Cuando tengo esos dolores de cabeza, que me provoca dar vueltas y vueltas a pensamientos y temas a los que me es imposible responder, mi mejor analgésico es abrazarme, esconderme, entre las páginas de alguno de esos libros que siempre tengo a mano y que me hacen reflexionar sobre lo verdaderamente importante, que es la vida: Séneca, Montaigne, Aristóteles, La Biblia e incluso Ciorán... se comportan como el mejor calmante del mundo.

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