'Maratón en Madrid' por Francisco Rodríguez Adrados

Tribuna Libre publicada en La Razón el 26 marzo 2011


Se cumplieron el año pasado exactamente 2.500 años, uno más éste. Maratón fue el comienzo de la victoria de Atenas –y Europa– contra la invasión persa de Darío. Tras largas negociaciones, debates y votaciones democráticas logró Milcíades que se aprobara su plan de ataque contra la flota persa invasora, que había desembarcado, apoyada por los traidores y los flojos, en la gran playa de Maratón, distante esos kilómetros de Atenas.


Celebramos ahora esa victoria nosotros, como tantos más y los griegos, de los cuales es la iniciativa. Es difícil hacer ver hoy lo que aquello significó. Bien lo mostró Esquilo, el poeta, cuando en su epitafio no se jactó de sus tragedias, sino de haber estado en Maratón en el gran momento de gloria.Grecia era un pequeño país, no una nación, un conjunto de ciudades en constante conflicto, pero unidas todas por el nombre de Homero y por toda una nueva edad que traían al mundo. Enfrente estaba Persia, que ocupaba toda Asia hasta más allá del Indo, toda Europa al norte de Grecia. Un gran imperio, el primero de los grandes imperios del mundo, desde Asia a Egipto, al Mediterráneo, a los Balcanes. Resumía todas las culturas antiguas, las grandes civilizaciones que eran el fundamento del mundo. Los viejos saberes, los viejos ejércitos, la majestad del poder.Persia había sufrido la afrenta de que Atenas ayudara a Mileto, la ciudad griega en la costa de Asia. Quiso vengarse. Perdió. Lanzó la segunda invasión, la de Jerjes, la que fue vencida en Salamina. Perdió también. Atenas y Grecia lanzaron entonces su carrera como guías de Europa y del futuro. Ésta es la historia que ahora celebramos, todo esto es sabido. Y la celebramos con una carrera. La carrera de Filípides, el hijo de un Filipo, de profesión cartero. De los Filipos algo escribí.La carrera de Fidípides no era una competición, pero se aproximaba a ella, como las carreras de los Juegos de Olimpia y aún antes. En que en honor de Patroclo muerto nos cuenta el canto XXIII de la Ilíada hay la carrera a pie, en la que Odiseo venció a Áyax; y la hay en los Juegos Olímpicos, en los que desde el año 720 antes de Cristo se celebraba la carrera del dólichos, la «carrera larga», de 4.615 metros, más que la de Fidípides. Tenía un origen mítico: los dáctilos o «dedos», los diez hijos de Rea, madre de Zeus, la celebraron para divertir a su madre.Los llamaron así porque Rea, en el parto, había dejado en la tierra las huellas de sus dedos, dio su nombre a sus hijos.Cierto que esta carrera no era tan ilustre como la de los carros tirados por caballos, tal la de Pélope que dio a éste la victoria sobre el rey Enómao. Pero todo el deporte era heroico: con el deporte y con la caza sustituían los héroes a la guerra. Era una guerra con reglas y sin sangre, una exaltación de los mejores, de su familia, de su patria. De los mejores no sólo por la fuerza, también por su excelencia en todo. Se les dedicaban estatuas, se les cantaban odas. En esta ilustre compañía entró el vencedor de Maratón.Y en su honor se celebraban fiestas cada año. Así ésta de Madrid.


¡Cómo recuerdo Maratón, «la llanura del hinojo», que concluía en la playa de la gran batalla, aquella misma en que Teseo, el primer torero, dio muerte al toro salvaje! En que desembarcaron los jonios que poblaron Atenas. En ella, un poco dentro, está el gran túmulo en honor de los héroes muertos, cubre sus huesos y los de los caballos inmolados, las flechas y las lanzas, la cerámica. Subíamos arriba trabajosamente, contemplábamos el mar, la playa, las montañas al fondo, el camino hacia Atenas, el de Fidípides. Ahora ya está prohibido, como casi todo.Recuerdo una pequeña anécdota de cuando yo visitaba Grecia todos los años, una, dos o tres veces. Yo estaba en Maratón, con mi mujer Amalia, contemplando el mar liso y en calma. Me dio la tentación de bañarme, había llevado el traje de baño. Así lo hice, nadie más en toda la playa, el agua estaba fría. Mi mujer fue más prudente. Pero de pronto a un soldado griego, que en uniforme paseaba por la playa, le entró la tentación, o quizá le parecía deshonor que sólo un extranjero, un bárbaro, se atreviera a tanto. Cinegiro, luchador de Maratón, el hermano de Esquilo, se había metido en el agua cuando la batalla, había agarrado la popa de una nave persa para evitar que huyera (pagó su valor, el persa le cortó la mano con su espada). Bueno, mi griego se metió en el agua en calzoncillos, un griego no iba a ser menos que un bárbaro.

Esto y mucho más me recuerdan Maratón, los persas (queda algún casco suyo en el museo) y los griegos. Y Fidípides, el que corrió a Atenas los cuarenta y dos kilómetros. Muchos le recordarán en Madrid. Claro que entonces no había móviles. Pero aun con móviles, muchos seguirán corriendo igual.

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