Llega esta hora y uno se pone delante del ordenador y, mientras analiza el día, no sabe qué escribir o, realmente, lo que debe escribir.
Si dejo que mis manos tecleen, dejándose llevar por mis pensamientos, tal vez no escriban lo que debería y por ello es mejor dejar que las letras y palabras recorran mi cerebro, se alboroten y peleen en él hasta que decida vomitar a la pantalla o este mísero blog.
¿Quién sabe lo que sabe o quién querría saber lo que sé?

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