos que
recibe son pocos; y quien pugna en vano por alcanzarlo percibe el fracaso como una
amputación o un despojo inicuo, más lacerante todavía cuando contempla que
otros han alcanzado el éxito sin apenas esfuerzo (o, en todo caso, con un
esfuerzo no mayor que el suyo). Aquí reside la malignidad del éxito, y la razón
por la que resulta a la larga tan destructivo, tanto para quienes lo disfrutan
(o padecen) como para quienes lo anhelan. Aceptar que el éxito es mendaz, que el aplauso del
mundo no es consecuencia de nuestra genialidad sino del provecho que el mundo
saca de nosotros, es una durísima prueba a la que pocos están dispuestos a
enfrentarse.
Casi todas las personas
que han alcanzado el éxito llegan a desarrollar la creencia absurda de que es
una gratificación debida; por eso, cuando su éxito decae o palidece, se dan de
coscorrones contra las paredes, incapaces de entender su desgracia. Hay también una minoría de personas exitosas más conscientes
que llegan a captar que el éxito alcanzado es la consecuencia directa de haber
halagado al mundo; pero suelen tornarse cínicas, y siguen dando al mundo lo que
al mundo le halaga, pues el éxito ha generado en ellas adicción. Lo mismo
ocurre entre las personas 'fracasadas': la mayor parte concluyen que su fracaso
es hijo de la ingratitud de un mundo que se niega a recompensar su talento; y
los pocos conscientes de que su fracaso es la expresión del rechazo del mundo
se esfuerzan desesperadamente por halagarlo, mendigando esa recompensa que se
les escamotea.
Yo alcancé el éxito a
una edad temprana; e, ingenuamente, pensé al principio que lo había alcanzado
por merecimientos propios. Con el paso del tiempo, llegué a descubrir que mis
merecimientos (reales o ficticios) nada tenían que ver con mi éxito; y que, si
deseaba retenerlo, tendría que esforzarme en halagar al mundo. Esto solo se puede lograr de dos maneras: mediante la
asimilación del espíritu del mundo o mediante el fingimiento constante. La
primera es algo semejante a practicarse una lobotomía indolora: se trata de
darle al mundo lo que el mundo te demanda, vaciándote de ti mismo y llenando el
hueco resultante con la borra que hace las delicias del mundo; al principio
puede parecer algo indigno, pero es una indignidad de la que uno se olvida muy
fácilmente. La segunda manera es más aflictiva, porque la conciencia del
fingimiento te hace sentir como un pelele; pero esta aflicción tiene su
lenitivo, que es el propio éxito, un éxito cínicamente logrado a costa de tu
conversión en un pelele.
Y, luego, en fin, está
el repudio del éxito, el rechazo del éxito como algo despreciable y
envilecedor. La senda que conduce al
repudio del éxito ha sido transitada por muy pocos hombres: es incómoda y
áspera, porque exige abajamiento y en el hombre hay una tendencia natural a
ascender; es cruel y oprobiosa, porque a quienes por ella se internan solo les
aguarda el vituperio del mundo. Todos los días le pido a Dios su asistencia
para adentrarme en ella.
No está mal, no está mal el presente artículo de Juan Manuel de la Prada.
ResponderEliminarContradiciéndole un poco, y creo poder acertar que, su éxito si ha dependido de sus merecimientos; La prueba es patente.